Revista Cine
Poco a poco voy comprando y leyendo todos los libros que, sobre Kubrick y sus películas, han sido editados en España en los últimos años: los de Michael Herr y Frederic Raphael, que leí hace tiempo, y los de Esteve Riambau y Jerold J. Abrams (de momento no he pillado el de Michel Ciment porque ronda los 50 euros). El arranque de esta biografía sobre el cineasta, escrita por John Baxter, y quizá la más conocida de todas, es así de esclarecedor: Mirad esos ojos. Miradlos fijamente. Los ojos son el rasgo principal del rostro de Stanley Kubrick. Negros como el carbón en la mayor parte de las fotografías (aunque en la realidad son de un marrón oscuro), brillan ante nosotros con una apasionada indiferencia hacia la evasión, puertas de un horno que nos dejan entrar en breves ráfagas a una intensidad interior. Cuando entregamos nuestro dinero para ver una película de Kubrick estamos comprando sus ojos. Esta biografía es una mina para quienes adoramos las películas de Kubrick: está repleta de jugosas anécdotas, de ejemplos rotundos de su evidente carácter maniático, de su talento y de su habilidad como visionario y maestro del cine. Algunas de ellas apenas tienen mucho que ver con el director, por ejemplo aquella en la que Baxter nos cuenta de dónde le vino a Anthony Burgess la inspiración para La naranja mecánica (según Baxter, le vino la idea tras un ataque sexual a su mujer; Burgess dijo que no fue una violación, sino un robo; pero prefiero poner la versión del propio escritor, que leí hace unas semanas en el primer tomo de sus memorias; otro día la colgaré aquí). O los enigmas alrededor del título, que transcribo a continuación: El significado de las palabras “naranja mecánica” era dudoso. Según Burgess, que tenía un oído prodigioso para el argot en la media docena de lenguas que hablaba, “tan raro como una naranja mecánica” era una frase cockney para definir una cosa extraña de verdad; aunque no “rarita” en el sentido homosexual. La frase no era corriente, pero otras de sentido similar sí lo eran, como “tan tonto como un reloj con dos péndulos”, y mucha gente sospechaba que el propio Burgess se la había inventado. Cuando la película estaba ya hecha, la Warner hizo un valiente intento de explicar que el condicionamiento de Alex le convirtió en “una naranja mecánica: saludable y completo por fuera pero inválido por dentro a causa de mecanismos reflejos descontrolados”. Otros, recordando ¿Teléfono rojo?..., sugirieron que el término podía ser la metáfora de una bomba: un exterior suave, pero lleno de mecanismos amenazadores. John Baxter se adentra más en los pormenores de los rodajes y los proyectos del director que en su vida íntima y personal, tal vez por elección o tal vez por el secretismo que siempre ha rodeado a Kubrick. Y nos ofrece, a mi entender, algunas respuestas, como en el siguiente ejemplo: Volviendo a ver Barry Lyndon, Adrian Turner ha dicho que, en la escena en la que el niño de Barry, Brian, muere, Kubrick mostraba una dura indiferencia. Kubrick le envió una suave réplica, diciendo que quería que la escena fuera conmovedora. Es lo más cerca que ha estado nunca de mostrar emoción desde que Curtis Harrington le viera llorar ante el rechazo de Fear and Desire. Observar el mundo como él hacía, como un voyeur, colocaba una barrera protectora entre su mente y las realidades de la existencia. Una de las anécdotas más interesantes del libro gira en torno a la figura del escritor Gustav Hasford, cuya novela sobre Vietnam inspiró La chaqueta metálica. Decían que Hasford estaba mal de la cabeza, que tuvo muchos problemas con Kubrick y que murió de diabetes y de soledad. Kubrick, como nos cuentan en los documentales sobre su vida y su obra, era un lector compulsivo que estaba siempre buscando nuevos argumentos para sus películas: de ahí que también resulte muy atractivo saber qué autores le interesaban y qué libros estuvo a punto de adaptar. Una biografía, en suma, muy recomendable. [T&B Editores. Traducción de Mónica Rubio]