A pesar de la decepción que ha supuesto para muchos aficionados la nueva entrega de Star Wars, es indudable que la saga creada por George Lucas sigue siendo la más popular de la historia del cine, objeto de culto por millones de espectadores, que revisan una y otra vez las dos trilogías buscando nuevos detalles que enriquezcan aún más su percepción de un universo vasto y complejo. Porque Star Wars comparte con grandes sagas literarias como El señor de los anillos o Juego de Tronos, la creación de un mundo fantástico, en buena parte inspirado en el nuestro, pero con sus propias reglas. En el caso que nos ocupa, la galaxia cuenta con una complejísima historia configurada por un gran número de diferentes planetas y razas que coexisten bajo sistemas políticos cambiantes. A los espectadores se nos han mostrado dos de ellos: la República y el Imperio.
Una de las características más sobresaliente de la saga, con todas sus imperfecciones y errores, es la de haber sabido estimular continuamente la capacidad de sorpresa del espectador. Lo que al principio parecía una película de aventuras espaciales con un ritmo trepidante, acabó convirtiéndose en la crónica de una gran tragedia, la de la caída y posterior redención de Anakin Skywalker (y a la vez de la galaxia), que es el gran tema del que se ocupan las seis películas. Existe una gran diferencia entre las dos trilogías, que se fundamenta en el deseo de Lucas de ofrecer algo nuevo a los fans, pero también en las características de la sociedad de uno y otro tiempo, separados por dos décadas:
"Estas diferencias temáticas entre las trilogías de Star Wars pueden explicarse a través de una diferencia fundamental entre las culturas que engendraron las películas. El clima cultural de la época en que se creó la trilogía original - mediados y finales de los setenta - valoraba el individualismo y, en particular, el moviento y los valores anti-establishment. (...) Al contrario, con el cambio de siglo - cuando se fraguó la trilogía de la precuela - es la institución la que otorga al individuo su poder. En esta época en la que todos los elementos de la vida occidental pueden tratarse como un producto, el clima cultural es marcadamente conservador y acepta el statu quo."
Yo debo ser de los pocos aficionados (aunque mi nivel de conocimiento se limita prácticamente a las películas y a algún que otro cómic suelto), que disfrutan con el visionado de la primera trilogía (o la última, si nos atenemos a la cronología del rodaje), y aprecian bastante coherencia entre ambas, a pesar de que existan algunos detalles que deberían haberse pulido un poco más para que ambas encajaran a la perfección. Es cierto que la elección de Hayden Christensen para un papel de la entidad del joven Darth Vader fue poco afortunada, aunque tampoco su actuación es tan mala como dicen. Al menos en esta trilogía nos muestran situaciones nuevas, planetas distintos y una trama política muy elaborada, en la que los conceptos del bien y del mal no son tan diáfanos como en el relato del pasado que ofrecía Obi Wan a Luke Skywalker en Una nueva esperanza. Aquí los Jedis son una fuerza de paz para resolver disputas en cualquier rincón de la galaxia, pero a la vez son una institución con una evidente ansia de poder, cuyas decisiones se toman en muchas ocasiones con más cálculo político que espiritual.
La tragedia de Anakin tiene mucho que ver con la confusión que le producen las decisiones autoritarias del Consejo Jedi. En este sentido, su hijo Luke lo va a tener más fácil, porque su visión de los Jedis va a ser mucho más mística, idealista y pura, por lo que será complicado que las dudas se instalen en su corazón. Los tres primeros episodios constituyen una especie de aviso, muy en consonancia con el momento en el que fueron estrenados, para que los Estados democráticos no sucumban a la tentación de cambiar sus libertades por una presunta seguridad. Lo que viene a decir Lucas que el mayor peligro para las grandes democracias no son los enemigos externos, sino las fuerzas que intentan cambiar el sistema desde dentro.
Pocos productos culturales han sido más comentados, más reinterpretados y tomados como suyos por los fans. Porque si bien Star Wars es una obra creada por George Lucas, al final son los aficionados los que cuentan con fuerza suficiente como para presionar con sus demandas respecto a cual debe ser el futuro de la saga. Descontentos en su mayoría con el tono adoptado por los episodios I, II y III, demasiado complejo y demasiado político en comparación con los otros tres, el deseo de volver a los orígenes ha sido cumplido con creces en El despertar de la fuerza, la película estrenada el año pasado, hasta el punto de que su trama es un calco de Una nueva esperanza y se devuelve a la pantalla a los actores originales para que den el relevo a los nuevos. El despertar de la fuerza es una producción concebida por los fans, no tanto por lo anteriormente expuesto, sino también porque para comprender la trama en toda su extensión hay que acceder a comics, libros y otras fuentes que solo están al alcance de los inciados. Y es que en cierto modo el culto a este universo a veces toma la forma de una especie de religión: la gente acude a los estrenos vestidos como sus personajes favoritos y sus historias y vicisitudes son objeto de interminables debates en las redes sociales.
Pues bien, Star Wars, Filosofía rebelde para una saga de culto, es una lectura muy recomendable para cualquier amante de este universo. Escrito desde un punto de vista académico, en sus páginas, escritas por diversos especialistas, se relaciona el contenido de las películas con todo tipo de temas, desde el feminismo al sistema capitalista. El último capítulo, quizá el más interesante junto al que habla del fetichismo de las espadas láser, relaciona la trama de Star Wars con el cristianismo y, sobre todo, con las religiones orientales y la mitología de Japón y China. Y es que el secreto del enorme éxito de la saga de Lucas es haber sabido actualizar los esquemas de las historias tradicionales que se repiten en casi todas las culturas convirtiéndolas en un espectáculo emocionante y ameno, protagonizado por personajes complejos y a la vez prototípicos.