Por José Luis Barrera
(Colaboración especial, compartido y publicado en La Rue Morgue, el 18 de enero de 2016)
David Bowie fue una estrella de rock; también, un alienígena y no se trata de una hipérbole poco feliz, pues era un personaje multifacético que, aparte de productor, músico, arreglista y compositor, se dedicó al cine, donde se puso bajo la piel de un extraterrestre desesperado por acabar con la sequía de su planeta, llevándose el agua de la Tierra.
Bowie durante su carrera recurrió varias veces a la Ciencia Ficción y logró que este género, aparentemente circunscrito a la literatura y al cine, se popularizara también dentro del mundo de la música. Sin embargo, al escuchar sus canciones o ver sus películas, queda claro que su interés no es el de un diletante, hay, de hecho, una preocupación de fondo que lo empuja a convertir una novela de Orwell en canción.
Durante los años sesenta y setenta el planeta soportaba la Guerra Fría, Vietnam seguía lavándose con sangre y existía el peligro de una catástrofe nuclear, empujada por el encumbramiento de políticos de línea dura como Nixon en los Estados Unidos o Brézhnev en la Unión Soviética.
Por otro lado, movimientos de jóvenes occidentales, hastiados de la violencia y acaso de la propia banalidad en la que vivían gracias al progreso económico de sus padres, optaron por el pacifismo o la irreverencia, que concluyó con el Mayo del 68 y la masacre de Tlatelolco.
El mundo, en definitiva, siempre ha sido una incertidumbre, pero en aquellos años el miedo a una conflagración peor que las dos guerras mundiales, hacía que los jóvenes buscaran un espacio para luchar o, al menos, para expresar su inconformismo.
Bowie sintió ese malestar. Su sensibilidad artística le hizo comprender que el humano se encaminaba hacia su destrucción, principalmente por ser incapaz de respetar su espacio. Asimismo, el nivel de deshumanización de los hombres alcanzó tal envergadura que no es descabellado pensar que algún día olvidaremos hasta el sexo – como sugiere en “Drive-In Saturday” –, al fin y al cabo, esa burbuja vacía de amor y compasión que estábamos construyendo no justifica ni la reproducción.
El cantante de rock vio lo mismo que Orwell: el amor será eliminado por la ambición de poder y la humanidad por el egocentrismo.
Bowie en su álbum “The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars”, plasma estos miedos en la figura de su álter ego, el extraterrestre Ziggy Stardust, quien vino al planeta para intentar advertirnos sobre su fin, pero que, al final, sucumbe a su propio éxito y fracasa en su misión. El británico parece decirnos que el egoísmo de nuestra especie ha corrompido tanto al mundo que es suficiente con respirar el mismo aire para quedar contaminado.
Bowie fue un cantante de rock, sí, pero también algo más: fue un verdadero artista porque tuvo la sensibilidad de no divorciarse, a pesar del éxito y de la fama, del mundo que lo rodeaba. Caminó más allá de los espectáculos de luces multicolores en los escenarios, pero sin pretender catequizar con su música, sino limitándose a llamar la atención con el empeño de ser diferente a Ziggy Stardust, cumpliendo la misión que él no fue capaz.
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