Acaba de caer una tormenta mediterránea. Con sus alharacas de "ahora mando yo", su tremenda coquetería. Ya ha terminado de llorar. Mientras tanta agua, ¿qué? Pues he hojeado de nuevo un pequeño libro de George Steiner, un diálogo con Cécile Ladjali, profesora de literatura en un liceo parisino: Elogio de la transmisión.
Un gran pequeño libro. Cito algo grande, de Steiner:
Por eso lamento tanto el que no se aprenda nada de memoria. Aprender de memoria significa, en primer lugar, trabajar con un texto de una forma absolutamente excepcional. Lo que uno ha aprendido de memoria cambia con uno mismo, y la persona se transforma con ello, a su vez, a lo largo de toda la vida. En segundo lugar, nadie será capaz de arrebatárselo. Lo que uno sabe de memoria es lo que le pertenece a uno mismo, a pesar de los indeseables que gobiernan el mundo, de la policía secreta, de la brutalidad de las costumbres, o de la censura, que también existe entre nosotros y en todas sus formas. Constituye, pues, una de las grandes posibilidades de la libertad, de la resistencia. (...)
Creo sinceramente que, cuando se deja de lado el aprendizaje de memoria -y los jóvenes aprenden muy rápido de ese modo, algo admirable en verdad-, cuando se descuida la memoria, si no se la ejercita igual que un atleta hace con sus músculos, ésta se debilita. Nuestra escolaridad, hoy, es amnesia planificada.Un poema, un salmo, una oración, un aforismo, muchos... Qué libres debían de ser los rapsodas homéricos, qué trabazón sólida la de sus espíritus; qué indigencia la nuestra, recién mojados por tormentas veraniegas que ya no acertamos a recordar.