John Williams, Fiordo. Trad. Carlos Gardini.
El mejor escenario es cuando el libro del que uno quiere hablar trae sus propios adjetivos, de modo que uno sólo tiene que tomarlos prestados y aplicarlos, y de paso citar la propia obra. Por ejemplo, en el caso de Stoner, podemos usar las palabras del narrador de la novela al referirse al libro que publicó la mujer de la que el protagonista se enamoró: “La prosa era elegante y una lucidez distante y aplomada encubría su apasionamiento”.

La cortesía también está en la cadencia de los acontecimientos: las cosas que le suceden al protagonista son casi previsibles, evitables, y se llega a ellas sin rodeos ni florituras, como si de otra manera el narrador se hubiera permitido sofisticaciones inapropiadas.Esta manera distante, pudorosa y, sobre todo, leal y consistente, es la identidad de William Stoner, el protagonista de la novela. Y esa personalidad se refleja perfectamente en la consecuente vida del personaje.Al final de su vida, por ejemplo, Stoner reflexiona que “había querido ser profesor y se había convertido en eso. Pero sabía, siempre había sabido que la mayor parte de su vida había sido un profesor indiferente. Había soñado con cierta integridad, una especie de pureza plena; se había resignado a las concesiones, a los embates y desvíos de la trivialidad. Había atisbado la sabiduría, y al cabo de largos años había hallado la ignorancia. ¿Y qué más?, se preguntó. ¿Qué más? ¿Qué esperabas?, se preguntó”.“Qué esperabas”, se pregunta Stoner como seguramente nos preguntaremos todos en algún momento. La pregunta que plantea esta novela es probablemente si hay o no dignidad en el fracaso. Estoy pensando en el final de esta reseña y ya me suena efectista, pero ni modo, así fue. Al final de la novela, cuando Stoner está muriendo y pensando en “el fracaso”, de repente le parece que “esos pensamientos eran mezquinos, indignos de lo que había sido su vida”.Me quedé en vilo. Yo sabía que en ese momento de la novela ocurriría la necesaria epifanía que nos reivindicaría a todos. Lo realmente sorprendente es darse cuenta de que no se necesita tal epifanía. Esperarla también es mezquino. La novela de John Williams lo prueba desde la primera página.
David RoaACLI