Revista Comunicación
IMAGINO QUE LA angustia de quedarse sin casa solo puede ser comparable a la de perder un ser querido. Pero los bancos, claro, no entienden de necesidades ni de sentimientos. Sólo de números, balances y resultados. No de personas. Tampoco los partidos políticos, salvo alguna honrosa excepción como Izquierda Unida, han estado muy rápidos que digamos. Tampoco la sociedad, en general, ha manifestado demasiada inquietud por el terrible drama de los desahucios. 350.000 ejecuciones hipotecarias desde el inicio de la crisis no han sido suficientes para que estallara la olla de la presión social.Ahora, con tres suicidios, y el de Amaya Egaña ha resultado determinante, los medios de comunicación se vuelcan, las redes sociales claman justicia y los políticos, PP y PSOE, se dan codazos en busca del acuerdo que se les viene exigiendo desde hace años para reformar una ley obsoleta, anticuada y, sobre todo, inhumana. Pero hay algo más. El movimiento 15-M y la Plataforma de Afectados por la Hipoteca-PAH tenían razón. Y como la tienen, ya va siendo hora de que se les reconozca el valor de su activismo contra el fraude hipotecario y las cláusulas abusivas que ha ido imponiendo el sistema en su propio beneficio. Entiendo que lo pertinente ahora sería frenar todos los desahucios de aquellas familias que ven peligrar su vivienda habitual, abordar de una vez la dación en pago y poner en marcha un gran parque público de viviendas para alquilar muchas de las casas en poder de los bancos. Ya está bien de paños calientes. Demasiado tarde, en cualquier caso, para Amaya Egaña.