Tras el éxito sorpresa de Stranger Things, la segunda temporada de la serie de los hermanos Duffer estaba sin duda entre lo más esperado del año. La primera entrega jugaba sobre seguro, apoyándose en la nostalgia del cine de los años 80. Su argumento era un claro homenaje a Stephen King -con It y Ojos de fuego como principales referentes- y su tratamiento visual remitía al Steven Spielberg director -E.T, el extraterrestre (1982)- y productor -Los Goonies (1985)-. La serie de Netflix se servía además de la recuperación de actores como Winona Ryder -Bitelchús (1988)- y Matthew Modine -Birdy (1984)-. A pesar del éxito, esa primera temporada tenía carencias, sobre todo en su desarrollo argumental, deslavazado, inconexo y predecible. Pero el encanto de sus protagonistas preadolescentes -nerds aficionados a los cómics y a los juegos de rol- sumado a constantes golpes de efecto, fueron suficientes para ganarse nuestra simpatía. Pues bien, esta segunda temporada sigue siendo igual de simpática, pero no corrige los errores antes mencionados. Para disfrutar de Stranger Things hay que aceptar que estamos ante un juego referencial sin demasiada enjundia, y eso se cumple en las dos temporadas estrenadas. En esta segunda entrega, el argumento es prácticamente clónico al de la primera y su calidad, la misma. Así, Joyce Byers (Winona Ryder) debe salvar de nuevo a su hijo, Will (Noah Schnapp); reaparece el monstruoso demogorgon, aunque multiplicado; se expande el misterio sobre la extraña dimensión (el upside down); se indaga en el pasado de Eleven (Millie Bobby Brown); el sheriff Jim Hopper (David Harbour) vuelve a meterse en problemas con sus investigaciones; se retoma la tensión sexual entre Nancy Wheeler (Natalia Dyer) y el friki Jonathan Byers (Charlie Heaton); Steve Harrington (Joe Keery) vuelve a demostrar que es un chico malo con corazón. En esta repetición temática -y aunque se agregan algunos nuevos personajes- Stranger Things 2 es lo más parecido a una secuela de los años ochenta, esas que se esmeraban en darle al espectador más de lo mismo, más de lo que ya les había gustado (en los casos en los que esto no se cumplía, solía haber una tercera parte con una "vuelta a los orígenes"). Por ejemplo, las famosas lucecitas de Navidad que utilizaba Will para comunicarse con su madre desde la otra dimensión, son sustituidas aquí por dibujos que resultan ser piezas de un puzle mayor. Esta segunda parte comienza de forma torpe y solo adquiere ritmo y verdadero interés cuando los protagonistas se enfrentan a los peligros de turno en el clímax. Los dos últimos episodios están francamente bien y salvan esta ficción de la mediocridad.
