Que el Estado nos cobre un impuesto sobre lo que soñamos no parece tan disparatado, solo es cuestión de tiempo y tecnología, pues es el peaje de los sueños la materia sobre la que discurren noventa intensos minutos. La elaboración cuenta con más imaginación que medios, y la historia, mezcla de comedia e intriga, tiene su aquello: por un lado, una realidad futura, el 2035, anodina y solitaria, por otro, un mundo onírico perfecto y en grata compañía que describen igual a cualquier cinta de animación almibarada hasta los topes. Aceptaremos que por una vez algo sea ideal y molón mientras nos bebemos un batido de fresa con toppings.
Puntuación @tomgut65: 5/10