Revista Política

Su derecho a la huelga

Por El_situacionista
Su derecho a la huelgaLa ocasión la pintan calva. Ya es legendario el oportunismo liberal para redirigir la democracia, hacerla cada vez más pequeña y lograr, en nombre de las buenas personas (antes españoles de bien) que el derecho de unos pocos trabajadores enfadados, molestos casi sin motivo, no perjudique al resto de los ciudadanos que quieren vivir en paz. Las guerras me las pelean ustedes en casa, en silencio y con cuidado de no romperme el jarrón de cristal, que es un regalo de boda de una prima mía de Gerona.
Estos días de huelga de los empleados del Metro de Madrid han vuelto a servir para de excusa coyuntural para advertir a los trabajadores de toda España de que hay que tener cuidado con estos sindicalistas, con los que protestan en el trabajo. Ojo, que hay crisis y como se enfade quien paga, todos a la calle y pillo a cualquier por ahí que me hace lo mismo que tú pero por la mitad de sueldo. Imbéciles, que somos unos imbéciles.
La huelga en España está regulada por la Constitución del 78. Sí, hay una reglamentación más desarrollada que el parrafito de la constitución dedicado a la huelga, pero es una ley de desarrollo del derecho a la huelga anterior a la venida de la salvadora, pacificadora y relajante duodenal llamada Democracia.
Uno, que peina alguna cana aunque todavía discreta, es capaz de recordar que todos estos cuchicheos sobre el derecho a la huelga ya salieron a la palestra hace unos años, cuando la Globalización -la segunda salvadora, pacificadora, etc, etc- venía en nuestra búsqueda. Eran los tiempos del liberalismo de Aznar y los trabajadores de SINTEL en el Paseo de la Castellana. Fue esta la mayor demostración de dignidad humana, trabajadora y solidaria que nuestros ojos han visto. Una lucha de trabajadores, una lucha obrera, que fue tan rodeada por cuestiones éticas y solidarias, que conmovió a todos los grupos de trabajadores hasta el punto de que el poder político tuvo que incluir en su discurso frases que dieran la razón a los trabajadores.
Varios cientos de tiendas de campaña en la Castellana movilizaron a los madrileños. Molestaban el tráfico, hacían manifestaciones, sus mujeres ocuparon la catedral de la ciudad, los futboleros tenían complicado llegar al Bernabeu, incluso las cabras, ésas que se pasean una vez al año por la capital, tuvieron que compartir espacio con todos estos trabajadores de más de 50 años que se quedaban en la calle de un día para otro sólo por el aumento en la cuenta bancaria de unos pocos. Pero nadie protestó. El gobierno les intentó echar de allí, pero la gente les llevaba comida para que resistieran. Los bares de los alrededores hacían bocadillos gratis para los trabajadores de SINTEL y de allí no los movió ni dios hasta que se parió un acuerdo justo y con el que ellos, y sólo ellos, estaban de acuerdo. Volvían los tiempos del megáfono a pie de obra.
Ahora los trabajadores del Metro de Madrid deciden que no tienen que sufrir los problemas de la mala gestión de la administración madrileña de Esperanza Aguirre. Ellos no son empleados públicos, no tienen los derechos que los empleados públicos tienen y, por tanto, tampoco tienen que sufrir los cambios que sufran los empleados públicos. Este hecho, que es de justicia, ha desembocado en una huelga con calificativo. Se la llama huelga salvaje, por los propios sindicatos que la han declarado. Salvaje porque no respetan los servicios mínimos que la ley franquista obliga a respetar. Durante dos días los trabajadores del Metro de Madrid se ausentaron de sus puestos de trabajo, reclamando su derecho a la huelga, y exigiendo que se les trate con justicia. No explicaron a los ciudadanos qué querían conseguir, y cuando lo hicieron, los medios de comunicación del liberalismo –es decir, todos- terminaron por desvirtuar el mensaje. Una huelga y paro total de trabajadores de Metro ha sido equiparada a una huelga de pilotos del SEPLA.
A los dos días, la Comunidad de Madrid amenazó con empezar a despedir a trabajadores en huelga –cosa completamente ilegal- por no cumplir servicios mínimos, y los sindicatos decidieron dar marcha atrás. Recularon hostigados por el liberalismo político, los perros de presa mediáticos y unos ciudadanos incapaces de comprender qué se estaba jugando delante de sus narices. Unos ciudadanos increíblemente idiotizados que sólo veían que para ellos llegar a su trabajo, a su mordaza o a su trono les resultaba más complicado de lo normal. En lugar de ver que había alguien tan cansado de que les tomaran el pelo, tan cansados de las injusticias que comprometen la subsistencia de sus familias, que decidieron incumplir la ley franquista de huelga para poder hacer presión a sus patronos-dirigentes políticos que, desde el cargo de responsable de juventud de la Comunidad de Madrid hasta arriba, tienen coche oficial y conductor.
La huelga de Metro de Madrid pasará, los precios de los servicios públicos subirán para seguir pagando los sueldos de las marquesas que no llegan a final de mes, los trabajadores seguirán siendo despedidos porque sí, el gobierno psocialdemócrata subirá los impuestos a las clases más pobres y los ciudadanos seguiremos quejándonos unos de otros sin mirar a quien nos pisa y vigila, no vaya a ser que se cansen de echar migas de pan a las palomas en que nos hemos convertido.

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