Le conocí en otoño. Yo tenía catorce
y él cuarenta y dos, en mayo cumpliría cuarenta y tres. No sé cómo
ni dónde nos conocimos, pero eso tampoco importa. No sé si me
quería, ni si yo sabía lo que era el amor; nada de eso importaba.
A las seis le esperaba en el parque.
Llegaba con su coche, me abría la puerta y yo le miraba a los ojos.
Después íbamos a su apartamento y él me acariciaba, me besaba.
Siempre se me ocurría alguna excusa para mi madre: hoy ceno en casa
de Alicia, he quedado con Sara...
Me regalaba vestidos, sombreros,
zapatos, pero siempre me sobraba un poco de aquí o allá y eso nos
hacía reír. Le gustaba deshacer mi trenza y enredar sus dedos en mi
pelo. Le gustaba sentir cerca a su niña.
De vez en cuando, conseguía engañar a
mi madre y pasaba la noche con él. A la mañana siguiente, cuando me
despertaba, solía abrazarme con fuerza, como si al hacerlo evitase
que algo o alguien le robase a su niña.
Le gustaba sentarme en su regazo y
acariciarme el cabello.
Me decía cosas bonitas mientras me
hacía el amor, y yo sentía algo especial en sus brazos.
Ahora él tiene cuarenta y ocho y en
mayo cumplirá cuarenta y nueve, yo tengo veinte y aún no sé si
esto es amor, pero yo me pierdo en sus ojos...
Texto: +Ana Vega