Estaba por cerrar la puerta, mi corazón y el auto.
Saqué una idea de la manga, y la puse en el tablero desordenado, lo vi pasar por la misma calle, misma hora y mismo sueño. Se detuvo por coincidencia, lo observé a medida que me carcomía el tiempo, la distancia y algo de miedo.
Estaba a 17 pasos de mí, programar un encuentro es hacer más de un croquis en su espalda; llegar y no perder la pista de sus manos. Presentí su llegada, pero nunca su regreso, esa es la parte difícil de un mapa hecho a ciegas.
Su garganta tenía más de un nudo, guardaba silencio y gritaba en cada paso. No siempre la noche se lleva bien con las estrellas, porque la calle estaba llena de él y le pertenecía. La banqueta me agrietó más de lo que ya estaba, me sacudí las ganas y me encogí de hombros.
No me encontró, y ahora guardo ese croquis con detalles en la composición; un primer plano simple de arena gris, el fondo muy simple, paredes rojas y amarillas con ventanas de persianas verdes y un rincón de cielo azul.
Perdí mi reloj de pulso, pero no importa, su risa detiene el tiempo.
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