Al verme el tocólogo su primera pregunta fue “¿pero aún estás así?” Esperaban que me pusiera de parto desde la semana 34, el bebé estaba muy encajado. Me reconoció y me dijo “ala, estás con más de 4 centímetros de dilatación, vete al hospital que de hoy no pasa. Pero no tengas prisa, no corras, deja pasar un par de horas y así preparas tu cosas y vas con más calma”. Mi primera reacción fue sonreir abiertamente, qué emoción, por fin había llegado el día. Os prometo que no me puse nada nerviosa, lo había esperado tanto, lo había deseado tanto que estaba preparada. Mi marido ya era un mar de nervios cuando salimos de la consulta. Vinimos a casa, preparé mi bolsa, mi ropa. Incluso barrí la casa, y recogí ropa que tenía sin ordenar, ¡qué cosas! Lo del síndrome del nido es tremendo. Estaba tan tranquila. Y casi a la una de la tarde dije que ya era el momento de irse. Llegamos a La Paz y la enfermera me preguntó qué me pasaba, son de traca, pues que voy a parir mire usted, me dieron ganas de decirla. Pero no, educadamente la expliqué que me había visto el tocólogo y bla, bla, bla, bla. Muy incrédula me pasó a un box y cuando la doctora me vio le dijo“anda subétela a ingresar que esta señora está a punto de dar a luz”. ¡¡¡¡Inútil!!! Me dieron ganas de espetarla a la cara. Pero estaba tan contenta que no me importó.
Me prepararon, me pusieron en la sala de dilatación, espaciosa, pintada de azul, todo muy nuevo, había un ventanal enorme por donde entraba el sol, era un día frío pero muy soleado. Pedí la epidural, por supuesto quería epidural, y todo fue como la seda, a las 16,05 horas nacía mi hijo, en dos empujones y sin ningún esfuerzo. Y ahí estaba por fin, encima de mi, hermoso, lleno de vida. No os puedo describir el momento, se paró el tiempo, acababa de suceder un milagro, mi milagro. Y hoy hace 3 años de ese fantástico milagro, el milagro que me ha cambiado la vida, que me ha hecho mejor persona y que me hace sonreir con solo pensar en él.
Felicidades cariño, te quiero muchísimo.
