
Llevo dos horas en la incertidumbre, mirando la pantalla fijamente, preguntándome de qué sirve pedir cita previa, pero ya me toca. ¡Por fin! Me dirijo a la mesa 31 (que es un decir, porque ahí no hay tantas mesas... no caben) y la funcionaria de turno, con mucha amabilidad y una amplia sonrisa, me pregunta qué quiero (cosa que ya hice constar en el formulario de cita previa, ¡coño!). Le comento mi situación y lo que quiero solicitar y lo primero que me pregunta es si estoy casada, a lo cual respondo que sí y pienso para mis adentros: '¿Y esta qué quiere? Si no he acabado de explicarme ni me ha comentado qué papeles tengo que traer para hacer la solicitud. Vamos, que ni que sea ella la que te lo concede' Pues bien, resulta que me viene a decir que si quiero cobrar me tengo que divorciar; que tengo suerte de tener una hipoteca, porque tal como está todo, tengo mucha suerte; y que aquí trabajo para mí poco o nada. Es decir, que por 420 euros al mes... ¡tengo que renunciar a mi vida! He decidido que me quedo como estoy, porque los vuelos a Alemania van muy petados, porque a la hipoteca le he cogido cariño y me sabría mal quitármela de encima y porque mi marido me ha prometido que nos va a tocar el Euromillones, y yo confío en él. ¿¿¿ERROR???
