El tema “caramelos” seguro que os suena a más de una. Durante mucho tiempo hemos conseguido alejarlos en un amplio radio alrededor de nuestras vidas pero, claro, todo llega, y los caramelos llegaron hace poco más o menos hace un año.
De lo anecdótico a lo psicóticoAun recuerdo la primera vez que Bebé Gigante comió un caramelo. Estábamos en una tienda. Él sentado en un banquito con su padre y su iaia. No los veía pero los oía. Mi madre siempre lleva una bolsita de caramelos en el bolso. Empecé a oir que mi hijo urgaba en las inmensidades del bolso de su abuela y pensé, malo. Pero yo, a lo mío, buscando ahora no recuerdo si pijamas o calcetines, pero eso no es importante.
Mi madre no paró hasta ofrecerle de la manera más sutil posible un caramelito. ¿Mama, que se puede comer un caramelito el tete...? Mira que le tengo dicho a mi madre que cuando ejerce de abuela no me haga preguntas retóricas porque o me convierto en la mala de la película o la preguntita no sirve de nada. El final de la escena os lo podéis imaginar. Era tan pequeñajo que estuvimos todos pendientes de que no se ahogara con el caramelito de marras. Pero ahí quedó la cosa. Hasta la próxima.
Como era de esperar, mi pequeño gran hombre le empezó a encontrar el gustillo a esto de los dulces. La petición de los mismos a su suministradora oficial fue in crescendo. Así que cada día comía algún que otro caramelo. Se los empezaba a conocer todos. Pero cuando la petidión se convirtió en exigencia seguida de pataleta y berrinche monumental, entonces tuvo que volver a actuar Froilein Mutter.
La necesidad de frenarExacto, esa soy yo. Hablé con mis padres y les pedí por favor que me siguieran el rollo. Y lo hicieron porque entendieron que comer dulces cada día no podía ser beneficioso para el niño, así que hicimos frente común y explicamos a Bebé Gigante que sólo comería algún caramelo el fin de semana. Por aquel entonces ya empezaba a entender cuando eran los días festivos y cuando iba a cole, así que, tras varias intentonas de llevarse a sus abuelitos a su terreno, tuvo que aceptar el trato.
Los segundos llevan ventajaAsí como a Bebé Gigante pude alejarlo de las chucherías durante más de dos años, a Pequeña Foquita ha sido imposible. Como él come el fin de semana, ella, que no tiene un pelo de tonta, ya llama a su hermano para que le dé alguno. De hecho, también voy a patentar, junto con las palabras pocoyianas, el nuevo nombre que Pequeña Foquita le ha dado a los chupa-chups: Pitugüitos. Los pide con una claridad abrumadora porque ya sabe que es el único tipo de caramelo que puede comer so peligro de ahogarse con cualquier otro que no lleve palito. Suerte que también he encontrado una variedad de pitugüitos que no llevan azúcar así que, entre que se cansa de tenerlo tanto rato en la mano y lo deja en cualquier lado y que no llevan azúcar, al final, técnicamente, no le es demasiado perjudicial.
El por qué de tanta actitud estrictaMi marido, que sabe un poco-bastante de esto, siempre me avisaba que si los niños comían muchos alimentos con azúcar les daba tal subidón que no podían parar de moverse y hacer el loco. Para variar, levantaba mi ceja escéptica pero un día me tuve que rendir a la evidencia. Cuando un día de fiesta Pequeña Foquita empezó a chupar unas gominolas engarzadas en una cuerda, de golpe y porrazo la vi corriendo o algo parecido, pasillo arriba pasillo abajo y balbuceando algo así como oé oé oé. Estaba para morirse de la risa pero aprendí que mejor ver a mi niña haciendo gracietas en otro estado, sin tenerle que meter azúcar en vena.
A parte de los efectos secundarios de los caramelos como éste que os he contado o el dolor de barriga o el peligro de caries, les prohibí comer durante unos días concretos porque han de acostumbrarse a unos hábitos saludables. Creo que tienen que entender que no se pueden tener caprichos todos los días del año porque sino tampoco los terminan valorando y siempre quieren más. Lo tengo comprovadísimo. Así que Froilein Mutter seguirá haciendo su trabajo.