Uno de los temas que ha aparecido en algunas ocasiones en los últimos meses en este blog es la idea de separar la idea de agencia de la de deliberación (por ejemplo, ver esta entrada sobre la reflexividad). Que la idea que se es agente de la propia vida cuando se toma una deliberación reflexiva y consciente es un reduccionismo que fundamenta todos los racionalismos; y que deja a la mayor parte de la vida en mero automatismo. Es un proyecto que, lo hemos repetido en esas ocasiones, cruza diversas tradiciones: Va desde la razón práctica aristotélica al sentido práctico bourdeiano.
La idea de proyecto (desde el proyecto de ampliar la casa a esa nebulosa que a veces se llama proyecto de vida) resulta aquí crucial. En la visión racionalista de la vida el proyecto como lugar de una reflexión sobre la actividad, como lugar de la planificación, aparece como aspecto central: Se es agente cuando se proyecta. Por cierto lo anterior requiere una idea de proyecto que vaya más allá del tomar decisiones como tal y tener una orientación al futuro, dado que así todas las vidas siempre tienen proyectos. Para que sea interesante decir que existen proyectos se requieren
La subjetividad y el proyecto
Luego, para poder entender entonces la idea de proyecto resulta necesario entender su contrario el no tener proyectos, sin reducir el estar sin proyectos a mera falta de agencia o de pensamiento. La intencionalidad como tal no forma un proyecto. En general, para poder hablar con sentido de proyectos es necesario poder distinguir la vida proyectada de la vida no proyectada. Para que la noción de proyecto nos permita observar diferencias en la vida social es necesario establecer condiciones donde este no existe.
Plantearemos la distinción en torno a la idea de flujo y quebrar el flujo. Tengo un proyecto en la medida en que existe un quiebre en el flujo de mi actividad que me separa de ella, me permite observarla y entonces aparece como necesario planificar, organizar actividades, examinar alternativas para realizar una actividad que lleve a la consecución de un estado final deseado. En otras palabras, para tener proyecto requiero tener una aspiración y un plan organizado de actividades para su consecución, y todo ello separado del flujo de la existencia. La idea de plan es crucial porque el espacio del proyecto se construye al interior de la posibilidad que la actividad no se cumpla –es por ello que la planificación y organización del futuro es necesario.
Tanto para quien el logro de su actividad no es problemático, se de suyo, o para quien el logro de su deseo se ve como imposible no están en el espacio del proyecto. El espacio del proyecto es el espacio de la posibilidad, y de la posibilidad que depende del propio accionar. El resultado es contingente de lo que tú decidas.
Planteado de esa forma entonces se pueden distinguir en relación con la falta de proyecto la menos dos momentos y situaciones distintas.
La primera es la de la inmersión en el flujo: Donde la consecución de la actividad en la cual se está no es problemática. Esto no evita intencionalidad, examen o actividad pero ella es parte sin mayores problemas de dicha actividad. Lo que no hago es plantearme alternativas de manera reflexiva, sino que examinando la situación determino ‘lo que hay que hacer naturalmente’ (se tiene hambre y se busca comida). Cuando estoy realizando en una actividad de forma práctica y estoy inmerso en ella la separación del actor y del objeto no existe, simplemente se hacen las cosas que parecen ser requeridas por la situación: En el momento en que estoy escribiendo estas líneas no estoy pensando como escribirlas, las escribo -pero claramente este escribir es una agencia humana. Es el aprendiz quien tiene que observar reflexivamente su propia actividad, y se separa de su accionar.
Una de las dificultades para pensar en esta forma de agencia, que es de hecho la más común, es que se nos dificulta pensar una forma de pensamiento que no sea una aplicación directa de una regla universal a un caso (discutimos este tema en esta entrada sobre la categoría de juicio): Esto nos lleva a pensar en todo pensamiento como un ejercicio de una razón reflexiva, escolástica diría Bourdieu; pero ello es precisamente lo que es necesario superar.
Una segunda forma es quien ya no está en el flujo y sin embargo no ha podido desarrollar un proyecto: Quien tiene una aspiración a cumplir, que es problemático resolver, pero no posee plan alguno para poder realizarlo.
¿Por qué es importante hacer estas distinciones e insistir en el espacio de un agencia que no es proyecto? Dado que la modernidad está pensada desde la noción de proyecto entonces es fácil reducir a quienes viven fuera de la vida organizada con proyectos como seres en falta. Sin embargo, quien no vive una vida de proyectos no necesariamente está o siente una falta. En cierto sentido, la plenitud no tiene proyecto.
Es importante reconocer que los puntos extremos no son posibles de forma estable: Nadie puede estar en la pura y permanente proyección, porque al hacer ese proyecto está haciendo ese proyecto (y sí lo hace bien, está inmerso en él). Nadie puede estar en un puro flujo continuo, dado que la posibilidad de quiebres siempre está inscrita en cualquier actividad.
Los niveles de reflexividad del proyecto
Una de las dimensiones claves para poder entender la idea de proyecto es que la subjetividad moderna se basa en la constitución de una separación entre sujeto y objeto. Por cierto no sólo de una diferencia, sino de una separación: la diferencia es más amplia y no es lo mismo establecer que uno no es el otro de pensarse como separado del otro. Ahora bien, existen diversas formas de esa separación.
La capacidad reflexiva, en ese sentido, es una de las formas claves a través de las cuales se produce la operación que permite tener un proyecto: El actor se separa de la acción que realiza y la observa, y entonces puede plantearse preguntas y examinar lo que está haciendo. Una cosa es observar sobre lo que estoy haciendo (i.e me enfrento a un problema y observo con cuidado hasta que descubro lo que hay que hacer para solucionarlo) y otro es observarme a mi hacer (y proceder a preguntarme sobre lo que estoy haciendo).
En lo que se refiere a esa capacidad entonces es posible diferenciar al menos dos polos. Uno en el cual hay un proyecto, o sea una planificación consciente de una organización futura de acciones, pero que no se pregunta mayormente sobre la actividad que está realizando, observa el mundo para actuar sobre él pero no observa a su propia acción. Podemos denominarlo un proyecto de baja reflexividad. En algún sentido, si aquí ya no se está en el flujo de la experiencia el proyecto en sí opera como un flujo. El segundo nivel es de mayor reflexividad: Aquí ya se procede a realizar preguntas en torno a la propia acción: El sujeto se pregunta por qué quiere hacer ese proyecto, porque está inmerso en él, y aparece entonces la posibilidad de desear otra cosa. La pregunta que aparece es la de si realmente quiero lo que digo que quiero y estaba buscando lograr. Este es un nivel de alta reflexividad. Puestos esta posición ya no hay ningún tipo de flujo. En el primero el objeto es problematizado, en el segundo el sujeto también lo es.
Ahora bien, si estar en el acto de proyectar no es estable, menos lo es el estado de máxima reflexividad. Las situaciones y momentos a los que corresponde son esporádicos; y si bien cambios relevantes pueden producirse a partir de ellos no es algo que ocurra en el día a día. Examinar el proyecto en que estoy y observar cómo se avanza y que obstáculos siguen existiendo es algo que puede ser incluso diario: pensemos en lo que era la práctica del exámen de conciencia y el diario de vida como dispositivo). Pero plantearme como pregunta en qué proyecto estoy algo que se hará sólo en algunas ocasiones. Esto tiene consecuencias metodológicas, pero también en términos de subjetividad: Puede existir una subjetividad que se base en estar proyectada, porque aunque no siempre se puede estar en situación de proyectar, al menos el estar en proyección puede ser habitual; pero no puede existir una subjetividad de alta reflexividad como estado, sino más bien subjetividades que pueden (o no) tener esa situación.
La discusión anterior debe poner en evidencia que las distinciones que estamos realizando aun cuando se exponen, para su mayor claridad, de forma dicotómica, como si fueran alternativas; en realidad son parte de un continuo.
De una parte, la actividad puede constituirse como un proyecto paso a paso: Pensemos en el mero hecho de plantearse reflexivamente un deseo o aspiración: Decirse a uno mismo quiero hacer tal cosa (como ejemplo trivial, una declaración de año nuevo). Con ello todavía no estoy realizando un proyecto, pero tampoco estoy en la aspiración que va inscrita en la actividad que realizo sin pensarla como tal. Por ejemplo, al escribir este texto intento que sea claro sin detenerme a reflexionar sobre la claridad, sino simplemente escribiendo y corrigiendo cuando encuentro que algo no es claro. El momento reflexivo empieza a aparecer cuando dejando de escribir y observando el texto digo: ‘en realidad, esto no es muy claro, ¿Qué puedo hacer para que lo sea?’. O incluso, ¿para qué quiero que sea claro?
Son parte de un continuo porque además están imbricados entre sí: En la realización de la actividad planeada, cuando estoy haciendo el proyecto, estoy más bien en el flujo; no se puede hacer un proyecto en actitud proyectiva. Todo proyecto implica una serie de actividades que al ser realizadas cada una no requiere ir pensando en el proyecto: Siguiendo con el ejemplo de esta escritura. Escribir este texto es parte de un proyecto mayor (este blog); pero la tarea misma de escritura no se hace pensando en ese proyecto mayor (más bien, se hace al examinar el producto de esa actividad).
¿Por qué es importante hacer estas distinciones? Distinciones que recordemos, no distinguen tanto individuos como diferencias que distinguen momentos a través de los cuales los individuos puede pasar (en principio, un individuo puede pasar por todos ellos)., sino que se percibe sin tener una capacidad que requiere para cumplir su desear. Algo simple y que ya mencionamos el inicio: Una forma de recuperar las formas de agencia que no se reducen al modelo racionalizante de la acción reflexiva y consciente, y de esta forma no menospreciar el simple vivir.