Youssef ha cruzado el desierto del Sahara con un mapa escolar de Europa doblado en el bolsillo. “¿Podría indicarme dónde está Lampedusa? Yo no la encuentro”, dice este nigeriano de 28 años en la capital de Libia.
La pequeña isla italiana de Lampedusa está donde siempre: en el mar Mediterráneo y 600 kilómetros al noroeste de Trípoli. Pero llegar a ella se ha convertido en sueño imposible de inmigrantes y refugiados africanos.
“No hay vuelos directos desde Abuja –la capital de Nigeria— a Trípoli, así que tuve que venir por tierra. Pagué 800 euros (1.087 dólares) por un viaje de cinco días a través del desierto en la parte superior de un camión cargado de todo tipo de cosas. El conductor me dijo que me atara con una cuerda, que no se detendría si alguien se caía”, relata el joven a IPS.
Sosteniendo siempre un palo que sujeta un rodillo de pintar, Youssef se destaca entre las decenas de subsaharianos que se congregan a diario bajo el puente de Gargaresh, al oeste de Trípoli. Esperan que alguien los recoja para un día de trabajo. La paga ronda los 20 dinares libios, unos 16 dólares, pero no se puede hablar de un estándar.
“La semana pasada trabajé durante 10 horas seguidas en una obra, pero no me quisieron pagar. Cuando quise quejarme, me pusieron una pistola en la cabeza y me dijeron que me fuera o me pegarían un tiro”, recuerda Suleyman, un maliense que no ve el momento de irse de Trípoli “para siempre”.
“Esto no es vida para nadie. Los enfrentamientos entre las milicias son constantes y a menudo me acosan solo porque soy negro”, lamenta este joven de 23 años.
“En cuanto reúna el dinero, me embarco a Lampedusa antes de que sea demasiado tarde”.
Por el momento, el trabajo es escaso y mal remunerado y la competencia cada vez mayor. Un asiento en una de las pateras ronda los 1.000 dólares, una suma inalcanzable para muchos aquí. Y no es el económico el único factor a tener en cuenta.
“La mayoría de los barcos dejan de salir antes de noviembre debido a las condiciones del mar, pero puede que todavía tengamos alguna oportunidad más antes de que acabe el año”, asegura otro joven, Christian.
Según dice este nigeriano de 27 años, los recientes enfrentamientos en la capital libia y la creciente inestabilidad de este país está empujando muchos a tratar de llegar a Lampedusa “a toda costa”.
Durante el régimen de Muammar Gadafi (1969-2011), Libia se convirtió en un centro importante de inmigrantes africanos mientras el entonces gobernante pedía dinero a los países europeos para evitar una “Europa negra”.
Pero desde 2011, el número de los que huyen hacia el norte ha aumentado, principalmente porque la falta de seguridad permite a los contrabandistas de personas trabajar con mayor libertad.
En una entrevista exclusiva, uno de ellos aseguró a IPS que “el gobierno actual está demasiado ocupado para vigilar la costa debido a los niveles de violencia que sufre el país. A día de hoy, nuestro principal obstáculo son las olas”.
El entrevistado, que pidió permanecer en el anonimato, admitió que gana unos 27.000 dólares por cada viaje con éxito a Lampedusa. Los pagos, aseguró, solo se aceptan “tras poner los viajeros pie en tierra”, y a través de un intermediario en Trípoli.
Lo cierto es que hace pocos meses la costa permanecía mucho más vigilada. Imran, de 21 años, llegó desde su Cachemira natal –en el norte del subcontinente indio—, para acabar navegando sin rumbo en un barco durante tres horas antes de ser capturado por la guardia costera.
“El capitán simplemente no conocía la ruta y estuvimos navegando en círculo”, recuerda este joven que pagó con tres meses de prisión su primer y único intento de llegar a Lampedusa. A pesar de las duras condiciones del centro de detención libio, todavía afirma que tuvo suerte.
“Éramos alrededor de 50 en la misma celda pero, al menos, los guardias nunca me tocaron. Para los negros era completamente diferente. Los golpeaban y torturaban de la forma más brutal, y prácticamente a diario”, recuerda Imran. Las mujeres, añade, eran obligadas a ofrecer sexo a cambio de su liberación.
Su testimonio es corroborado por el informe que Amnistía Internacional publicó en junio, donde la organización humanitaria llamaba al gobierno libio a poner fin a la “detención arbitraria e indefinida de refugiados, solicitantes de asilo y emigrantes, incluidos los niños, únicamente por razones migratorias”.
AI también documentó varios casos de detenidos, incluyendo mujeres, que denunciaron haber sido víctimas “de palizas brutales con tuberías de agua y cables eléctricos”.
“Yo solo pagué 500 dinares (400 dólares). Los botes más baratos, la mayoría de ellos gestionados por somalíes, son los que nunca llegan. La próxima vez lo intentaré con uno que fleten los sirios. Son mucho más caros, pero dicen que los sirios siempre llegan a Lampedusa”, explica Imran en el hotel donde trabaja como limpiador.
Elías, su compañero de trabajo, admite que está considerando la posibilidad de unirse a Imran en su próximo intento.
Hasta ahora, solo una cosa le ha impedido dar ese último paso. “Incluso si pagas los 1.000 dólares por un buen barco, no lo puedes ver hasta el mismo momento de salir. Y llegados a ese punto no permiten que nadie se eche atrás”, explica este hombre de 28 años de Arlit, en el norte de Níger.
“Mi primo pasó dos semanas en una ‘casa de espera’ hasta que el tiempo mejoró para embarcar. Finalmente consiguió llegar a Europa, pero no todo el mundo tiene suerte”.
De vuelta bajo el puente de Gargaresh, Youssef sigue esperando un trabajo que le permita costear su billete a esa isla que acaba de señalar con un bolígrafo en su mapa. Sin embargo, es plenamente consciente de que el viaje a ese punto diminuto bien podría ser “de ida y vuelta”.
Los pescadores locales lo saben demasiado bien.
“A menudo encuentro cadáveres atrapados en mis redes”, dice Abdalah Gheryani en el pequeño puerto pesquero de Gargaresh, apenas a 200 metros del puente.