El magnífico trinomio Coen-Clooney nos trae con Suburbicon otra estupenda comedia negra que apunta con precisión al corazón de uno de los más sensibles tópicos narrativos del cine y la televisión estadounidense: “the suburb”, una realidad tan chirriante sobre la hipocresía y el ansia de jerarquización social (y racial) norteamericana, que resulta el escenario perfecto para mostrar el sinsentido de las apropiaciones de moral universal, derecho y “libertad” de la clase media-alta en pleno estallido del “progreso”, los años 50 en Estados Unidos.
Una realidad que no puede dar lugar a otra cosa que no sean personajes neuróticos y ridículos en su afán por auto-convencerse de que forman parte del club de los ganadores, de los que han trabajado esa “tierra de las oportunidades” que les da derecho y legitimidad para estratificarla y así coronar con orgullo la posición más alta. Un lugar intocable llamado “the suburb”, el cual debe garantizarles máxima seguridad para no tener que echar el cerrojo de sus sus casas unifamiliares (y blancas, como el resto de sus vecinos) que se erigen sobre un césped probablemente trabajado por personas de otro color, recordándoles así que, el oxígeno que comparten con su opulenta jardinería es uno muy exclusivo, y ellos se lo merecen.
Aquí tienen a una orgullosa disfrutadora (permítanme el espanglish) de la literatura audiovisual del suburb: es absolutamente genial asistir a la evidencia de lo torpes y patéticos que resultan estos egos humanoides, creyendo salvarse así mismos mediante trazados territoriales de líneas que definan la dignidad de las personas. Y no sé quién, o qué cinta, fueron pioneros en esto, pero desde la ternura de Eduardo Manostijeras, pasando por la televisiva, y buena representante del tema en clave de humor negro, Mujeres desesperadas, hasta el nihilismo de American Beauty o el dramón de Revolutionary Road, podemos maravillarnos con el arte de la sátira y la crítica más feroz hacia la humanidad y su estúpido ego, tan zopenco y desastroso en su camino meteórico hacia el dichoso “crecimiento”.
Estaría bien hablar un poco de Suburbicon, también, pero lo único que puedo decir es que estos tipos saben crear acciones, tramas, personajes y símbolos que son, en sí mismos, el más honesto sentir de la esencia del suburb. Vayan al cine a engancharse con una comedia muy Coen (pero facilita y digerible), con unas imágenes preciosamente filmadas e inverosímilmente divertidas (Matt Damon esangrentado viajando en mitad de la noche en una bicicleta infantil por las amplias avenidas de Suburbicon), y con las ganas de comprobar cómo transcurre toda la historia bajo la mágica ley cinematográfica de las casualidades imprevisibles, pero gratificantes cuando se comprenden. Buena pieza de crítica teñida de negro, de sangre, de mantequilla de cacahuete con mermelada y mini venganzas personales contra el sueño americano.
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