Revista Opinión

"Subversión" Antihumanista-Atea y "Revolución" Humanístico-Cristiana

Por Beatriz
Recomiendo vivamente el libro "La Hora de Cristo: actitudes claras frente a compromisos equívocos" de Michel Federico Sciacca.   Un libro que no debe faltar en la biblioteca de católicos y no católicos.  En las siguientes líneas con gran honestidad y amor por la sabiduría, el autor que es un filósofo y laico católico aborda el tema del marxismo, sus errores y la lección que representa para el fariseísmo cristiano, y como buen médico pone el dedo en la llaga para así sanar la herida. 
Sciacca dice una verdad que hay que gritarla en los tejados: "El enorme error de Marx fue precisamente confudir el Cristianismo con algunos FARISEOS con el evangelio en la mano."
La única y verdadera revolución que puede salvar al mundo es "la revolución del espíritu".  Jesús vino para salvarnos y a enseñarnos esto, y la mayoría, dentro y fuera de la Iglesia,  no ha entendido bien su mensaje o lo han olvidado.
Después de leer este libro de Sciacca me queda claro que hay que estudiar más a fondo "el problema del fariseo" para saber "cuidarnos de su levadura" como aconsejó Cristo.  Cuando se habla de fariseísmo generalmente apuntamos el dedo hacia la jerarquía, donde han habido y hay muchos fariseos, es verdad, pero también existe el fariseísmo del laico que Sciacca explica magistralmente.
Es más, me atrevo a decir que Sciacca (1954) se adelantó a la teología de la liberación del padre Gustavo Gutiérrez, diciendo en esencia lo mismo, pero con una mayor claridad, señalando con más precisión (inclusive que la Libertatis Nuntius) los errores fatales del marxismo y del fariseísmo cristiano.
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(fragmentos de) La Hora de Cristo: actitudes claras frente a compromisos equívocos
- "SUBVERSION" ANTIHUMANISTA-ATEA Y "REVOLUCION" HUMANISTICO-CRISTIANA
El marxismo cuando habla de "transformación" del hombre y del advenimiento de la "nueva sociedad" se trata de cambiar la estructura económicosocial de la sociedad, pero, como para el marxismo la económica es la única estructura auténtica, se trata de una transformación radical del hombre: no sólo en el sentido de mejoramiento de las condiciones de las clases no privilegiadas u oprimidas (y por consiguiente de justicia social) o del final del capitalismo y del proletariado para instaurar una sociedad del trabajo, sino en el de una transformación que implique radicalmente a toda la concepción de la vida (las instituciones sociales y jurídica, la moral, la religión, etc.).  Para el marxismo no existe el Ser, la substancia ni la esencia del hombre permanentes idénticamente a través del devenir o de la evolución.  El ser y la esencia son producto de formación histórica y no entidades ontológicas.  Por consiguiente, el "nuevo hombre" y la "nueva sociedad" de que habla el marxismo no son los equivalentes de un tipo de hombre libre de la explotación o de una sociedad en la que se actúe la mejor justicia social posible.  Significan, en cambio, el advenimiento de un hombre metafísicamente diverso, "transformado" en su "ser" y en su "esencia"; o, mejor dicho, un hombre que tenga por esencia la que le proporcione el nuevo grado de evolución o la nueva situación histórica.  La "nueva sociedad" comunista o "sociedad homogénea"(sin clases sociales) comporta la muerte de la lógica, de la moral, de la religión, el fin de las llamadas "superestructuras" de las sociedades clasicistas.
Marx, además de alemán y hegeliano, era de raza hebrea; y, como todo hebreo, se creía dotado de espíritu profético.  El profetismo de Marx es nihilista: negación del ser como tal y de la historia en cuanto ruptura con la tradición (la sociedad homogénea será radicalmente nueva como los hombres que la compondrán).  Esto da al marxismo un cierto carácter "teologal" (el pensamiento hegeliano es una teología secularizada) e incluso "escatólogico".  Sin embargo, no se puede hablar de una "mistica" del marxismo sino de un "fanatismo" que, como tal, es absolutización de lo finito, divinización de lo terreno y temporal.  En efecto, Marx seculariza el paraíso, ilusión o superestructura (como la idea de Dios), nacida de una determinada estructura social y económica y pone su actuación en un momento de la evolución humana, que será el final del devenir histórico.  Como puede verse, el problema del mejoramiento de las condiciones vitales y de la justicia social es secundario en el marxismo.
- El antihumanismo del humanismo ateo y sus contradicciones
Este humanismo se llama ateo precisamente porque se considera humanismo.  En otros términos, cree que admitir la existencia de un Dios trascendente, al que hay que adorar y someterse (el Dios de la religión), es negar al hombre.  El teísmo es antítesis del humanismo, por lo que en el momento religioso el hombre renuncia a sí mismo, se enajena, todo lo entrega a Dios (teocentrismo); en cambio, en la plena conciencia del momento humanístico, cesa la alienación y el hombre reconoce sus poderes autónomos.
Esta es la tesis general del llamado humanismo ateo, marxista o no marxista.
Sus formas son diversas, pero todas tienen en común algunos presupuestos:
a) la religión es un grado inferior de la evolución y del progreso del hombre (y de la sociedad).
b) por consiguiente, el momento religioso es un grado transitorio del progreso humano.  Cuando un hombre (una sociedad o toda la humanidad) adquiere, en el máximo de evolución, plena conciencia de sí mismo, desaparece la religión y hasta la idea de Dios queda cancelada en su mente. 
c) Así, pues, mientras el hombre se enajena de Dios, puede asegurarse que no ha alcanzado su plena madurez y que todavía permanecen en él residuos de infantismo.
[Para] Marx la única estructura del proceso dialéctico de la historia es la de lo "económico" o "material" por lo que la moral, la religión, etc., son superestructuras, correspondientes a una situación social nacida de una particular estructura económica.  En la sociedad capitalista, moral y religión son superestructuras correspondientes a este tipo de estructura (y por consiguiente son "burguesas"), conducentes también al mantenimiento de los privilegios del capital frente al trabajo.  En la "sociedad homogénea", desaparecidas las clases sociales y con ellas los privilegios, desaparecerán las superestructuras.  A través de la evolución histórica, en el momento que cese la enajenación económica, cesará también la religiosa.  Así, realizado en la sociedad comunista el ideal de felicidad perfecta, antes hipostatizado fuera de la historia y llamado Dios, se actuará una humanidad, en la que todos los hombres estarán hermanados en el trabajo, sin explotaciones ni enajenaciones de ninguna clase, sin verse aprisionados por la idea de aquel tiránico y fantástico ser que las sociedades, todavía no evolucionadas, llaman Dios y en la que el hombre enajena todo su poder y cuando de él espera.
Para que el hombre, en la "sociedad homogénea", no piense en Dios, es necesario admitir su suficiencia absoluta, no sólo en cuanto liberación de las necesidades económicas o materiales, sino también como liberación de toda necesidad.  En otros términos: es necesario llegar ala conclusión de que el hombre, en el máximo de su evolución, se verá libre de dolores físicos y morales, no sufrirá el aburrimiento ni el cansancio espiritual, no tendrá dudas ni tormentos interiores, no morirá.  Mientras el hombre sienta una de estas faltas o insuficiencias tendrá la conciencia de no haber realizado el ideal de perfección que designa con el nombre de Dios y, por lo tanto, la alienación religiosa también se dará en la sociedad homogénea, sin que sea ya explicable como superestructura a la manera marxista.  Al marxismo no le queda más que, por amor a una tesis absurda, llegar a la conclusión extrema: el hombre nuevo de la sociedad homogénea será libre de la necesidad y por consiguiente de todo dolor y de la misma muerte.  Sin embargo, un hombre semejante ya no es un hombre, es un ser desconocido.  En efecto, esto significa simplemente que aquel ser viviente, que hoy llamamos hombre, evolucionará hasta el extremos de transformarse en el ser, que hoy llamamos Dios.  El humanismo ateo se resuelve, pues, en la negación del hombre y de los humano.  Nietzsche lo comprendió muy bien, y, en efecto, concibió su "superhombre" (expresión de la forma moral del humanismo ateo) como negación de lo humano en el hombre, como el más allá del hombre y de lo humano.
El teórico del marxismo trata de evitar los absurdos a que se halla abocado.  Así dice que el hombre nuevo o marxista será susceptible de dolores morales y morirá, pero que, dada la nueva condición social -la sociedad homogénea- en la que todas sus necesidades materiales quedarán satisfechas, perderá la conciencia de sus insuficiencias. Ahora bien, al perder la conciencia dejará de ser hombre, porque, precisamente según la definición de Feuerbach, el cuerpo viviente que es el hombre, es cuerpo de un hombre en cuanto que es consciente.  He aquí, pues, los resultados antropológicos del marxismo: o el hombre evolucionará en la sociedad homogénea hasta hacerse un beatísimo ser inmortal y entonces será un dios; o evolucionará hasta perder la conciencia de sus ineliminables insuficiencias, y entonces, perdida la conciencia de su miseria (diría Pascal) quedará sin conciencia como los animales, es decir, perderá su grandeza o humanidad; en uno u otro caso -dios o bestia- dejará de ser hombre.  Y con esto queda demostrado que el humanismo ateo es antihumanismo, es decir, la negación del hombre como tal.
- Cristianismo y cristiandad frente a la lección del marxismo
Al llegar a este punto, es necesario poner de relieve otros dos errores propios del humanismo ateo en cuanto tal (marxista o no marxista):
a) hacer de la religión una superestructura de la economía o un complemente de la filosofía o de la moral, etc. mientras que es propia del hombre como hombre autónomo.
b) malentender completamente (por malicia o por ignorancia) el sentido de la religión cristiana: el Dios revelado por Cristo es amor y no tiranía.  Padre y no usurpador; Dios no niega al hombre, sino que lo eleva a un destido sobrenatural y el hombre, adorándolo, no enajena en El su humanidad, sino que reconoce simplemente la potencia de Dios.  El hombre es más hombre cuanto más es de Dios; o, como dice San Agustín, el hombre que odia a Dios, se odia a sí mismo; el hombre que ama a Dios, se ama a sí mismo.  Por lo tanto, divinizar al hombre es negar al hombre, en cuanto que se hace de él un monstruo, un ser inhumano; se le hace salir de sí mismo y se le aniquila, perdiéndose los valores humanos y los divinos.
El Cristianismo no tiene nada en común (más bien es lo opuesto) con un "humanismo" concebido así, con un concepto de "revolución" así entendida.
Para el Cristianismo la condición económica, aun reconocida como necesaria, es sólo "condición" (y no causa), es decir, instrumento medio para que el hombre pueda elevarse mejor espiritualmente (conservación de todos los valores humanos) y conseguir, con la gracia de Dios, la salvación del alma, fin supremo al que debe tender todo cristiano y la Iglesia como comunidad de todos los fieles.
El mejoramiento de las condiciones materiales de vida, por sí solo  como fin de sí mismo, jamás ha mejorado espiritualmente a nadie (es egoísmo y animalidad).  Es más, cuando no se considera como medio y no le corresponde una elevación espiritual, resulta dañino y muchas veces, encendiendo egoísmo y deseos, hace retroceder al hombre a un grado inferior de espiritualidad.
Precisamente por el Cristianismo reconoce que es necesaria la condición material y ve en la justicia social (no en sentido marxista) uno de los fines de la hermandad cristiana (amor al prójimo) en la paternidad común de Dios y en la solidaridad con la Cruz y la Resurrección; precisametne porque el Cristiano es CARIDAD en el sentido más vigoroso y auténtico del término, el marxismo ha sido y es todavía una lección, no para el mismo Cristianismo (que nada tiene que aprender) sino para los cristianos (católicos o protestantes) que, siéndolo solamente de nombre, faltan a su deber cristiano y al mandato evangélico.
Es una lección (y no una debilidad del Cristianismo, como alguien ha dicho) contra lo que justamente se ha llamado la "mentira de las ideas elevadas", tan fáciles de "predicar" y recomendar a los demás como difíciles de "practicar" e imponer a sí mismo com norma de pensamiento y de acción. 
Dostoiewsky, aun siendo un crítico severo del marxismo, escribe con razón: "antes de pedir a un hombre que sea virtuoso, nutridlo".  Y verdaderamente es empresa difícil ser virtuosos cuando el hambre muerte y retuerce el estómago (no todos pueden ser santos y el serlo no depende solamente de nosotros).  Claro está que no basta tener el alimento necesario para ser virtuosos, sino que la satisfacción de las necesidades vitales es condición para serlo y es, en el fondo, un derecho a la vida y justicia elemental, un deber para el cristiano que se siente hermano de su semejante, cualquiera que sea.  Esta es la lección del marxismo a los cristianos egoístas, negociantes y fariseos, más amigos del "tesorero" Judas que del Maestro que, por caridad, multiplica los panes y los peces.
El marxismo es lo que es, pero el haber impuesto brutalmente a la burguesía capitalista cristiana (protestante y católica) el problema de la miseria material de tantos desventurados, es una verdad que es necesario tener en cuenta, y no precisamente para archivarla. 
¿Acaso se puede negar que el capitalismo es de origen protestante y que el anglicanismo, el puritanismo y el calvinismo han alimentado el espíritu de conquista, de dominio y de poderío económico (que es también poderío político) a través de la explotación del trabajo de los "blancos", de los "negros", y de los "amarillos"?
¿Acaso no han alimentado la más diabólica soberbia, como es la de quien se cree elegido por Dios y poseído por la gracia sólo porque sabe acumular dinero?  Los protestantes han hecho todo esto teniendo siempre a mano el Evangelio, predicando siempre las "ideas elevadas". 
No puede maravillarnos que a Marx, que conocía bien la sociedad inglesa capitalista, tan propensa a escandalizarse puritanamente, le pareciera que el Cristianismo carecía de eficacia temporal.  A sus ojos aparecía como una pantomima mantenida para ocultar los egoísmo.  La religión era para él el opio administrado al pueblo, con objeto de impedir "su despertar" y poder continuar explotándole.  Quizás no sea sólo una boutade decir que Marx se hizo marxista en Londres, aunque lo mismo le habría ocurrido en Amsterdam y en otras capitales. 
El enorme error de Marx fue precisamente confudir el Cristianismo con algunos FARISEOS con el evangelio en la mano.
Pero la protesta queda en pie; la lección sacrosanta contra quien aprendía el evangelio de memoria, lo predicaba y después en su fábrica hacía trabajar a las mujeres más de doce horas al día hasta el noveno mes de embarazo y a los niños hasta hacerlos raquíticos y jorobados bajo el peso de un trabajo superior a su edad y con un salario que no les permitía saciar el hambre
Y dejando aparte a los cristianos protestantes, ¿se puede negar la connivencia entre la catolicidad y los intereses económicos (capitalistas y sobre todo agrarios) en los países católicos, desde principio del siglo XIX en adelante? la lección marxista nos la hemos merecido todos.
[LA REVOLUCION CRISTIANA]
El Cristianismo en sí es una lección sonora contra quien permite que la miseria envilezca al hombre y a su dignidad, pero también contra el ansia de enriquecimiento, que no falta en los indigentes.  La categoría del cristiano es la pobreza de espíritu, la santa pobreza, que es "señorial" y no rica; pudiendo darse esta pobreza de espíritu en medio de la posesión de riquezas.
La Revolución Cristiana no sólo comporta una reforma exterior, que puede ser útil, pero que no cambia interiormente a un solo hombre, sino que sobre todo pretende la reforma interior.
Cuando la palabra de Cristo penetra en un alma y la llena de vida, toda la vida cambia: entonces se podrá permanecer rico como antes, pero la riqueza será administrada de muy distinto modo y sobre todo diversamente valorada (como instrumento y no como fin, como bien común y no como pertenencia egoísta); se podrá ejercer el mismo oficio que antes, pero con espíritu cristiano que es fraternidad y honestidad, dejando los negocios infames.  San Mateo, después de la conversión, cesó en su oficio de publicano, pero muchos cristianos se llaman conversos y sin embargo continúan envueltos en negocios sucios.  Por lo demás, si el marxismo ha sido y es una lección para los cristianos "de nombre" (y por lo tanto fariseos), la mejor lección (más bien la única) será siempre la Palabra de Cristo y el Magisterio de la Iglesia, que, en cada tiempo, han sido escuela de caridad, enemiga del egoísmo y de la explotación, así como también del afán de riquezas y del espíritu de comodidad.
Verdaderamente el cristiano debe aportar su grano de arena para promover el progreso material, pero con un fin preciso: crear condiciones temporales de vida para sus hermanos en Cristo (y para sí en cuanto miembro de esta hermandad), tales que les permitan ser cada vez mejores y más cristianos.  Por consiguiente, la posición del Cristianismo respecto al problema de su eficacia temporal es clara, neta, inequívoca: favorecer con la acción eficaz y desinteresada de los cristianos, la formación de una sociedad en la que cada uno tenga lo justo y todos la condición material indispensable (pero no en el sentido más absoluto, porque la gracia de Dios puede hacer que permanezcamos victoriosos en el espíritu, incluso en las condiciones más desfavorables) para que cada uno se pueda elevar espiritualmente, es decir, para que pueda vivir dignamente.  La virtud que está a la base de esta concepción es la pobreza, predicada por Cristo y por los Apóstoles, todos humildes trabajadores, sólo ricos y poderosos en el espíritu.  El haber elegido Cristo a sus discípulos (primer núcleo de Su Iglesia) entre los pobres y los sencillos indica la sublime dignidad que aquellos trabajadores vieron reconocida sin necesidad de sindicatos; y, que se sepa, Cristo jamás pensó en organizarlos: su "revolución" de los "esclavos" fue cosa muy distinta de la "revuelta" de Espartaco.  Parafraseando un célebre pasaje paulino, a propósito de quien se considera sabio, podemos decir que si alguno entre los cristianos se cree rico según el siglo, hágase pobre, para ser verdaderamente rico.
Pobreza no es miseria: en la primera, que es la verdadera faz del cristiano, el hombre puede vivir; en la segunda, sufre en el cuerpo y en el espíritu, se degrada.  En este punto la honestidad nos exige todavía poner de relieve que el marxismo ha recordado a todos otra verdad: que el hombre no sólo es espíritu, sino también cuerpo y necesidades materiales.  Ciertamente, a quien no le falta lo necesario y puede satisfacer las necesidades naturales e incluso otras que no son tales o tan necesarias, le es fácil desplegar el espíritu y no recordar durante muchas horas del día ni siquiera de que tiene un cuerpo.  Esta condición favorable le permite ser virtuoso con menos esfuerzo, cultivar su espíritu y elevarlo (naturalmente, no basta dicha condición, como demuestra en demasía la experiencia diaria), pero también ocurre con frecuencia que "se olvida" que otros hombres tienen un cuerpo, no disponiendo por desgracia de sus condiciones de vida, e incluso careciendo de todas, si se exceptúa la de la miseria permanente.  Olvido culpable, sin excusas y sin razones que lo justifiquen; más culpable todavía para el cristiano, ya que, en tal olvido, olvida y ofende a Cristo. 
El marxismo -decía- a recordado a todos que el hombre tiene un cuerpo con un complejo de necesidades, algunas urgentísimas, improrrogables, sin tiempo para discusiones; ya que sin cuerpo no les posible vivir en la tierra.  Es más, si no encuentra medios para nutrir su cuerpo y preservarlo del frío, el hombre no piensa ni quiere, desatina, delira y no sabe lo que hace.  La miseria es capaz de todo porque obscurece la razón, la priva de la condición para razonar, es decir, de la posibilidad de querer y de entender racional o humanamente.
Esta verdad elemental nos la ha recordado el marxismo a todos los cristianos, que no debíamos haber olvidado que es verdad fundamental del Cristianismo, que es doctrina de la "encarnación": del hombre que es espíritu "encarnado" en un cuerpo y que al final de los tiempos se volverá a encarnar en su cuerpo con la resurrección de la carne.  No hay hombre sin cuerpo y por lo tanto no ayudar al hermano a satisfacer las necesidades materiales vale tanto como no ayudarlo a vivir, dejarlo morir o matarloEs el modo más cómodo de matar, en cuanto que está a cubierto de sanción penal.  En efecto, dejar morir a un hombre de hambre y de frío en una esquina, quizá pasando cerca de él para ir al estreno de una obra teatral, "no constituye un delito", pero es un asesinato: el cristiano, en tal caso, dejar morir a su Cristo en la acera, porque Cristo está ya muerto, evidentemente, en su conciencia.
Hay muchos medios de matar al prójimo y los que "no constituyen un delito" siembran de cadáveres la faz de la tierra: las guerras civiles, las agresiones a la paz, movidas por el espíritu de dominio, las revoluciones, etc.; y además otro peor todavía: el odio ("quien odia es un asesino" dice Dostoiewsky), que es un asesinato continuo, tenaz, premeditado.
También esta vez la lección del marxismo acaba una vez que nos ha impuesto el recuerdo de que todos los hombres (y no sólo yo y mi amigo o pariente) tienen un cuerpo, que en todos los hombres tiene las mismas necesidades elementales.
Pero el marxismo comete el error de acordarse demasiado del cuerpo, hasta el extremo de olvidar que el hombre es también espíritu y que el espíritu no es un epifenómeno de la materia o su propiedad nacida de la evolución natural. 
Es verdad que sin el cuerpo no puedo vivir en la tierra, y que si no hubiera comido desde hace días no habría podido escribir estas páginas, sino que habría permanecido acurrucado en un rincón como un felino hambriento.  Sin embargo, no pienso lo que estoy pensando solamente por haber comido. Una cosa es la "condición" y otra es la "causa".  El cuerpo es la condición de la vida del espíritu y no la causa; y el hombre no es hombre sin el espíritu.
El marxismo que hace del hombre un "cuerpo consciente", mata el espíritu; y éste es un homicidio más grave que el que comete quien mata el cuerpo.  También esta vez el marxismo tiene el mérito de haber estimulado un problema, pero también el error de no haberlo resuelto y sobre todo de haber propuesto una solución que niega al hombre, es decir, al mismo sujeto al que le interesa la solución del problema.
- "Espìritu de revolución" y "Revolución del Espíritu"
El marxismo es espìritu de revolución: una ley dialéctica inflexible y necesariamente dominante gobierna el desarrollo de la historia, entendido com proceso de estructuras económico-sociales, nacidas dialécticamente (en el sentido de Hegel) unas de otras y cada una como "negación" de la otra.  Este proceso fatal, por una parte, puede ser acelerado por la lucha de clases, por la agitación constante, por el movimiento revolucionario hasta el punto de eliminar las superestructuras morales y religiosas (hasta la misma idea de Dios).  Es una ideología negadora del hombre y de Dios (según Marx, "el hombre es la adoración del otro hombre"; dándose por consiguiente la "deificación" del hombre).  El espíritu de la revolución, en términos marxistas, significa revolución de la materia.
El Cristianismo, por el contrario, es revolución del espíritu, que es negación del espíritu de la revolución. En este sentido, como negador del espíritu de revolución con la revolución del espíritu, es conservación revolucionaria y revolución conservadora: conserva renovando, vivificando cada situación con el espíritu cristiano que todo lo innova y lo renueva: revoluciona conservando, porque no niega, sino eleva, revela el verdadero ser de cada cosa en su verdad y a la luz de la verdad. 
En el "espíritu de revolución", negado el espíritu [del hombre], también es negada como revolución "humana".
En la "revolución del espíritu", afirmando el espíritu [del hombre] es conservada la revolución como la única revolución digna del hombre y adecuada al cristianismo.  Aquí reside la poderosa eficacia del Cristianismo, esencial al mismo Cristianismo: basta ser cristianos (en toda la amplitud del término) para transformar toda situación en el sentido de infundirle un nuevo espíritu, de recordarla conservándola y de conservarla recreándola, aunque su estructura exterior permanezca idéntica.  En la revolución cristiana, todo lo que, perteneciendo a la estructura exterior, es inadecuado (contrario) al espíritu, cae por su propia base o es transformado por y en el proceso de renovación interior del hombre.  Así la revolución del espíritu hace "superfluo" el espíritu de revolución.
Permítaseme un ejemplo casi vulgar, pero muy significativo, a mi entender:
Una familia se sienta a la mesa para comer; indudablemente realiza un acto vital y, podemos decir, económico y material.  Supongamos que no se hayan acordado, como a veces suele suceder, de comprar el pan y que, dada la hora, las panaderías están cerradas.  En el cestillo hay un poco, pero no basta para todos.  Entonces la madre dice que tiene pocas ganas de comer pan, de modo que le toque más al marido ya a los hijos.  A su vez, éstos encuentran una excusa cualquiera para comer el pan menos posible para dejarles más a los demás.  He aquí un acto vital y material que, aun permaneciendo tal, se ha transformado en acto espiritual, en una competición de donación y de amor.  El poco pan, insuficiente, casi milagrosamente se multiplica, aumenta, se extiende y todos, no saciados de pan, lo son de la donación que han hecho de sus porciones.  Es la revolución del espíritu que ha negado el espíritu de revolución, el cual, si hubiera vencido, hubiera puesto a los miembros de la familia unos contra los otros para protestar por el olvido, para recriminar, gritar y aportar derechos para tener más.  Como se sabe, la pretensión de "tener más" y "cada vez más" no tiene límites, como la de los propios derechos, si no interviene el espíritu para elevar al hombre y a las situaciones a un nivel superior, en el que todo se resuelve (incluso lo económico) según el mismo espíritu y no según la materia.

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