Siempre me negué a participar de la locura del fútbol. De pequeña no me interesaba y cuando empecé a tener conciencia, simplemente rechazaba la idea de formar parte del “pan y circo” romano. Con el paso del tiempo he dado mi brazo a torcer con la intención de participar de algo con lo que disfrutan muchos amigos. Empecé acudiendo a la cita por el simple hecho de compartir esos momentos de fútbol y cañas; después acudí al campo como parte de alguna acción reivindicativa para hacer nuestras pancartas y camisetas mucho más visibles y así fui entendiendo de qué iba aquello.
A base de ver partidos he llegado a disfrutar de ellos e, incluso, a alegrarme con la victoria y sufrir con la derrota. Lo que creo que nunca podré entender son las actitudes animalescas de algunos (hombres y mujeres) que no paran de golpear su asiento y proferir insultos al árbitro y los rivales cuando pierde su equipo.
No lo entiendo. No comprendo como hay gente que lleva a bebés y niños al estadio y con los pequeños en el asiento de al lado no paran de vociferar. No entiendo a esas mujeres que gritan sin cesar al árbitro “Sucio, hijo de puta” cuando toma decisiones que consideran incorrectas y que afectan negativamente a su equipo.
Me gusta la gente que se enfada en silencio, esos a los que, de vez en cuando, se les escapa un ¡Joder!; aquellos que, como vi el otro día y nunca pensé que pudiera presenciar, mientras sufren con la derrota de su equipo, aprovechan para leer la crítica de un libro de reciente edición en una revista de cultura. La próxima temporada será.