Revista Opinión
Giramos otra visita a los alrededores de Don Benito, en Badajoz (Extremadura), para volver a escalar las atalayas coronadas con los restos de fortificaciones medievales que aún impresionan por lo estratégico de su ubicación, desde donde se puede otear el horizonte hasta decenas de kilómetros en derredor, y por el descomunal esfuerzo que debió ser subir hasta la cima aquellas piedras con las que se construyeron esas soberbias y robustas fortalezas. Esta vez visitamos Magacela, un pequeño pueblo pacense que se descuelga por las laderas de una loma que sobresale en medio del sereno paisaje de la comarca. Un humilde caserío de casas blancas que se aprietan casi unas encima de otras debido a la pendiente y que es atravesado por estrechas calles que trepan zigzagueando hasta lo más alto. Recorrerlas, con tramos escalonados, es un reto no apto para piernas débiles y vehículos a motor, aunque sumamente placentero por permitir descubrir rincones encantadores y unas hermosas vistas que extasían al visitante.
Pero es allá, en la cima del promontorio, donde encontramos los restos de un castillo de probable origen romano del que se mantienen en pie vestigios de la muralla que lo circundaba y una Torre del Homenaje que está siendo objeto de investigación por parte de los arqueólogos. En su conjunto, son piedras que se intentan conservar, y que los siglos no han podido derruir por completo, para que sirvan de testimonio de los pueblos que nos precedieron por estos andurriales. Adyacentes a ellas, como ejemplo pétreo de esa confusión entre civilizaciones con que gusta tejerse la Historia, una antigua iglesia cristiana que sufre la descomposición de sus ladrillos, la antigua parroquia de Santa Ana, abandonada al parecer desde el año 1937, y, como antesala de lo que nos aguarda a todos –cosas y personas-, un viejo cementerio, ya en desuso, en el que reposan los que prefirieron seguir disfrutando de una panorámica impresionante aún muertos. Una panorámica en la que se visualiza la comarca de la Serena, de la que fue capital en el pasado, y las siluetas de las sierras de Montanchez, de Orellana y hasta la de las Cruces, entre otras. La localidad está declarada Bien de Interés Cultural por la Juntade Extremadura, dado los méritos artísticos, históricos y urbanísticos que atesora.
Merece la pena, pues, sudar en las callejuelas de Magacela y subir a visitar su castillo, donde las sombras de piedras milenarias y el aire fresco de las alturas refrescan y recompensan el gratificante esfuerzo de conocer lugares pintorescos y realmente hermosos. Junto al de Medellín o Trujillo, por citar algunos, estos esqueletos de castillos que resisten el paso del tiempo, de los que Extremadura dispone un rico Patrimonio, revelan la historia de conquistas y culturas que conforman eso que llamamos España.