Existen muchas razones para admirar el Reino de Suecia. El país es conocido a escala mundial por sus elevados estándares de vida, su modelo social de equidad y bienestar y su buena reputación diplomática como mediador en conflictos internacionales. Año tras año, Suecia se sitúa a la cabeza de todas las clasificaciones internacionales en libertad de prensa, paridad de género y educación. Con un Estado fuerte y una elevada competitividad económica, el modelo nórdico —santo y seña de la socialdemocracia europea— ha mostrado una capacidad de resistencia envidiable a los envites de la crisis financiera internacional de 2008. Y, sin embargo, el país no ha sido ajeno al auge de fuerzas electorales de extrema derecha en el transcurso de los últimos años. Al igual que en otros países del continente europeo, el tablero político nacional ha comenzado a tambalearse ante el empuje de posiciones antiinmigración muy críticas con el modelo multicultural que venía defendiendo Suecia a lo largo de las últimas décadas.
Para ampliar: “El feminismo diplomático de Suecia”, David Hernández en El Orden Mundial, 2018
¿Ha naufragado el modelo multicultural sueco?
El meteórico ascenso de Sverigedemokraterna, los Demócratas Suecos, en los sondeos de los próximos comicios de septiembre es el enésimo ejemplo de cómo los movimientos de extrema derecha están logrando captar votos en nichos electorales y países antaño insospechados. Este fenómeno ha demostrado responder generalmente a dos factores en Europa: por un lado, la ansiedad económica de la población más afectada por la crisis financiera —los denominados perdedores de la globalización— y, por otro lado, el rechazo a los modelos multiculturales de integración social o, en su variante más extrema, a la inmigración en sí misma. La extrema derecha sueca, encarnada por los autodenominados Demócratas Suecos, se nutre fundamentalmente de lo segundo para azuzar el miedo a perder lo primero. La lógica es que, si se acoge más inmigración, Suecia será culturalmente irreconocible y el modelo vigente de bienestar económico será insostenible. Como regla general, este tipo de movimientos procuran hacer mucho hincapié en la batalla del lenguaje, donde insisten en conceptos como avalancha, caos o invasión para referirse a la inmigración, con independencia de las cifras o datos oficiales disponibles. Lo mismo ocurre con las referencias continuas a un ascenso desenfrenado de las tasas de criminalidad y el terrorismo, que, según los datos oficiales, ni han aumentado ni responden a factores exclusivamente endógenos.
Para ampliar: “Las violaciones en Suecia y la trampa de los datos comparados”, Astrid Portero en El Orden Mundial, 2018
Pero ¿qué hay de novedoso en la situación migratoria sueca para explicar este ascenso de la extrema derecha? Desde un punto de vista histórico, los períodos de expansión y contracción de llegada de inmigrantes o refugiados a territorio escandinavo han sido cíclicos. El país ha alternado por ello políticas migratorias más o menos permisivas y priorizado gradualmente la acogida de refugiados sobre la de inmigrantes económicos, por lo que el debate en torno a esta cuestión no es ninguna novedad. El argumento de que “no se puede acoger a todo el mundo” ya fue utilizado en la década de los 90, cuando Suecia acogió a cerca de 100.000 refugiados procedentes de los Balcanes que huían de la guerra de Yugoslavia. Sin embargo, en aquella ocasión la integración social de este colectivo fue, en términos generales, un éxito. De hecho, la influencia eslava en Suecia es hoy muy notable como atestigua, por citar un ejemplo simbólico, el caso de la estrella de fútbol Zlatan Ibrahimović, de origen bosniocroata, criado en Malmö y convertido en capitán e icono nacional de la selección masculina sueca.
Para ampliar: “Los refugiados de la Eurocopa”, Fernando Salazar en El Orden Mundial, 2016
Dos décadas más tarde, la Historia parece repetirse. Esta vez con la crisis de refugiados sirios, cuya gestión se ha convertido sin lugar a duda en un importante reto para la sociedad sueca desde 2015. Con sus escasos siete millones de habitantes, Suecia fue uno de los países que mayores responsabilidades asumió en la asignación de las cuotas de asilados en el continente al acoger a cerca de 163.000 personas. Es cierto que la situación, aunque muy compleja, no era nueva. Entonces, ¿por qué ha ganado fuerza precisamente ahora y no antes una fuerza política de extrema derecha?
El principal factor de la incipiente crispación política nacional no ha venido exclusivamente de la mano de la acogida per se de extranjeros —de hecho, Suecia es uno de los países con actitudes más positivas hacia los inmigrantes—, sino que está motivada por otras dificultades, asociadas a la gestión de su integración económica y social. En este sentido, el modelo multicultural sueco, impulsado por el ex primer ministro socialdemócrata Olof Palme en la década de los 70 y continuado en mayor o menor medida por los Gobiernos posteriores hasta hoy, ha tenido dificultades para evitar por completo las dinámicas de aislamiento y exclusión social de trabajadores de cuello azul y bajo nivel formativo.
Para ampliar: Sweden is trying to turn people Swedish, The Economist, 2017.
Ello se ha visto favorecido en parte por la rigidez del mercado laboral sueco para absorber mano de obra poco cualificada en una economía desarrollada de alto valor añadido y formativo. Suecia ha intentado crear durante décadas un tejido económico igualitario, donde no hubiese trabajos de poca calidad, para así fomentar el crecimiento económico, por un lado, y evitar la estratificación social del trabajo, por otro. Sin embargo, en una economía de estas características, miles de inmigrantes o refugiados con baja cualificación y sin redes familiares previamente establecidas en el país —a diferencia de lo sucedido en los años 90 con numerosos refugiados procedentes de los Balcanes— se han visto incapaces de encontrar empleo. Ello ha dado lugar a barrios deprimidos comparables con los banlieues franceses. Además, el efecto polarizador de las redes sociales en el debate público ha contribuido a agravar la percepción y el desafecto social hacia un problema dudosamente representativo de la realidad social sueca. Al fin y al cabo, aunque estas plataformas descentralizan la información, también la sesgan y pueden dar un altavoz masivo a grupos anteriormente marginales para fijar su agenda. La extrema derecha sueca, al igual que ocurre en el resto de Europa, no ha tardado en capitalizar esta situación, con gran oportunismo, de cara a los próximos comicios.
Los Demócratas Suecos
Pese a los retos migratorios que efectivamente ha encarado Suecia, el país no se encuentra ni de lejos en una situación dramática de criminalidad rampante ni de colapso social, como pareció sugerir Donald Trump en una comparecencia reciente. Tampoco presenta, de momento, una fractura social tan acusada como la observable en otros países europeos, como Italia, Austria, Francia o incluso Alemania. Pero esto no significa que el debate público no haya comenzado a perfilarse en esta dirección como consecuencia del vigoroso fortalecimiento electoral de los autodenominados Demócratas Suecos.
Porcentaje de población musulmana en la estructura demográfica de los países europeos. Fuente: Pew Research CenterEl partido, creado en 1988 sobre los restos del movimiento supremacista blanco sueco, ha ganado notoriedad en los últimos años por sus campañas audiovisuales antiislam y antiinmigración, en las que alertaba en clave étnico-identitaria de la “islamización” de Suecia, a pesar de que el porcentaje de población musulmana en el país es de aproximadamente un 8%. No obstante, el mensaje comenzó a cuajar y pronto se materializó en las elecciones de 2014, cuando la formación liderada por Jimmie Åkesson alcanzó un 13% de los votos en el Riksdag, con que duplicaba holgadamente sus resultados de 2010 y se convertía en la tercera fuerza del Parlamento, solo superado por el Partido Moderado —en el poder entre 2006 y 2014— y el histórico Partido Socialdemócrata, liderado por el actual primer ministro Stefan Lövfren, que formaría en los últimos comicios una coalición en minoría con Los Verdes para ponerse a los mandos de la Casa Sager.
El creciente músculo electoral de la fuerza antiinmigración y euroescéptica fue reflejo del éxito de las nuevas tácticas con las que su líder desde 2005 ha tratado de cambiar y maquillar la antigua imagen del partido de cara a la opinión pública. El objetivo de Åkesson ha sido desde un primer momento parecer moderado y normalizar así determinados mensajes e ideas tradicionalmente consideradas xenófobas en el debate público. Los sondeos para los próximos comicios de 2018, que prevén unos resultados que rondarían el 20% del voto —podría ser incluso la segunda fuerza, solo superado por los socialdemócratas—, parecen respaldar su estrategia electoral, que lleva cocinándose a fuego lento durante más de una década.
Para ampliar: “El modelo de populismo escandinavo”, Lorena Muñoz en El Orden Mundial, 2018
No en vano, a partir de mediados de los 2000, el partido experimentó importantes cambios internos destinados precisamente a suavizar su imagen pública. Uno de ellos sería estético: la sustitución en 2006 de su histórica bandera filofascista con antorchas por un logo mucho más amable con flores azules. Åkesson trataría también de suavizar el tono discursivo —que no necesariamente el fondo— del partido para evitar la apariencia de radicalidad asociada al supremacismo blanco del que procedía la formación. La receta para convertirse en un partido atrapalotodo pasaba por moderar los mensajes xenófobos y sustituirlos por elementos narrativos más populares. No es extraño, por ello, ver a Åkesson intercalando en sus discursos de forma persuasiva posturas anti-islam o antiinmigración con propuestas más suaves que podrían sonar típicas del establishment. De esta manera, los Demócratas Suecos tratan de evitar ahuyentar a potenciales votantes desencantados que antiguamente depositaban su confianza en el Partido Socialdemócrata, los moderados o incluso La Izquierda —Vänsterpartiet—.
¿El fin de la excepcionalidad sueca?
“Los tiempos de lo que ha dado en conocerse como la excepcionalidad sueca se han terminado. El país ya no posee una democracia social fuerte. Sus niveles de desigualdad ya no son excepcionalmente bajos y sus niveles de gastos públicos dejarán de ser excepcionalmente altos. A partir de ahora, Suecia estará probablemente más próxima a la media.”
“The End of Swedish Exceptionalism”, Bo Rothstein en Foreign Affairs, 2014
Para entender el contexto en el que Suecia llega a los próximos comicios, es importante destacar que otra de las grandes preocupaciones que parecen comenzar a hacer mella en el electorado sueco tiene que ver con la sostenibilidad de su particular Estado de bienestar. Su origen se debe en buena medida al surgimiento del concepto de Folkhemmet —‘unión del pueblo’—. Esta noción, de inspiración keynesiana, fue desarrollada en la década de 1920 por intelectuales y políticos como Rudolf Kjellén, Albin Hansson y Ernst Wigforss con el objetivo de asegurar la consolidación en Suecia de un modelo económico mixto que combinase elementos del capitalismo y el socialismo. Se pretendía conciliar así un sistema de servicios públicos universales, como la educación o sanidad gratuitas, con una elevada capacidad productiva y competitividad de las empresas suecas. La fundación en este período de negocios de gran éxito internacional como Ikea, Volvo o Ericsson y la democratización de servicios públicos de pensiones, seguridad social y otras prestaciones sociales fueron la joya de la corona del modelo económico sueco. A raíz de su éxito, la Folkhemmet se convirtió durante décadas en la columna vertebral ideológica del Partido Socialdemócrata Sueco, en coincidencia además con la época dorada de la socialdemocracia europea.
De esta manera, se asentaba el mito de la excepcionalidad sueca. Un país poco poblado, con un clima más bien adverso y un vasto territorio lograba en cuestión de décadas ser un referente internacional en bienestar social sin renunciar a un elevado crecimiento económico y a un papel diplomático relevante, especialmente en el marco de Naciones Unidas. Las causas del éxito del modelo sueco son aún hoy objeto de debate. Además de la Folkhemmet, se suelen mencionar como factores explicativos una política exterior neutral durante las dos guerras mundiales, la articulación de instituciones capitalistas sólidas en el siglo XIX y principios del XX y la abundante presencia de recursos naturales. Un elevado grado de apertura a las nuevas tecnologías y una política monetaria optimizada son otras de las razones a menudo aducidas. Pero según el economista Paul Krugman, a veces ni los propios suecos parecen estar seguros del todo de exactamente qué hicieron bien para alcanzar unas cuotas de bienestar tan elevadas y estables.
Para ampliar: “El modelo de bienestar nórdico”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2014
Esto no quiere decir que el modelo sueco haya permanecido inmutable en el tiempo ni que el país haya dado con algo parecido a una fórmula mágica. Suecia ha sabido adaptarse con éxito hasta ahora a los profundos cambios de la economía internacional y a la adhesión a la Unión Europea en los años 80 y 90. El Gobierno conservador de Estocolmo logró incluso embridar los efectos más perjudiciales de la crisis económica y financiera a partir de 2008. Sin embargo, quizá contagiado por el clima político en el resto del continente europeo, los antiguos tiempos de bonanza parecen ahora inciertos en el futuro. En los últimos años, la desigualdad ha comenzado a aumentar, el precio de la vivienda en las grandes ciudades no ha dejado de subir y el envejecimiento demográfico es una realidad cada vez más evidente. No parece que ello signifique necesariamente el final la excepcionalidad sueca —si es que existe tal cosa—, pero hay que reconocer que esta es una situación que conlleva una tendencia al pesimismo. Ello jugará también un papel importante en las próximas elecciones de septiembre.
¿Un Estado posnacional?
Parece evidente que los próximos comicios implicarán mucho más que un simple cambio de Gobierno. Al igual que en otras partes de Europa, aunque previsiblemente con menos virulencia, los resultados electorales servirán como termómetro para valorar la fortaleza de la extrema derecha en el continente. Pero la cita con las urnas también pondrá sobre la mesa qué tipo de sociedad aspira Suecia a ser en las próximas décadas y qué propuestas plantean las distintas fuerzas políticas para gestionar los retos migratorios y estructurales internos que enfrenta el país. Las encuestas presagian que el Partido Socialdemócrata del primer ministro Lövfen revalidará su posición como primera fuerza con un 25,9% de los votos, mientras que el Partido Moderado de Ulf Kristersson quedará en tercera posición con un 19,9% de los apoyos, ligeramente por detrás de los Demócratas Suecos —21%. Entre los demás partidos encontramos el gradual ascenso de La Izquierda —9,1%— y el Partido de Centro —9,8%— y un suave retroceso de los Liberales —5%— , Los Verdes —4,2%— y los Democristianos —2,5%—.
Los sondeos apuntan a una elevada fragmentación política del Riksdag. ¿Persistirá el cordón sanitario a los Demócratas Suecos? Fuente: ElectographEn un tablero político tan complejo, la fractura discursiva, una vez más, parece que transcurrirá a lo largo de las tensiones entre posturas posnacionales y cosmopolitas frente a narrativas nacionalistas, más nativistas y tribales. La pugna por la identificación nacional en tiempos de globalización —o, lo que es lo mismo, el debate sobre qué significa ser sueco en el siglo XXI— será muy relevante para contener en campaña el avance de los Demócratas Suecos. Quizá Suecia logre esquivar la tentación populista a tiempo, pero para lograrlo los partidos tradicionales deberán ofrecer alternativas realistas a las preocupaciones de su electorado, sin olvidar las tres máximas del triángulo retórico aristotélico: ethos, pathos y logos. Si se logra una adecuada combinación de estos tres elementos —carácter, emotividad y razón— para reformular el debate público hacia otros asuntos de interés y romper el monopolio discursivo de los Demócratas Suecos sobre el tema migratorio, las fuerzas tradicionales podrían salvar los muebles en los próximos comicios. A partir de ahí, se podrían tratar de articular nuevos consensos sociales que permitan al país seguir gozando de su privilegiado modelo social de bienestar reinventando una Folkhemmet para encarar los desafíos del siglo XXI con confianza renovada. El reto no es menor. Pero de ello dependerá que Suecia continúe siendo la sociedad inclusiva, tolerante y abierta que tradicionalmente ha sido.
Para ampliar: “Un futuro en la diversidad”, Álex Maroño en El Orden Mundial, 2017
Suecia, ante la trampa populista fue publicado en El Orden Mundial - EOM.