¿Qué nombre le ponemos? Esta pregunta, por trivial que parezca, es una de las elecciones más importantes que, después de la concepción, han tomado nuestros padres por nosotros. Y es que, el poner uno u otro nombre, puede acabar por significar para su poseedor el pasar asquerosamente desapercibido, o bien haber nacido con un pirulo de ambulancia encendido en la cabeza. En mi caso, mi nombre sería de los del segundo grupo, y aunque no reniego en ningún caso de él (bien al contrario), he de reconocer que a veces te cansas del típico "¿perdón?" que matemáticamente sigue como respuesta cuando me veo obligado a darlo. Sea como sea, mi " rarísimo" nombre no es más que el masculino de Irene -acabado en "o" en castellano y "u" en catalán- y me fue impuesto por mi abuelo paterno (ver ¿Sabes determinar tus 8 apellidos?), el cual nos ocultó sus razones para tal elección durante toda su vida. No obstante, y dejando las cuestiones de gustos o modas a parte... ¿qué es lo que puede llevar a unos padres a poner a su hijo el nombre de " Brfxxccxxmnpcccclllmmnprxvclmnckssqlbb11116"? ¿Tontería? ¿Ignorancia? Este caso real se dio en Suecia en 1996 y, por suerte, el Estado sueco no aceptó el nombre... ¿ por suerte? Le invito a leer hasta el final ya que, cuando acabe, es posible que no tenga las cosas tan claras.
Cuando unos padres van al registro civil con el nacimiento de un nuevo hijo, más allá de para dar constancia de su existencia, con ello en realidad se le está dando de alta como futuro " pagano" del país en el que nace. El Estado, en estas circunstancias, además de obligar a que cualquier nacido en su territorio de administración deba ser añadido, sí o sí, en su listado general de "súbditos", lo hace siguiendo sus reglas y atendiendo a los intereses políticos y especificaciones culturales que quiere imponer a sus ciudadanos. Y el nombre y apellidos que han de llevar, en tanto que código personal e intransferible que define una persona, no escapa a su control tampoco, por lo que la elección, por amplia que sea no es libre elección de los padres.
Así las cosas, ya sea amparados por la excusa del derecho a la dignidad de la criatura, porque no atienden a la tradición establecida o a la lengua oficial, los Estados regulan a su conveniencia el nombre que ha de imponer un padre, dejando poco margen de maniobra a la voluntad personal de los progenitores. Unos progenitores que, pueden llegar a " rebotarse" ante semejante intromisión del Estado en su privacidad, tal y como le pasó a la pareja sueca Elizabeth Hallin y Lasse Diding en 1996.
Suecia, como casi todos los estados del mundo, dispone de una serie de leyes que, encaminadas a regular los nombres y apellidos que pueden tener sus habitantes, son bastante restrictivas. Sin embargo, además de para la manida defensa de la " dignidad" de las personas, la ley sueca sobre los nombres fue promulgada en 1982 para que la gente corriente no pudiera utilizar los nombres de la nobleza. Detalle sin importancia que deja patente el elitismo último de esta ley.
De este modo, el excéntrico -y comunista- hotelero sueco Lasse Diding y su mujer Elizabeth Hallin, siguiendo sus principios morales decidieron no dar de alta a su hijo Albin (nacido en 1991) en el registro civil sueco. El único inconveniente es que, el Estado sueco, al llegar los 5 años y no haber dado de alta a la criatura, los castigó con una multa de 5.000 coronas suecas (unos 500 euros).
Los padres, ante la amenaza judicial, decidieron inscribir al pequeño Albin con el nombre de Brfxxccxxmnpcccclllmmnprxvclmnckssqlbb11116 (pronunciado Albin, claro está), alegando que dicho nombre correspondía a una vivencia que tuvieron Hallin y Diding durante el embarazo y que seguía los preceptos de la patafísica. Para el que no lo sepa, la patafísica es una corriente cultural en que el surrealismo es el rey, y en que la anormalidad y la excepción son la regla. O dicho de otro modo, una coña marinera cultural francesa de mediados del s.XX en que se parodiaba la sociedad que les rodeaba de una forma totalmente surrealista. Evidentemente, no coló y la judicatura mantuvo la multa.
No contentos con la decisión, Elizabeth y Lasse decidieron probar a inscribirlo nuevamente, pero ahora con el nombre de " A " (pronunciado, otra vez, como Albin), nombre que el registro siguió sin aceptar, obligando a la pareja a ceder, finalmente, a los requerimientos del Estado sueco.
De hecho Lasse Diding es un personaje que lleva de cráneo a las autoridades suecas desde hace muchos años. A parte de formar parte de la vida social y cultural de Varberg (ciudad ubicada en el suroeste de Suecia), Diding fue conocido por hacer un spa en uno de sus hoteles ambientándolo en la URSS y llenándolo de iconografía dedicada a Lenin. No contento con esto, también tiene un hotel llamado Havana (ambientado en La Habana), y ha protagonizado diversas polémicas, como la de comprar para Varberg la estatua de una mujer pegándole un bolsazo a un nazi, que la ciudad no quiso comprar en su día, así como la de denunciar a un concejal local por robar...¡un chusco de pan! de uno de sus hoteles, reclamando con ello el mismo trato judicial para los políticos que para los pobres. Realmente, todo un personaje.
Lasse Diding y su mujer, poniendo a su hijo Albin un impronunciable nombre de 38 letras y 5 números, decidieron hacer un pulso al Estado en protesta por su excesiva intromisión en la vida de sus ciudadanos, dejando en evidencia las carencias democráticas de Suecia. La broma, que les costó unos 500 euros que se podían haber ahorrado simplemente siguiendo las leyes suecas, pone de manifiesto que, con la elección del nombre de los hijos (o del cambio de su propio nombre, ver Ulysses S. Grant, el presidente al que le cambiaron el nombre), más allá de modas, filias y fobias , los padres están ejercitando un derecho fundamental: la Libertad.
Y por eso el Estado quiere controlarlo.