Suele pasar…
Ella era dueña y artífice de sus historias así como también de cada uno de los momentos, fueran buenos o malos; de eso no había dudas. En ocasiones, hasta había experimentado esa dulce sensación del orgullo prematuro, del placer y la satisfacción de lo logrado por el mérito propio. Sin embargo, hoy aquí estaba, desenredando las últimas hilachas de una noche muy larga. Con la mirada perdida se preguntaba cómo era posible que una sola frase lo cambiara todo. Una frase terrible y demoledora que no dejaba lugar a dudas; el desastre era inminente. Finalmente entendió que era como la verdad; dolorosa pero necesaria.
Se reclinó en su asiento, bebió un largo trago de vino y luego cerró los ojos para mirar muy profundo, muy lejos. Lo revisó todo con la maestría que solo confiere una larga experiencia. Repasó mentalmente todos y cada uno de los diálogos y argumentos. Cinco minutos más tarde los abrió con la certeza de que era tan necesario como inevitable. Por un momento intentó resistirse, pero necesitaba usar una intensidad que solo se logra desde adentro.
Ella había sido esclava de la trama desde sus comienzos; ahora debía reescribirlo todo de nuevo, pero en primera persona. La escritora debía llamar urgente a su editor.