Revista En Femenino

Suéltalo: aprender a desprenderse

Por Mamá Monete @mamamonete

En 2009 me atreví por fin a dejar un empleo en el que llevaba 4 años.

Era una privilegiada: era muy joven, tenía un contrato fijo, mi trabajo tenía que ver con mis estudios. Pero ya llevaba dos bajas por salud mental y la situación era insostenible.

Di el preaviso en mayo. Me pidieron tiempo para encontrarme un reemplazo. Acepté.

Pero el reemplazo no llegaba, el traspaso de tareas no se completaba nunca.

Finalmente, en julio puse una fecha definitiva para irme. Tardé 2 meses y medio en completar aquella salida.

¿Sabéis esas pesadillas en las que de pronto descubres que nunca terminaste tus estudios? Yo a veces sueño que estoy en una reunión de departamento, diciendo tímidamente «oye, hace una década que os comenté que me marchaba… ¿Sabéis ya cuándo vais a poder prescindir de mí?»

Nunca hay un momento ideal

Me acuerdo de todo esto esta semana porque en aquella oficina tenía un bambú de la suerte sobre la mesa, regalo de una gerente maravillosa que tuve al principio de mi etapa allí. El bambú se vino a casa, y a pesar de que todas las plantas se me morían, aguantó la terrorífica cifra de cinco mudanzas y finalmente se secó.

No supe despedirme, así que intenté salvar una de las ramas. En ello llevo más de un año. Conseguí que empezara a enraizar, que reverdeciera. Hace poco añadí abono al agua. Un error grave: al bambú le creció moho. Y, con mucha tristeza, esta semana me ha tocado tirarlo y agradecerle la compañía durante una década.

Suéltalo: aprender a desprenderse

Curiosamente, en paralelo, estoy teniendo que desprenderme de mi trayectoria profesional. Desde que empecé la formación en psicología perinatal tuve claro que aquello era lo mío, que quería dedicarme a eso el resto de mi vida.

Pero se me da mucho mejor añadir peso a mis espaldas que soltar lastre, la verdad.

El miedo a no ser capaz de establecerme en un nuevo sector, la incertidumbre económica, querer responder a las expectativas generadas por las relaciones con otras personas en este tiempo, me han impedido lanzarme y concentrarme en este nuevo camino.

Y no sé si alguna vez habéis intentado andar en dos direcciones al mismo tiempo, pero creo que el chiste se cuenta solo.

Afírmalo con vehemencia y abandónalo con ligereza

Lo curioso es que cuando empecé aquel otro camino en 2005, dejaba uno con el que había soñado y que me parecía prometedor. Y lo hice con alegría; quizá en parte por ese sentido de la aventura que tiene una a los veinte años.

Pero ahora pienso que también, en cierto modo, fue porque aquel camino me vino marcado. Yo nunca elegí aquella profesión: me la encontré. Me dijeron que se me daba bien, y los resultados lo confirmaban. Me acomodé: la sentía fácil.

El problema es que no era la mía.

Y cuando una tiene el enorme privilegio (porque lo es) de poder elegir un camino propio, aparecen muchas más dudas que cuando se limita a seguir la ruta que le proponen. El sentido de la responsabilidad se multiplica. Es mucho más duro fallar en algo por lo que tú misma has apostado; da mucho más miedo equivocarse cuando no te han asegurado que lo que vas a hacer se te dará bien.

¿Y si me equivoco?

Decía que abandoné mi empleo en 2009. Sí, en pleno principio de la crisis.

Ingenua de mí, me decía que en los dos años de paro que tenía la crisis habría remitido y podría encontrar algo mejor. Por supuesto, eso nunca se cumplió: aquel empleo era un reducto de lo que era el trabajo antes de la era de la flexibilidad.

Desde entonces he acumulado distintos empleos, distintas posiciones. He entrado y salido de todo tipo de proyectos. He intentado trabajar para mí y para otros. He tenido rachas extraordinariamente buenas y otras en las que he temido mucho por el futuro.

Me equivoqué: el puesto que imaginaba que tendría seguramente había dejado de existir. Pero ese error no invalida aquella decisión: puse mi salud mental por delante, y de eso no me arrepentiré nunca. Aunque el resultado no tenga nada que ver con los cálculos que hice.

El resto de tu vida…

No es fácil abandonar el camino que has recorrido durante década y media. Porque lo conoces, porque te sientes cómoda. Porque has cogido cariño a muchos recodos, porque tienes tus rituales, porque sabes qué esperar.

Pero tampoco sabía cómo iba a ser mi vida cuando decidí ser madre. Y si me hubiera dejado llevar por el miedo, me habría perdido muchísimas cosas.

A veces hace falta dar carpetazo. Asumir que habrá cosas que no tengan un cierre perfecto. Que, quizá, en un momento de tormenta, tengas que volver a los refugios seguros que conocías en tu otra ruta.

Porque lo único seguro es que mi energía es limitada, que mi tiempo aquí es limitado, y que no tiene mucho sentido entregarlo a lo que esperaban los demás que hiciera.

Así que, desde mi enorme privilegio (insisto; porque este post no es un mandato, no es un consejo, no es un mantra; es solo una reflexión personal y no son extrapolables) en este momento apuesto por mí, y lo apuesto todo.

Y si pierdo, al menos que el dolor no venga desde el «qué pasaría si…» sino desde el «y qué vamos a hacer ahora».


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