Revista Filosofía
Antes de apearme de un viaje que ha parecido durar toda una vida, una voz anónima me recuerda que todavía puedo disfrutar del barco un día más, con su noche. Durante el tiempo que pase en él, surcando los mares y atravesando arrecifes, el mundo con sus gentes quedará suspendido, petrificado en un infinitésimo instante. Una voz anónima me recuerda que debo elegir sabiamente con quién debo pasar ese día, con su noche. Pero ni mi ética ni la de los demás pueden servirme para elegir sabiamente, pues enseguida comprendo que ahí, en ese viaje de dioses, retornando al tiempo inmemorial, cuando la música todavía no suena y la poesía no canta, ni los preceptos ni el tiempo con sus relojes pueden ya orientarme. Quizá, tan solo, un frágil recuerdo permanezca cuando regrese al mundo de los mortales. Un recuerdo que se desvanecerá con la música y la poesía ya cantadas. Sueño de la noche del 30 de junio.