Llego a Barcelona junto a mi mujer. De primeras observo una ciudad viva, alegre. Sin embargo de noche, cuando no veo luz alguna, obligado por el ambiente, por unos y por otros, penetro en un túnel descendente, oscuro, peligroso. Me aferro a una barandilla que apenas distingo y recorro un sinfín de tramos de escalera de muchos peldaños con rellanos amplios en los que descanso y me repongo anímicamente de mi tremenda desazón. Estoy perdido y me siento inseguro por completo. Afortunadamente, tras mucho tiempo allá abajo, intuyo, por una claridad que atisbo a lo lejos, que poco más tarde, que en pocos minutos, que, sí, sí, ahora mismo por fin llego a la salida. Abro con facilidad pasmosa una pesada puerta de cristal esmerilado y aparezco en una plaza que no conozco, pero que tampoco desconozco. Los grupos de personas, los hombres y mujeres sentados en el suelo, el vocerío, las partidas de cartas de los desocupados… Todo esto y más incorporo a mi interior a través de los ojos. Me obligo a tomar asiento junto a los partícipes en el juego; arrastro conmigo una enorme maleta, maleta que descuido un momento mientras barajo y reparto naipes al resto de jugadores. Doy a cortar el mazo al jugador de mi izquierda e insto a jugar al de mi derecha. Finalizo mi papel de crupier y al tiempo busco con la vista mi valija, que no veo; me angustio y me siento perdido en este onírico ambiente de la ciudad condal: ¿Soy yo o quizás ella?. Me levanto, corro desesperado en ninguna dirección, doy vueltas estúpidas sobre mí mismo, grito, suplico, vocifero… ¿A quién? A nadie, a ti, a mí, a todos. Silencio.
Me despierto, abro los ojos, me levanto, voy al baño, me lavo la cara, me aseo, siento hambre, quiero el desayuno, me dirijo a la cocina, bebo agua porque siento la boca seca, busco los utensilios del primer almuerzo del día. Me siento a la mesa cuando todo -leche, tostadas, miel, galletas…- lo tengo ya dispuesto. Inicio la ingesta, aún tengo en mi interior la sensación de flotar en el sueño del que acabo de salir; como tantas veces siento la necesidad de retomar las imágenes que tan nítidas observo siempre durante mis ensoñaciones, quiero escribirlas, las busco en mi cabeza, no sé por qué pero no lo logro. Creo que no puedo, no las hallo, ¿por qué, por qué? Una vez más acabo vencido por la realidad. Tomo conciencia de que soy más yo, que disfruto mucho más, cuando existo inscrito en la incierta realidad de los sueños.