2.
Noche en vela. La tercera consecutiva. Me duermo bien, pero al cabo de una hora me despierto como si hubiera metido la cabeza en un agujero equivocado. Estoy completamente espabilado, con la sensación de no haber dormido en absoluto o de no haberlo hecho más que bajo una fina membrana, de nuevo me espera el esfuerzo de caer dormido y me siento repelido por el sueño. A partir de ese momento y hasta eso de las cinco de la mañana, toda la noche se desarrolla del mismo modo, consigo dormir pero me despiertan continuamente sueños intensos. Duermo literalmente a mi lado, mientras debo pelear a golpes con mis propios sueños. A eso de las cinco, la última huella de la somnolencia ha desaparecido y entonces no hago más que soñar, lo cual resulta más agotador que el propio insomnio. En resumen, paso la noche entera sumido en el estado en el que cualquier hombre sano se encuentra momentos antes de dormirse del todo. Cuando despierto, los sueños se agolpan a mi alrededor, pero me cuido bien de examinarlos. Al amanecer suspiro sobre la almohada, sabiendo que, por esta noche, toda esperanza ha desaparecido. Pienso en todas aquellas noches a cuyo término me parecía ser extraído del sueño más profundo y despertaba con la sensación de haber estado encerrado en una nuez.
(Sueños, de Franz Kafka. Errata Naturae, 2010. Traducción de Iván de los Ríos).