Hablar de la generación perdida haciendo alusión a Spring Breakers es hacer uso de la demagogia en su estado más ferviente. Si echamos la vista atrás, en todas las décadas nos encontramos con adolescentes buscando su identidad a través de caminos tristemente asfaltados. Sin ir más lejos, Korine en la fantástica Kids (1995), dejó huella al plasmar sobre el papel la ignorancia de una pandilla neoyorquina jugando con el fuego del SIDA y las drogas. Por aquel entonces las consecuencias obedecían al desconocimiento. Precisamente ahora el conocimiento se ha convertido en arma de doble filo.
En su primera incursión en el cine comercial también hay mucho de esa seducción con lo prohibido. Romper con la monotonía imperante de cuatro adolescentes inconformistas cuya existencia se resume en follar, drogarse y esperar un nuevo día para drogarse y follar. Un bucle que ha perseguido toda la obra del controvertido director. Pasajes con un alto contenido polémico son una constante en sus trabajos. Y es que nunca ha dejado de coquetear con lo transgresor, lo incómodo. Desde arriesgados planos reiterativos como vehículo a la embriaguez hasta diálogos salpicados de insultos. Da la sensación que lograr la perturbación en el espectador sea su objetivo principal. Y lo hace de una manera eficaz. Obligando a ese público a convertirse en el sujeto pasivo de la historia. Porque cada una de esas jóvenes representan cuidadosamente a una parte de esa sociedad fustigada por la rutina y que tiene el coraje de zambullirse en un océano de peligros sin bombona de oxigeno.
A medida que el metraje avanza la línea argumental pende de un hilo. En este trapecio de emociones enseguida nos damos cuenta de que no hay que tomarse el filme desde un punto de vista superficial. Su director quiere que hurguemos en esa basura de sociedad que hemos ido almacenando y que el hedor sirva de terapia. Aunque para ello nos seduzca con una paleta de colores sumamente atractiva. Korine se desenfunda el traje de indie para que alucinemos con una puesta en escena convincente. No podemos negar que en esta aparente artificialidad conviven imágenes grabadas a fuego en nuestra retina. Atracos perfectamente orquestados y coreografía de planos en una piscina con Britney Spears incluida, son dos ejemplos de que aún el cine puede dejar bocas abiertas.
Spring Breakers comparte con Gummo (1997) no sólo a su director. Si en la experimental ópera prima de Korine éramos testigos de la desolación en una comunidad marginada arrasada por un tornado, ahora convertidos en el Gran Hermano de estas jóvenes que no ven más allá de sus voluptuosos pechos, participamos en su degradación. Toda su bizarra filmografía se compone de personajes en busca de su yo. Pero sobre todo en este último trabajo la filosofía que reina es la de la crisis de valores unida a la crisis económica. Aquí radica todo el sentido de esta estilizada película que nos acerca a un director desconocido para el gran público y al que muchos no perderán de vista.
Para amantes del neón más cegador Lo mejor: su delirio, su radicalidad y su valentía.Lo peor: que se pueda confundir su ornamenta con vacuidad.