Revista Opinión

Sueños Enjaulados

Publicado el 21 mayo 2019 por Carlosgu82
04.04.2018 Hace aproximadamente 20 años, la señora Yamile Diaz llegó a la ciudad de Bogotá impulsada por el ferviente deseo de llevar una mejor vida a su familia; principalmente a su madre que vive en la ciudad de Ibagué. Ella es una mujer que conserva el rostro esbelto de los días en que trabajaba en su ciudad natal, Ibagué; vendiendo zapatos en el centro de la misma. Tiene las manos increíblemente finas y bien cuidadas, pero son las mismas que han alimentado a sus tres nietos, sus tres hijos e incluso sus a familiares más allegados en Ibagué, por mucho tiempo. Su cabello es abundante y cobrizo; lo que la hace parecer todavía más joven y tiene unos profundos ojos miel, decorados con las conocidas «patas de gallo» de una mujer que en su vida ha tenido que vivir situaciones difíciles, pero también mil sonrisas.

Desde muy pequeña, Yamile descubrió su amor por dos cosas muy importantes, la primera de ellas; no importa qué, las cosas se hacen bien hechas o no se hacen, y la segunda; fabricar ropa, era y al día de hoy sigue siendo su pasión. Ella tiene una personalidad muy empática que la ha llevado a resguardar historias, secretos y ser la segunda madre de muchas de las jóvenes mujeres que hoy día, trabajan en el barrio Santa Fé de Bogotá.

Cuando ella llegó, con treinta y ocho años recién cumplidos, lo hizo con el deseo de abrir su propio negocio a largo plazo. Sin embargo, su oportunidad se vio apocada por la imposibilidad de trabajar en ese momento en el bar que su ex esposo manejaba en la ciudad. Yamile decidió tomar un empleo de camarera con un sueldo de trescientos mil pesos, en el barrio. «Es todo lo que yo conocía cuando llegué aquí». Ella tenía que limpiar las habitaciones que utilizaban las chicas y manejaba un horario de labor desde las doce del día hasta la una o dos de la mañana del día siguiente. Sin embargo, el movimiento era tan nulo que en ocasiones tomaba el tiempo libre que tenía para tejer en hilaza, con una aguja de crochet, un suéter para su primera nieta. En una de esas ocasiones, donde el negocio se hallaba en sus horas muertas, una chica se acercó a ella y le pidió que le tejiera una tanga con esa misma hilaza. Yamile decidió que lo haría y tomó dos cabos de la misma hilaza para fabricarla, ella confiesa que fue su primera tanga y por lo tanto, no había forma de que quedase perfecta, así que se sirvió de lentejuelas para decorarla, lo que le tomó una semana entera para finalizar. Aun así, su primera clienta quedó satisfecha, le hizo un nuevo pedido y empezó a regar la voz de «la señora que teje» por el barrio.

En su trabajo empezaron a imponer más tareas con la misma paga y ella, renunció. Se dedicó tiempo completo en su casa a tejer, a realizar arreglos de prendas de vestir con una máquina semi industrial que tenía en su casa; también consiguió un trabajo por un año en una panadería. Pero terminó dejándolo, pues sus tejidos le daban para el arriendo, el alimento y el estudio de su hijo Diego; era el único que aún se encontraba en edad escolar. Usualmente a las cinco de la tarde, subía al barrio Santa Fé y recorría por horas los distintos negocios como La Piscina, Paisas o El Castillo, en donde la conocían y le permitían la entrada para que vendiese sus tejidos y posteriormente los vestidos o trajes de show que hacía en casa.

En los distintos negocios, el ambiente es bastante pesado, se ve de todo. Yamile estaba cansada de soportar el bullicio, las miradas indiscretas de los hombres que van a pagar por los servicios de las chicas, de las peleas de bar y el constante olor a basura y marihuana que se encontraba a cada lugar al que iba. Ella le vendía a algunos dependientes de los locales de ropa y sex shop aledaños, sus tejidos. Pronto se le presentó la opción de adquirir un local que se encontraba en una buena ubicación y pertenecía a una joven que trabajaba antes como prostituta y había decidido adquirir el negocio; con el tiempo lo puso en venta y la señora Yamile, acudió a los dueños de La Casona; uno de los negocios más reconocidos en el barrio Santa Fé, a quienes Yamile en ocasiones les fabricaba sábanas para las habitaciones y una que otra prenda de vestir, por lo que conocían su naturaleza trabajadora. Sorany, la dueña directa junto con su esposo que era escolta de un comandante que asistía seguido al negocio; decidieron prestar el dinero faltante, pues Yamile tenía una parte solamente, por medio de «letras», para poder pagar los seis millones que costaría el negocio.

En esa época, la joven que manejaba el negocio, lo tenía en el principio solo con dos vitrinas de tres niveles cada una, de casi dos metros de largo y una altura de un metro, también tenía tres estantes de cristal, ajustados precariamente a las tres paredes del local con sus respectivos maniquíes y un arco de treinta centímetros de profundidad en la pared que casi llega al techo, con seis espacios llenos, en ese entonces, de perfumes. Sin embargo, cuando Yamile adquirió el local, le puso veinte percheros adheridos a las tablas que decoran las dos paredes de los costados; diez para cada lado. Un maniquí de cuerpo completo, un vestier que puso su hijo Diego en el costado izquierdo de la entrada del local con una tela fucsia que Yamile misma coció para que le diera un aspecto más «chic» al negocio, construyó un pequeño baño en la parte posterior del local que hace las veces de cocina, se pintaron las paredes de tonos blancos para unas, fucsias para otras y le puso un aviso en el exterior, sobre la entrada que rezaba el nombre «Moulin Rouge», aunque con el tiempo lo cambió a «Clapbsi».

Yamile, que primero compraba muchos vestidos en el Madrugón para revenderlos en el local, adquirió una máquina industrial 20 U, que permite hacer muchas más puntadas que una máquina de coser antigua como la que tenía, para poder volver a fabricar ella misma sus vestidos, e incluso así, durante un tiempo cerraba el local en las noches y se acercaba a los distintos negocios a vender sus vestidos y a hacerle saber a sus clientas dónde podrían encontrarla. Ella tiene actualmente numerosas clientas que la reconocen por su dedicación, sus diseños y por su trato igualitario. «Yo tampoco las trato diferente, así que, porque ellas trabajen en esto, no quiere decir que sean más ni menos»

De hecho, muchas de sus clientas llevan de conocerla desde que ella llegó al barrio, un claro ejemplo, es Elianis. Ella es una mujer de cuarenta y dos años, piel canela, una altura alrededor de un metro con sesenta y ocho, tiene una nariz perfilada, un rostro bastante fino, cabello negro que le cae en cascadas hasta la cintura, y unas piernas kilométricas son los rasgos que más destacan en ella; una mujer atractiva que maneja un humor negro y ácido, no censura sus palabras, que bromea hasta con el padre de su congregación y que habla con un tono de voz alto, imposible de ignorar. Conoció a Yamile cuando ella aún vendía sus trajes y vestidos en los negocios, los inquilinatos y algunos hoteles; su primer vestido fue de un elegante rojo sangre con pedrería del mismo color, la tela base era una mallatex con recubrimientos especialmente sobre los pechos, con una abertura a lo largo de la pierna derecha desde la mitad del muslo y con tiras para ajustarlo en la espalda. Es una costeña pirata, una costeña que detesta todo lo que tiene que ver con la costa, que niega que las mujeres costeñas son las más calientes y atrevidas, a duras penas puede saborear con gusto el pescado y vino a Bogotá a sus veinte años con la intención de buscar un «rolo», pero encontró al más costeño de la ciudad. Ella es hija de una mujer homosexual que era trabajadora y decidió que no se haría cargo de ella, así que quien la crió fue otra mujer, a quien reconoció como su madre y que en otro tiempo también fue trabajadora, pero cuando la adoptó era proxeneta en las zonas bajas de Barranquilla.

A sus dieciséis años, quedó embarazada de su primer hijo y trabajó como lo hacía desde los quince años, pues según dice, las mujeres embarazadas les gustan más a muchos hombres y ella tenía la tranquilidad de parecer de solo seis meses por el poco abultamiento de su estómago; su hijo nació al día siguiente a las diez de la mañana, con la ayuda de una partera que cobró diez mil pesos por cortar el cordón umbilical. Por cinco años, su hijo fue criado por su madre, mientras ella se encargaba de trabajar. Su madre murió a los cincuenta y cinco años de un infarto entonces se fue para Bogotá con su hijo, arrendó un apartamento, cumplió sus responsabilidades de madre, y con acompañamiento de sus familiares, abordó el Santafé. Trabajaba desde las diez de la mañana y terminaba su jornada entre las dos y las cuatro de la tarde. Posteriormente conoció a su marido, que es un hombre de negocios, pero que, como muchos otros, ronda el barrio Santafé. «Es un perro», dice Elianis.

Cuando ella conoció a su esposo,le dijo que trabajaba en una empresa con una familiar; una tía. Tiempo después de empezar la relación, él quería vivir con Elianis y esta resolvió contarle en qué trabajaba realmente. Su esposo, en ese entonces novio, no lo tomó demasiado bien. «Entró en un shock que ah, ah, ah». Con el tiempo lo aceptó, aunque han pasado veinte años y aún le hace show. Sin embargo, Elianis nunca dio su brazo a torcer. Cuando lo conoció le pareció que era un hombre conveniente para ella y su hijo; después nació su hija que actualmente tiene doce años y tiene la tranquilidad y confianza para contarle a sus hijos, a qué se dedica porque esconder su forma de trabajo, solo era un error.

Elianis es parte de una iglesia, ha encontrado trabajadoras hasta en el conjunto donde reside, ha tenido problemas de cama con algunos vecinos que han utilizado sus servicios en el Santafé e incluso, tuvo que hablar seriamente con la familia de su esposo, pues pensaban que era una mantenida por él; lo que fue un shock general en la familia, pero terminaron aceptando el hecho de que ella sea trabajadora y que eso no la hace ni peor, ni mejor que nadie.

Ha tenido que vivir un sin número de situaciones en su trabajo, entre ellas, hombres con fetiches tan asquerosos que a cualquiera se le revolverá el estómago, pero ella es una mujer sin tabúes, sin vergüenzas. Desde que tenga su compensación monetaria; ella no tiene ningún problema, pues trabaja por y para sus hijos.

Como Elianis, hay mujeres que han llegado al local de Yamile, buscando un apoyo que no encuentran en sus hogares. Leidy, tenía dieciocho años cuando empezó a concurrir el establecimiento, compraba trajes de show y vestidos. Tiene un rostro delgado, la piel aceitunada, los ojos castaños al igual que su cabello; en cuanto a su personalidad, es una chica tímida. Cuando entró la primera vez, tuvo que repetir tres veces su pregunta por el precio de un vestido para que Yamile se percatara de que estaba allí y después decidió acudir a ella para contarle su historia. Ella se encontraba embarazada y asustada, pues su pareja, un hombre reconocido en el barrio por ser agresivo y ladrón, la golpeaba. Yamile le ofreció su apoyo incondicional y se dedicó a enseñarle a leer y escribir, pues Leidy es analfabeta. A los once años escapó de su casa y fue a parar a la calle, en donde una proxeneta la alimentó y la prostituyó. Sin embargo, a Yamile le dijo que no tenía madre; pues omitió completamente el hecho de que se había escapado porque su mamá la golpeaba a rabiar.

Tiempo después, su novio la golpeó con tanta brutalidad que estuvo hospitalizada durante una semana con embarazo de alto riesgo, fue obligada a presentar una denuncia en contra de él. Pero, hay mujeres que reciben el maltrato que creen merecer, así que volvió a vivir con él. Se acercó al local y le dijo a Yamile que se iría con él y que era sumamente importante que le guardara el denuncio para que no fuera a verlo. Yamile aprovechó y le advirtió las consecuencias de ello y le aconsejó que buscara nuevamente a su madre, pues «madre, es madre siempre». Un mes después, Leidy se comunicó con Yamile a pedirle ayuda, pues su mamá la estaba golpeando aun sabiendo su estado de embarazo y le iba a quitar a su hijo. Como muchas veces sucede, Yamile nunca volvió a saber de ella.

Marcela, una mujer blanca de considerable estatura, cabello rubio, sonrisa amplia y muy delgada; conoció a Yamile por medio de un traje tejido que tuvo que pedirle fiado, pues no tenía uno para bailar. Este venía con añadidos en mallatex de colores morados y rosados, tenía guantes y unas tobilleras con hilos colgando que atraían la atención; aunque se lo robaron en una residencia. Tenía veintidós años cuando conoció el mundo fuera de Pereira, fue abandonada a corta edad y la adoptó un matrimonio muy tranquilo, de adolescente no la entendieron, así que escapó a Bogotá a buscar dinero. Empezó en La Piscina, allí conoció el «perico» y una ambición por la cerveza; una cada momento desde las once de la mañana hasta bien entrada la noche. Siempre usaba los trajes que le compraba a Yamile, y fue tomando una cercanía mayor con ella; la suficiente para ser la primera a quien contarle cuando se embarazó o para pedirle ayuda cuando la policía la subía en la parca para llevarla a la UPJ. Al día de hoy, ya dejó atrás el Santafé, pero no olvida todo lo que aprendió, todo lo que sacrificó por esa «plata maldita de traqueto» y vive con su hija que ya tiene nueve años y su novia Lina, porque «los hombres son unos buenos para nada», dice. Pero todo está bien, porque la escuela peligrosa que es el Santafé, ya no es su infierno, aunque a veces se pasé a visitar a su «Ángel Yamile».

Hay mujeres que simplemente disfrutan de trabajar, de usar vestidos lindos y sentirse deseables, como Luisa, quien es una mujer muy bella, de cabello negro, liso, una sonrisa de pasta dental y piel chocolate. Descubrió hace poco el local y decidió que Yamile sería su costurera personal; pues en ningún otro almacén logró encontrar vestidos tan bien elaborados para ella, que acostumbraba usar los trajes sexys de las chicas Águila cuando trabajaba como promotora de la marca en Valledupar.

Además, «tener vestidos bien hechos, es poder cobrar más», lo que le ayuda con su próxima graduación profesional, carrera que no ha podido terminar porque decidió usar el dinero de la misma para su cumpleaños. Su proxeneta le organiza bastante bien sus clientes, de modo que ella pueda disfrutar unas horas a diario entre las seis y ocho de la noche para acercarse, saludar a Yamile con besos en las mejillas y derrochar dinero en sus «vestidos del millón», como les llama.

Pero, también está Viviana, quien no aparenta más de quince años, que adora los vestidos estrambóticos o estampados en flores y que tiene una mirada intimidante. Suele pasar las horas muertas fumando un «porro», recorriendo las calles del Santafé y reuniendo dinero para poder operarse la nariz que su padre con cáncer le fisuró de un golpe y que su novio terminó de quebrar posteriormente, porque ella quería dejar esa vorágine de drogas y poder pagar su carrera de DJ para ser contratada por cantidades exorbitantes de dinero en el Norte de la ciudad. Encontró una madre en Yamile y a diario llega fumando un «bareto» para ver cómo invertir en su futuro repleto de dinero. Y es que todas tienen algo en común, y es que, sus carencias físicas y emocionales las tratan de expresar o llenar con las prendas de vestir que utilizan para trabajar o la cantidad de porros que logran fumar. Por ello, en Clapbsi desahogan sus sueños que se mantienen enjaulados en un par de manzanas a la redonda.

Escrito por: Cam Estudiante de Comunicación social y Periodismo Abril, 2018

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