Revista Cultura y Ocio
Comenzar a publicar siendo joven o comenzar a publicar siendo maduro no son matices que importen desde el punto de vista literario. Violeta Hernando vivió una efímera notoriedad con catorce años, al publicar una novela, y Gonzalo Hidalgo Bayal ha tenido que esperar a superar el medio siglo para que se le preste atención en el mismo género. Se trata de dos evidentes caprichos injustos de la industria editorial: el primero, por exceso; el segundo, por defecto. En cambio, si hablamos del mundo de la autoedición (o al menos de la edición financiada por el autor) sí que existe un detalle que no debemos perder de vista: el escritor elige cuándo es el momento adecuado para darse a conocer; y ese matiz conviene tenerlo en cuenta. Jesús Morata, después de haber obtenido galardones por sus relatos en varios certámenes (Mula, Murcia, Pliego, Córdoba...) y después de haber analizado con sosiego las páginas que se encontraban en sus manos, ha decidido imprimirlas en el sello andaluz Círculo Rojo y entregarse al juicio amplio de los lectores. No se trata de una decisión precipitada ni ociosa, sino de la voluntad humilde de mostrar el trabajo a los demás y esperar sus opiniones. En total, veinte piezas que muestran el hacer prosístico de un escritor reposado y plural, que se desliza con la misma solvencia por los territorios del humor, la nostalgia, la frustración, la revisión de mitos clásicos (Fausto), los complejos laberintos de la mente humana e incluso por el terror, para conformar un caleidoscopio de historias realmente notable. Así, en Corazón, donde habita el olvido nos encontramos con un relato de senectud que estremece, por su sensibilidad y matices; en Todos los días, domingo nos es dado leer las líneas epistolares que una anciana llamada Rosa, herida por la melancolía, le dirige a su hermano, con quien lleva tiempo sin hablarse por una pelea familiar; en El visionario perplejo se nos ofrece una fábula inquietante sobre la condición humana, de alta penetración psicológica; Láudano nos acerca hasta una borrachera terrible de Edgar Allan Poe, que nos muestra su desgarro vital; y Adiós Guiomar se centra en la tristeza hondísima que zarandeó las horas finales de Antonio Machado, partiendo hacia el destierro francés sin la compañía del último amor de su vida. En suma, veinte propuestas para que apreciemos la valía de un narrador serio, de buen pulso, temperado y eficaz, que ha esperado hasta que la fruta estuviera madura, antes de entregarla a los lectores. Es un gesto que le honra.