
"Que toda la vida es sueño, y los sueños sueños son."
Calderón de la Barca
Supongo que hoy tocaría hablar del Premio Nobel de Literatura, sí. Eso sería lo correcto ya que hubo apuestas y discusiones. Bien, pues se lo ha llevado Alice Munro, ya está hablado, el resto lo han dicho periodistas especializados y mucho más preparados en la materia que yo. De hecho, fijaos si están preparados que han sabido condensarlo en apenas tres minutos entre noticia y noticia en la mayor parte de los casos. O podríamos hablar también del Premio Planeta que se entregará dentro de cuatro días. Pero claro, no podemos decir mucho de un premio cuyos nominados desconocemos porque firman bajo seudónimo. Lo dejamos pues para la entrega en la que hablaremos de si nos gusta o no el nombre hasta que podamos leer el libro.
Y entonces, ¿de qué hablamos? De sueños. Porque cuando se entrega un premio literario hay muchas personas pendientes del resultado para poder conocer al escritor y llevarnos su obra a casa, o para decir que ya lo conocíamos lo mismo me da. Pero hay otras muchas personas que lo viven de un modo diferente: esos son los soñadores.
Supongo que los lectores tendemos a pensar que un escritor es una persona que ha vivido entre libros, que leía desde pequeño y que de algún modo, tal vez por ciencia infusa al dormir con un libro bajo la almohada porque leía debajo de las mantas iluminado por una linterna, fue recibiendo durante esas horas de sueño la capacidad de crear. Es una idea bastante romántica, sí. Pero... posiblemente no sea ese el caso en un porcentaje bastante alto. Posiblemente nos encontremos con personas que un día cogen un papel y, vete tu a saber qué es lo que les impulsa a llenarlo con unas letras que todos conocemos pero jamás se nos hubiera ocurrido colocarlas en ese orden. Y que una vez escrito lo relee y le gusta o no le gusta y lo tira, y que pasado un tiempo lo enseña a alguien sin querer saber cuando lo lee o mirando cada gesto con cada palabra recorrida por unos ojos fijos en un folio que estuvo una vez en blanco. Una persona normal que pone un empeño especial en algo que sale de sus manos, y que sueña con verlo publicado. Y tal vez lo ve, no ya en una plataforma digital, no. Incluso en papel.
Y ese sueño avanza y llega un momento en que sus pasos lo llevan a una librería, una de esas que suelo llevar al muro en mi ruta librera. Y entonces lo reconocemos porque llega y se para a mirar la librería, muros y muros de libros ordenados alfabéticamente, por géneros, por países, por editoriales. Y recorre los títulos sabiendo que no está allí, y soñando con la sensación que debe de ser encontrarse en tan buena compañía. Lo reconoceremos porque mira atentamente los libros pensando cual sería su hueco, el estante en el que le tocaría estar y tal vez incluso se acerca, rozando con la vista la letra que iría justo delante de la suya, pero no con los dedos, todos los creadores tienen algo de supersticioso o al menos eso dicen. Pero lo delata la mirada, que no está pensando en si se vendería mejor o peor en ese momento, como tampoco se le ocurre pensar en si está en el idioma que corresponde al suyo. Y si no lo está, imagina: no te leen en tu casa, o en tu barrio, ni siquiera en tu país, sino que en una librería cualquiera de un lugar que sólo conoces por haberlo visto en el mapa una persona también puede acercarse a la historia de ese folio que escribiste.
Han de tener algo de soñador, está claro. O no podrían poner voz a muchos de sus sueños. Tal vez, sólo tal vez, por eso haya tantos libros sobre librerías y bibliotecas. Tal vez un escritor ahora famoso temió cuando empezaba que sus libros acabasen olvidados en una suerte de cementerio. Y tal vez hubo otro que no viendo su libro en las librerías se apostó fuera y hoy lo encuentra en cada una de ellas. Sueños pequeños, grandes para ellos, pero pequeños si los comparamos con lo que pueden pensar cuando ven entregas de grandes premios literarios, o cuando entran en una librería de esas que parecen inventadas, y dejan vagar la mirada perdida por ella. En silencio, concentrados en ese mundo que sólo pueden ver ellos, con esa mirada que dice que hay algo más que lo que tenemos delante.
Hoy hablamos de sueños. Tal vez el de muchos de los que os pasáis por aquí sea veros en una librería, ganar un premio o simplemente escribir. Dicen que cuando se lee mucho, llega un momento en que las historias que lees ya no llenan tanto, empiezas a resabiarte y ver venir los giros y las situaciones y a necesitar historias diferentes que tal vez no hayan sido escritas. Y que por eso muchos lectores empedernidos, terminan sintiendo la necesidad de escribir. No es mi caso. El sueño que he tenido más veces relacionado con la literatura es de mi infancia, allá cuando la vida era en blanco y negro y había concursos en la televisión en los que uno de los mayores premios era un carro de la compra; yo soñaba con ganar un carro que llenar en una librería. Sueño pequeño para muchos, lo sé. Pero es mi sueño y lo sigo recordando con cariño y me seguiría gustando poder hacerlo. Por mucho que ahora eso de que las librerías desaparezcan y empiece a temer que la venta de libros sea mayoritariamente en grandes superficies se haya convertido en mal sueño... me seguiría gustando poder cumplirlo. Aunque lo más parecido que vaya a hacer sea llenar mi lector.
Sueños. Los sueños son libres y hoy os he contado algo mío. Mi sueño literario, que no pasa por escribir ni por conocer a un escritor determinado, sino simplemente por leer. Y el vuestro, ¿cuál es vuestro sueño literario?
Gracias
