Madrugada en calma, luces sin sirenas en la puerta de un domicilio. La policía por fin decide actuar y nos indican que esperemos.
De un golpe derriban la puerta y entramos. El silencio nos recibe. Con maletines rojos y chalecos amarillos corremos hasta el lugar de los hechos.
Un conocido hombre con enorme cicatriz en un hombro, cuelga de una viga. Piel fría, rigidez de miembros y completa ausencia de vida.
Una nota de despedida con tinta de médico descansa en el suelo. Soy el primero en leerla:
“Algún día volaré sin alas, cruzaré el océano sin mojarme y haré un largo camino sin cansarme.
Algún día no podré ver como envejeces, mis manos no rozarán las tuyas y mi piel no dormirá abrazada.
Algún día seguro que me echareis en falta y no podréis hablar de mi a mis espaldas.
Ese día las sirenas tocarán mi puerta y yo no podré levantarme para abrirla.
Estoy convencido que el infierno será menos doloroso que la vida.
Algún día es hoy, ningún día es mañana. “.
Terminé de leerla, miré el familiar rostro de aquel hombre y desperté de un salto en mi cama bañado en sudor. Me giré, abracé su piel, acaricié su alma y pinté de nuevo de insomnio mi noche.
Intentaré cerrar mis ojos y descansar, porque los sueños son solo sueños y rara vez se cumplen, ¿no?.
<Los médicos de familia debemos estar atentos para diagnosticar aquellos pacientes con riesgo de suicidio. A veces no es suficiente con imprimir una receta. Dedicado para todos aquellos que deciden seguir viviendo>.
JM Salas.
{Este post en versión extendida seguramente aparezca en el libro Con Tinta de Médico, Diario de un Médico de Urgencias adicto a la noche}