Y así es como llega el mejor momento del día. Ese instante donde, sobre mi cama justo antes de dormir, imagino situaciones en donde ella y yo estamos juntos. En donde el amor es tan real como el cielo.
Hay noches en las que me pregunto si yo podría tener algún lugar en sus ojos.
¿Cómo puede ser que sean tan bonitos? Parece que lo pueden ver todo.
En sus pupilas se vislumbra el universo que habita en ella.
Otras noches, nos imagino de la mano rodeados de polvo de estrellas, caminando por una playa desierta, donde solo el mar nos observa en silencio.
En esta escena, el sol nos defiende de posibles temores.
Tu estas de blanco, sonriente, enamorada.
Nos perdemos a la distancia entre risas y gestos de cariño.
Luego, cuando me encuentro aún más apasionado, la imagino saliendo de una cascada, caminando hacia mi entre la espuma y el rocío.
En esta idea, ella se pone frente a mí y con una sonrisa se arroja al agua conmigo.
Es una tarde imponente de verano donde, empapados, nos enredamos en besos preciosos.
Entre las lianas se filtra la luz de día que, al final de su camino, terminan encontrándonos abrazados.
Algunos días tristes me imagino solo frente a una cornisa, temiendo que ella no este y de pronto, siento sus manos sobre mis ojos y me dice “¿quién soy?” es entonces cuando el alma regresa a mi cuerpo y esa sensación momentánea de desamparo desaparece.
Alegre, volteo para ver su rostro sonriente y ahí, cobijo mi cuerpo con el de ella, mientras le murmuro lo dulce que es, lo grande que es el amor gracias a ella.
De ese modo, vivo mis días. Tratando de que esos sueños y fantasías que habitan mi mente y mi corazón se vuelvan realidad.
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