Este problema nos afecta a todos. Estamos inmersos en una crisis que se alimenta de una falta de cultura política y esto deprime al sistema.
Nuestro sistema no es perfecto, ninguno lo es.Un sistema que debe evolucionar y que así lo hará, pero para ello se necesita un alto grado de crítica positiva en la sociedad civil. Una alimentación recíproca entre las partes implicadas de un sistema, que como dije anteriormente, está en una depresión.
La cultura política es fundamental en una democracia consolidada y aunque su concepto ha variado a lo lardo de la historia y a través de las diferentes corrientes del pensamiento – ya sea desde Platón pasando por Tocqueville, Weber, Habermas hasta Almond y Verba (1965, The Civic culture) – mantienen la misma esencia.
Almond y Verba en su investigación dividieron a la población en tres grupos: Los participantes, los subiditos y los provincianos. Los Participantes eran aquellos ciudadanos con un alto conocimiento político, contentos con el sistema considerándolo legítimo, merecedor de apoyo y con una alta participación en el mismo. Los súbditos se encontraban en un término medio, estos no poseían tantos conocimientos de política, no sentían una gran implicación con el sistema y no acudían a votar con regularidad. Por último, los provincianos, no tenían conocimiento alguno sobre política y estaban directamente implicados con su entorno más cercano, además poseían un alto grado de desconfianza por el empleado público.
Ante esta exposición, Almond y Verba, llegaron a la hipótesis de que las democracias más estables se establecerían en aquellos países donde disfrutaban de “cultura cívica”, es decir, donde hubiese un gran número de población participante y súbdita, y un número pequeño de provincianos.
Los primeros 25 años de democracia se han caracterizado por lo que algunos han denominado la “política del consenso” una eventualidad que se ha fragmentado en mil pedazos con la radicalización de los discursos y las confrontaciones políticas. Unos hechos que van acompañados, según una apreciación personal, de una predisposición a la monotonía del discurso político frente a la aplicación efectiva de políticas que son demandadas a priori por la sociedad civil. Hechos que enmarcan, de una manera sintetizada, una situación de descontento y desafección en la propia sociedad que llevan a la falta de conocimientos y de una predisposición por parte de los ciudadanos a “escapar” de la participación política.
Los hechos anteriormente citados no hacen más que ir en aumento. Unos hechos que se ven reflejados cada cuatro años en base a indicadores como el aumento de la abstención en las elecciones generales.
La desafección política se manifiesta principalmente por la falta de autosuficiencia de los gobernantes ante los efectos de las crisis económicas o los problemas ecológicos. Asimismo, recogiendo las palabras de Ferrán Requejo, la proliferación de la corrupción o la calidad de los partidos políticos y los medios de comunicación se posicionan como elementos fundamentales para la calidad democrática.
De este modo la ciudadanía percibe a la llamada “clase política” como una profesión desvalorada, un hecho que no favorece a la democracia. Una democracia que necesita de buenos profesionales que quieran y estén dispuestos a ejercer un cargo de responsabilidad en la política. No obstante, y a las evidencias me remito, un profesional cuya profesión se establezca en el sector privado y goce de una alta reputación debido a su trabajo no deseará trasladar su labor profesional a la política activa. ¿Por qué?, porque seguramente su poder adquisitivo disminuirá, de este modo y obviando esto último se limitará a rechazar esa posibilidad debido a la falta de prestigio.
Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que la política tenga que ser ejercida sólo por grandes profesionales llegando a un posicionamiento tecnocrático nada favorecedor, sino también por aquellos que tengan la voluntad y la capacidad de trasladar sus ideas a las instituciones políticas en base a las demandas que la sociedad civil le traslade.
Las llamadas “puertas giratorias”, desde un punto de vista de retorno laboral ,se ven imprescindibles para evitar el enquistamiento y la inmovilidad de los políticos mediante mecanismos de limitación de mandatos o el ejercicio de un cargo político.
Pero para esto se necesita cultura política, y esto es demanda social, movilización y crítica constructiva por parte de los ciudadanos. El mero hecho de decir “todos los políticos son iguales” contribuye a la inmovilización, al resentimiento y al deterioro sin precedentes de la democracia. Una costumbre más en nuestra sociedad que nos lleva cada día a esa población provinciana que describían Almond y Verba.
La democracia no empieza y acaba cada cuatro años con un simple voto.La democracia se construye alimentando toda demanda de garantía democrática y no exacerbando las limitaciones de la misma.
Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo.- Karl Marx