Vivimos tiempos interesantes. Hay que construir, entre todos, integrando a los “unos”, sin excluir a ningún “otro”, pero haciendo que fructifiquen los impulsos. Nadie dijo que fuera a ser fácil, lo que lo hace mejor, más meritorio, más valioso… y más coherente, porque habrá que enfrentar lo propio a la valoración de los demás. No cabe duda que traerá problemas, malas interpretaciones, intentos de ruptura… pero también más ganas de hacer, de continuar, de progresar, de avanzar, de hacer camino… Y las bases están puestas, pues estamos aprendiendo a escuchar. Así, una sugerencia de cómo continuar avanzando, en forma de un cuento, que, en algunos puntos, casi parece hecho para todo el movimiento de lucha que se ha generado. De hecho, nosotras y nosotros todavía estamos en ”un tiempo en el que no hay tiempo”, sino que hay que hacerlo. Es el tiempo del inicio:
Historia del uno y los todos:
Hubo un tiempo en el que no había tiempo. Era el tiempo del inicio. Era como la madrugada. No era noche ni era día. Se estaba el tiempo así nomás, sin ir a ningún lado y sin venir de ninguna parte. No había luz pero tampoco había oscuridad. Era el tiempo en el que vivían los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los más primeros. Dicen los más viejos de nuestros viejos que esos primeros dioses eran siete y que cada uno era dos. Dicen los más ancianos de los nuestros ancianos que “siete” es como los más antiguos numeran a los todos, y que el uno siempre es dos para poder caminarse. Por eso cuentan que los más primeros dioses eran dos cada uno y eran siete veces. Y estos más grandes dioses no se nacieron sabedores y grandes. Pequeños eran y no mucho sabían. Pero eso sí, mucho hablaban y se hablaban. Puro palabrerío eran estos primeros dioses. Mucho se hablaban todos al mismo tiempo y nada se entendían unos a los otros.
Aunque mucho hablaban estos dioses, poco sabían. Pero, ¡a saber cómo o por qué!, hubo un momento en que todos se quedaron callados al mismo tiempo. Habló entonces uno de ellos y dijo y se dijo que era bueno que cuando uno hablara los otros no hablaran y así el uno que hablaba podía escucharse y los otros que no hablaban podían escucharlo y que lo que había que hacer es hablar por turnos. Los siete que son dos en uno estuvieron de acuerdo. Y dicen los más viejos de nuestros viejos que ése fue el primer acuerdo de la historia, el de no sólo hablar sino también escuchar.
Miraron los dioses los rincones de esa madrugada en que todavía no había ni día ni noche ni mundo ni hombres ni mujeres ni animales ni cosas. Miraron y se dieron cuenta de que todos los pedacitos de esa madrugada hablaban verdades y que uno solo no podía escuchar todos los rincones, así que se dividieron el trabajo de escuchar a la madrugada y así pudieron aprender todo lo que el mundo de entonces, que no era mundo todavía, tenía para enseñarles.
Y así vieron los más primero dioses que el uno es necesario, que es necesario para aprender y para trabajar y para vivir y para amar. Pero vieron también que el uno no es suficiente. Vieron que se necesitan los todos y sólo los todos son suficientes para echar a andar al mundo. Y así fue como se hicieron buenos sabedores los primeros dioses, los más grandes, los que nacieron el mundo. Se supieron hablar y escuchar los dioses estos. Y sabedores eran. No porque supieran muchas cosas o porque supieran mucho de una cosa, sino porque se entendieron que el uno y los todos son necesarios y suficientes.
Se va el viejo Antonio. Yo quedé esperando. Esperando como de por sí se espera al mar y al trigo, es decir, sabiendo que llegarán… porque no se han ido.
Vale. Salud y no olviden Acteal. La memoria es la raíz de la sabiduría.