Revista Opinión

Suicidio colectivo

Publicado el 30 abril 2018 por Elturco @jl_montesinos

Parafraseando a Abraham Lincoln, se puede soportar el socialismo completo poco tiempo, se puede soportar algo de socialismo mucho tiempo, pero desde luego que es imposible soportar el socialismo a tutiplén todo el tiempo. No es solo que la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas cayera estrepitósamente junto con todo el conglomerado de países satélite, es que el socialismo populista del siglo XXI, con Venezuela como principal ejemplo, zozobra hoy también en Nicaragua. China, dónde el yugo comunista ha sido férreo y poderoso durante casi todo el pasado siglo, se apunta al capitalismo, tímidamente eso sí, pero se apunta. Además, los que se fueron ejemplos socialistas en tiempos, los países del norte de Europa, hoy copan cualquier ranking de Libertad económica o personal. Algunos los tacharán de mojigatos, quizá, pero ya es imposible tacharlos de socialistas sin caer en la mentira. Los que cambiaron a tiempo disfrutan de la prosperidad que el comercio promueve desde los tiempos más remotos de la humanidad.

Sin embargo, la pulsión controladora de todo el que tiene cierto apego al poder, unida a la desidia, ignorancia o los intereses ocultos – buscar el camino fácil – de una parte ciudadanía, provoca que sea tremendamente complicado aparcar para siempre los excesos de la tutela gubernamental. Una cosa es necesitar reglas para poder jugar al juego de la vida y otra cosa, bien distinta, el gusto por emular al Gran Hermano o querernos hacer vivir a todos en Un Mundo Feliz. Máxime cuando el apego al poder suele ir acompañado de la más flagrante de las ignorancias sobre asuntos tan primordiales como la condición humana y las relaciones personales – que es de lo que habla en realidad la economía. Más allá del marketing y la propaganda, las decisiones que se toman chocan generalmente con lo que el ser humano es, con su esencia. Esto termina por provocar las explosiones que ya conocemos de la U.R.S.S. o Venezuela. Una cosa es acostumbrarse a sufrir y otra muy distinta dejar de ser personas y negar nuestra naturaleza todo el tiempo.

En el adelantado occidente vivimos, cada día más, ataques a las libertades personales. Meter a alguien en la cárcel por expresar una execrable opinión o prohibir carteles y autobuses son un claro ejemplo. La negación de la propia defensa, en nuestro país, otro. Los Padres Fundadores de Estados Unidos no escribieron la Segunda Enmienda (ojo, la segunda en orden y por lo tanto en importancia) porque les gustara llevar pistola. Un montón de norcoreamos armados pueden derrotar a su tirano. Un país famélico e inerme, no. La Primera Enmienda, por cierto, es la que protege la Libertad de Expresión. En la parte económica las trabas al comercio y el nulo entendimiento de éste están a la orden del día. Una vez subyugadas los impulsos personales se trata de coartar las relaciones. Mientras, los palmeros de la prensa o las artes aplauden.

Si no fuera cierto lo que decía Lincoln, estaríamos abocados al suicidio colectivo. No obstante, como ya he expuesto, no se puede ir contra la propia esencia per secula seculorum. Es probable, casi seguro, que, más pronto que tarde, todo el tinglado estalle en mil pedazos. Una burbuja de deuda soberana por aquí, un montón de ciudadanos cabreados por allá. Quién sabe. Los malos tiempos hacen gente dura, la gente dura hace buenos tiempos, los buenos tiempos hacen gente débil y la gente débil hace malos tiempos. Ese es el ciclo de la vida, uno de ellos. Me temo que andamos camino de la última parte de la sentencia. La gente débil busca mesías por todas partes. Seguramente sus hijos o sus nietos sean mejores que ellos.

Publicada en DesdeElExilio.com


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