No es una moda, no es algo pasajero, y no discrimina entre sexos, raza o ideología. El suicidio de veteranos de guerra en Estados Unidos en los últimos años y su tendencia creciente al alza, ha levantado las alarmas de la sociedad, las asociaciones de apoyo y las autoridades gubernamentales y sanitarias encargadas de la salud y el bienestar de los veteranos. Cuando nos disponemos a celebrar el Día de los Veteranos, este próximo martes 11, es bueno colocar este tema bajo el foco de atención.
La guerra quedó atrás para muchos, pero no los fantasmas, los miedos, el estrés postraumático, las pesadillas, las tragedias, y la presión social para adaptarse a la nueva realidad. Las patrullas de riesgo, las guardias, las balas, las explosiones, las emboscadas, las operaciones especiales y los bombardeos fueron constantes y el pan nuestro de cada día en las guerras de Irak y Afganistán. Su impacto en la psique de los soldados es diferente en cada uno, pero muchos presentan efectos adversos y negativos en el estado psíquico y físico a su regreso del combate. El resultado es que una verdadera epidemia de suicidios está arrasando las filas de los veteranos de guerra estadounidenses, a razón de 22 exsoldados de media al día.
Las consecuencias de la guerra hacen que adaptarse a la vida civil después sea algo complicado para muchos de los veteranos, sobre todo para los que vivieron situaciones de especial horror, desgaste mental, o son psicológicamente más débiles. La estadística es brutalmente sincera: cerca de 6.500 soldados al año se suicidaron entre 2009 y 2010, según los informes del Pentágono.
Las conocidas como “heridas ocultas de la guerra” ponen a un veterano estadounidense con el doble de probabilidades de suicidarse que un civil. Una tasa que se multiplica por cuatro en el caso de que el exsoldado sea menor de 24 años, una franja de edad en la que se produjo un incremento del 44% de suicidios respecto a etapas anteriores. Una auténtica tragedia que está golpeando duramente a miles de familias y destruyendo sus hogares.
Las autoridades sanitarias y los especialistas indican que las lesiones psicológicas y emocionales son las causantes de estos suicidios, que ya afectan al 20% de los veteranos de los dos conflictos bélicos (Irak y Afganistán). Desde el Pentágono se señala al síndrome de estrés postraumático (PTSD) como la principal causa de enfermedad que desencadena un suicidio cada 80 minutos. Todos los datos que manejamos en los informes relativos a veteranos, ya sea en el Pentágono, las autoridades sanitarias o los servicios de Inteligencia, aparecen cifras preocupantes y que deberían servir como acicate para colocar este problema entre los prioritarios del país y del próximo presidente de Estados Unidos. Por ejemplo, que 950 veteranos fueron atendidos por intentar quitarse la vida cada mes entre octubre de 2008 y diciembre de 2010, o que el índice de suicidios entre el personal militar se duplicó entre 2004 y 2009 hasta las 30 muertes por cada 100.000 personas, más del doble de la media para el conjunto de la población.
Si le sumamos las cifras hasta 2014, es para echarse a temblar y exigir medidas inminentes que atajen la problemática, que es de carácter humano, no lo olvidemos. Y aunque es cierto que la tendencia está reduciéndose, algunos expertos temen lo que pueda suceder en los próximos años, cuando en torno a un millón de soldados dejen el frente de batalla y regresen a casa, donde espera un difícil encaje social, adaptándose de nuevo a una vida relativamente exenta de riesgos, pero en la que los gritos, las escenas de pánico y horror, la tensión y el estrés del combate perduran en las mentes por mucho tiempo, y cuando hay que convivir con los fantasmas del pasado y los fantasmones del presente (a veces más peligrosos). Una nueva batalla difícil para los exsoldados que tiene lugar en el interior de la cabeza y en medio de la sociedad civil.
Las consecuencias de la guerra siguen vivas en los combatientes muchos años después, con efectos emocionales diversos, y afrontar esto con recursos y apoyos suficientes es la primera lección para evitar esta masiva oleada de suicidios.
El trabajo de organizaciones como el Centro Nacional de Estudios sobre Veteranos, la Kaiser Family Foundation, Catholic War Veterans, o de “Veteranos de Irak y Afganistán” (IAVA), son decisivas para atajar esta epidemia de suicidios y apoyar activamente a los veteranos de Irak y Afganistán, por eso requieren de mayores presupuestos y recursos humanos.
Trece años de guerras intensas y duras, llevó a pasar a 2,6 millones de estadounidenses por la experiencia del combate, y más de un millón de veteranos han sufrido algún tipo de trastorno psicológico, pero hoy más que nunca el gobierno debe destinar miles de millones de dólares para intentar curar las heridas de guerra que los veteranos se han traído a casa como regalito envenenado. Simplemente no podemos dejar a su suerte a esos compañeros, amigos y familiares después de tantos sacrificios por este país. Ayudar a los exsoldados que regresan a casa del frente de batalla es sin duda una de las más importantes prioridades para el gobierno y uno de los desafíos más formidables que enfrentamos; es una de las líneas de actuación que definirán el apoyo que reciba el próximo candidato a ocupar la Casa Blanca, y para el que algunos ya están presentando medidas inteligentes.
Con el fin de aquellos conflictos bélicos, y el inicio de uno nuevo frente al Estado Islámico, el mayor peligro es que este problema se desvanezca y resulte mucho más difícil para los soldados recibir el apoyo necesario para sus problemas, por lo que la divulgación y la concienciación social son esenciales ahora y en el futuro.
Anualmente el Pentágono destina sobre mil millones de dólares en prevenir, diagnosticar y tratar enfermedades como el estrés postraumático (PTSD), cuya incidencia ha aumentado en la última década un 656% e incapacita a muchos soldados para seguir en sus puestos de trabajo en tiempo de paz o para retornar a la vida civil. Pero muy posiblemente esta cantidad no sea suficiente. No podemos ser cicateros con este tema mientras se despilfarra por otro lado en temas intrascendentes o de poco alcance.
Datos como los ofrecidos por la Kaiser Family Foundation, que indican que más de la mitad de los veteranos del último período de guerras conoce a un militar que se ha suicidado o lo ha intentado, y más de un millón sufren accesos repentinos de violencia, deberían llamarnos a la acción para solucionar este problema. Asimismo, uno de cada cinco excombatientes sufre depresión y, según un estudio del Instituto de Medicina, el número de 936.283 militares o veteranos que han sido diagnosticados con problemas mentales en la última década es probablemente mucho mayor, “porque muchos casos no se identifican adecuadamente”. Es decir, un caldo de cultivo ideal para futuros suicidios o explosiones de violencia incontrolada.
No podemos tolerar que la exclusión social se cebe con aquellos que han servido al país de uniforme porque al fin y al cabo las consecuencias de la guerra son una sombra negativa que afecta a toda la sociedad, y lo que le pasa a los veteranos es algo que concierne a toda la comunidad, no es más que un reflejo de lo que sucede en todo el país.
Más allá de las medidas preventivas y de ayuda a los exsoldados, también debemos estar preparados para asimilar aquellas muertes por suicidios que se producen, porque en ocasiones suceden cosas que escapan a nuestra comprensión. Son las heridas invisibles de la guerra, siempre presentes, y que jamás debemos olvidar.