Revista Cultura y Ocio

Suicidios y chapuzas

Por Cayetano
Suicidios y chapuzas


Zoila Zabaleta Zunzunegui decidió quitarse la vida el día en que un muchacho bromista, dispuesto a pasar el rato gastando bromas telefónicas, al modo antiguo, la llamó diciéndole que cómo no le daba vergüenza estar la última en la guía telefónica. No lo pudo soportar. Cayó en una grave depresión y estuvo a punto de cometer una locura: darse de baja de Movistar o de Facebook. Luego, lo pensó mejor e intentó matarse; pero no lo logró: la pistola que le vendieron por internet era de fogueo. 

Aniceto Sepúlveda se tiró por la ventana desde el piso undécimo de aquel bloque de viviendas -con tan buena suerte que fue a caer sobre el toldo de la charcutería y se salvó-, cuando se enteró de que su padre le puso ese horrible nombre, como una maniobra de distracción, para que nadie se fijara en el suyo propio: Desiderio.   Edelmiro Queme Piro, periodista de la cadena ESTAR, se ahorcó con un cordón de bota de hacer senderismo (la del pie derecho, concretamente), colgándose de la viga de madera del techo de un albergue rural en las afueras de Bruselas, tras nueve semanas ininterrumpidas de aguantar estoicamente a diario las declaraciones de Puigdemont, cuando este señor estuvo allí pasando una temporada antes de que partiera a Waterloo. En un papel firmado a los pies del ahorcado se podía leer: me voy porque no aguanto al tipo del flequillo con gafas. Me tiene aburrido. Todos los días tiene que ser él el centro de las noticias.  Froilán, un joven consentido y prepotente de familia con posibles, se suicidó el día en que se enteró de que, aparte de ser el rey de su casa, no podía serlo del resto del país, dado que, entre otras cosas, por motivos que ahora no vienen a cuento, se había proclamado la república.

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