De mi educación en un colegio católico me queda, claro, una cierta influencia. Pero si bien es cierto que estudié el Bachillerato (unificado polivalente) y el COU en un colegio católico, era un centro algo atípico, y ese tema tan molón de los siete pecados capitales lo aprendí de David Fincher y esa gran película que es “Seven”. O que en su momento, me pareció que era, ya que creo que no la he vuelto a ver nunca más desde aquél 1995 en que se estrenó.
Esto de los pecados capitales está bien. Quiero decir, un pecado, ya de per se, es algo chungo, pero si encima son capitales, bueno, la cosa se pone jodida para escapar de las llamas infernales. Aunque releyendo la lista (gula, pereza, soberbia, avaricia, envidia, lujuria e ira), me temo que los cometo todos, con una cierta constancia. Sin embargo hay uno en concreto que suelo cometer, y que digo yo que no será para tanto: la envidia.
Sí, la envidia, ese sentimiento tan común, tan humano, y creo que tan necesario para espabilarnos, para no dormirnos en los laureles, para querer más, para tratar de optar a más, para no caer en el conformismo... todos tenemos envidia. Todos. Las personitas de bien incluidas, pero claro ellas la tratan de disfrazar con el adjetivo “sana”. “Envidia sana”. Qué diablos es eso? Eso ni es envidia, ni es nada! La envidia sana es como la cerveza sin alcohol o las patatas fritas light, meros sucedáneos. Y yo, tengo envidias... a menudo.
Una de mis filias son los escritores que triunfan jóvenes. Especialmente si lo hacen con esa clase de libros que suelen ser considerados como, de algún modo, reflejos o referencias generacionales, o cuanto menos, si versan sobre personajes jóvenes como ellos mismos. También tengo como filia esa clase de libros que suelen ser protagonizados por jóvenes o adolescentes y acaban siendo novelas más o menos de culto, como “El Guardian Entre El Centeno” o “La Ley De La Calle (Rumble Fish)”. Pero esa es otra historia. En este caso, me refería a escritores que en una insolente juventud publican novelas de argumentos basados en personajes coetáneos, de alguna manera, llámense John Fante, Brett Easton Ellis, Ray Loriga o Kiko Amat.
Pero ay, amigos, si bien no puedo evitar lanzarme a consumir esa clase de libros, por otro lado, no puedo evitar que la envidia me corroa. Y no una envidia sana, no. Esa no existe para mí. Envidia insana ante esos tipos que logran publicar y tener un cierto éxito contando historias de chavalería y juventud (divino tesoro), quizás porque en un alarde de arrogancia, yo también me creería capaz de ello.
Brett Easton Ellis con pose de "he madurado pero todavía soy un escritor malote"
Y con Brett Easton Ellis me ocurrió, hace unos años, de un modo más o menos repentino. Yo conocía a Ellis como casi todo el mundo, a través de “American Psycho”, aunque llegué antes a la película que a la novela. Como quiera que un día, por casualidad, curioseando por la librería, di con su novela de debut, “Menos que cero”, y me llamó la atención. Y no me equivoqué, me topé con un libro muy interesante, escrito con un sorprendente estilo para tratarse de un chaval que entonces contaba sólo con 21 años (¡!!). ¿Es, o no es como para tener envidia? Luego cayeron la versión cinematográfica de “Menos que cero”, que en castellano se proyectó como “Golpe al sueño americano”, bastante menos interesante y lo que es peor, no sólo varía ciertos aspectos de la novela en la que se basa, sino que además, incluso varían, en una pirueta con mortal incluido, el final. Luego leí “American Psycho” y finalmente su anterior novela, estupenda “Lunar Park”, de la que juraría que ya hablé en NDK pero soy incapaz de encontrar exactamente dónde.
Y eso nos lleva a este punto. Si bien “Lunar Park” me pareció un libro que reflejaba una madurez literaria que a veces no se da en esta clase de autores que comienzan escribiendo tan jóvenes, el libro que nos ocupa ahora mismo, y a la postre, última novela de Brett Easton Ellis, ha supuesto una decepción mayúscula.
Niños pijos en situaciones extremas: "Golpe al sueño americano"-1 "Beberly Hills 90210"-0
En efecto, el hecho de que “Suites Imperiales” retome los personajes de “Menos que Cero”, pero 25 años más tarde, era un riesgo demasiado grande. Y no sé como valorarlo, si como un ejercicio de valentía, por saber que retomar personajes de una novela que con el tiempo se ha ido mitificando, como es “Menos que Cero”, podía suponer un rechazo causado por las altas expectativas en un lector con cierta implicación personal en la novela inicial, o bien como un ejercicio de desfachatez y de ir a lo sencillo. De hecho, sí, son Julian, Clay, Blair y los demás. Pero podían haber sido otros, con otros nombres y sin necesidad de conocer su pasado. Y el resultado habría sido el mismo. El mismo de endeble, aunque tal vez menos decepcionante.
El particular estilo de Brett Easton Ellis me sigue gustando. Incluso el interés por relatar a personajes de su propia edad, mostrando una evolución como creador. Y resulta interesante el desengaño que transpiran los personajes, aunque, e igual es conciencia de clase, pero un nihilismo de ex-niños pijos reconvertidos en cuarentones ricachones de Los Angeles resulta incluso ridículo. Pero la realidad es que “Suites Imperiales”, pese a ser una novela cortita, apenas ciento cincuenta páginas, es un coñazo. Todo demasiado desdibujado, todo como si fuera a pasar algo más de lo que pasa, y si pasa, no se explica. Y sí, soy muy consciente de que el juicio sería menos severo si en el lomo no figurara el nombre de Easton Ellis o si no volviera a ser Clay quien narra la historia. Y a pesar de todo ello, aunque no se dieran esas circunstancias, seguiría siendo una novela flojita.
Canciones:
QOTSA: "Gonna Leave You"
Brian Eno: "By this river"
Los Planetas: "Reunión en la cumbre"