La Unión Europea le ha advertido al presidente Recep Tayyip Erdoğan, que no seguirá negociando la adhesión de Turquía a este grupo de 27 democracias, excluyendo ya al Reino Unido, si impone la pena de muerte tras sufrir el sospechoso y fracasado intento de golpe de Estado, que para él según dijo fue “un regalo de Alá”.
Que es como decir que si no llega tan lejos seguirá siendo candidato a la adhesión: el presidente de Turquía podrá introducir su sultanato en la UE.
Turquía, con una vez y media la superficie de España, 80 millones de habitantes jóvenes –30 años de media-- y una renta per cápita PPP de 18.600 euros –España 31.600—, lleva negociando más de una década su adhesión a la UE, apoyada por gobiernos como los españoles, tanto socialistas como populares.
Pese a que desde 2003 siendo primer ministro, y desde 2014 como presidente, Erdoğan ha ido separando el país del laicismo republicano de Ataturk.
Se apoya en las mayorías más ignorantes, fanáticas religiosas, mientras persigue a las personalidades más modernizadoras y críticas con su vuelta a la mentalidad del sultanato, intelectuales, militares y funcionarios ilustrados, y prensa.
El presidente ya admite que inspira su nacionalismo en el régimen religioso de los sultanes, mientras lucha contra la minoría kurda y contra su rival religioso Fethullah Gülen, influyente clérigo islámico exiliado en EE.UU
Como los dictadores, ahora está purgando y deteniendo a decenas de millares de opositores no implicados en el golpe: quedará sin críticos, “un regalo de Alá”.
Que a nadie extrañe que, entre los atentados en Europa de inmigrantes y refugiados musulmanes, y la sospecha de que Turquía vuelve al sultanato, muchos millones de europeos no ultraderechistas, sino liberales, renieguen de la UE.
Y que voten a políticos xenófobos como los británicos porque rechazan la corrección política impuesta por Bruselas y se oponen a inundar Europa de islamistas con mentes medievales.
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SALAS