Revista Sociedad

Sumatra (2): primeros impactos

Por Hijosdeevayadan
(viene de Sumatra (1): del abismo al caos)

El avión aterrizó y yo con él. Un camión nos llevó directamente al hospital de campaña ubicado en el aeropuerto, donde nos esperaban ansiosos nuestros compañeros. En cinco minutos les dio tiempo a presentarnos a los pacientes, decir en qué pared de la tienda estaba colgado el minidiccionario de indonesio y que pronto se presentaría algún voluntario australiano capaz de hacernos traducciones entre el dialecto de indonesio y su inglés. Los contenedores de medicación estaban en alto, para impedir que el barro que lo salpicaba todo pudiera alcanzarlos.

No recuerdo si ese día trabajamos mucho. De vez en cuando llegaban helicópteros con pacientes recién rescatados. Unos tenían los pulmones infectados por el agua aspirada, otros presentaban fracturas ya evolucionadas, abscesos, tétanos… Nosotros les estabilizábamos y derivábamos al hospital aún en pie.

Sumatra (2): primeros impactos

Por fin llegó la noche indonesia. Subimos al contenedor de un camión que había estado recogiendo cadáveres durante el día, sin ningún ánimo para quejarnos ni del cansancio ni del olor. Queríamos llegar a “casa”, la Facultad de Medicina en la que el personal no médico del equipo había empezado a organizarse. Lo primero era montar las mosquiteras. Íbamos a dormir unas treinta personas en una habitación diáfana en la que las telitas transparentes nos separaban de dos en dos. Mi compañero de mosquitera se llamaba Juan. Cuando alguno de los dos quería cambiarse de ropa, el otro salía educadamente de la habitación virtual, cruzando pasillos imaginarios en los que aparentábamos no ver la intimidad de las también imaginarias habitaciones adyacentes. Para cenar  debíamos acudir al entonces almacén de comida. ¿Había sido anteriormente un aula? Era difícil asegurarlo porque la habían vaciado de todo mueble y decoración, manteniendo exclusivamente una foto que la presidía, llamativamente familiar, con la imagen de Bin Laden idealizado, casi como los cuadros de Jesús que recuerdo de las casas españolas en mi infancia. Los sanitarios del contingente español habíamos trabajado el 11-M atendiendo a las víctimas de los atentados. Así, sin hambre, debíamos elegir entre las cajas apiladas no identificadas, repletas de alimentos enlatados y botellas de agua. Las letrinas estaban atascadas, pero suponían mejor opción que la alternativa de salir de dos en dos con linternas, al exterior, en donde paseaban jaurías de perros y seres humanos sin rumbo, quizás antiguos ocupantes del psiquiátrico cuyas puertas se habían abierto definitivamente, y después encuclillarse rodeados de montículos embarrados que un día fueron personas o animales. Ya sabíamos que nos resultaría difícil dormir, todas las noches se producían terremotos, mucho más evidentes en el interior de un edificio. Sin embargo, oh maravilla, ocurrió el milagro de los panes y los peces y aparecieron benzodiacepinas y petacas con licor, teóricamente imposibles de encontrar en un país musulmán. Echamos cuentas, fraccionamos el tesoro y nos fuimos a dormir con la mejor de las disposiciones. Ni la sinfonía de ronquidos, ni los olores que habitaban la sala, ni el temblor que hizo levantar a algunos, impidieron que durmiera esa noche.

(continuará)

Nieves de Lucas


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