La palabra islam significa sumisión, y someterse es lo que hace la justicia española al obligar a aceptar el velo musulmán en las trabajadoras que deberían llevar uniforme de la empresa para la que trabajan.
El juzgado de lo Social número 1 de Palma de Mallorca ha estimado la demanda contra Acciona de Ana Saudi, azafata de tierra musulmana que usaba el uniforme habitual desde 2007, cuando la contrataron, y que en 2015 recibió un “avivamiento espiritual”, rechazó la uniformidad y exigió trabajar con un gran velo islámico.
La empresa rechazó esa exigencia y le impuso sanciones de empleo y sueldo que acaban de ser revocadas en una sentencia que obliga a indemnizarla con 12.383 euros y reincorporarla al trabajo ante el público: según la sentencia, “se vulneró su derecho fundamental a la libertad religiosa”.
Por tanto, cualquiera puede pedir trabajo engañando con ropas comunes, pero después una budista presentarse con hábitos de monja hare-krishna, una musulmana con chador iraní, otra con burka, y todas exigir además libertad para sus rezos en horas laborales.
Si algo había conseguido la cultura occidental era circunscribir las expresiones de religiosidad a la intimidad, con excepción de contadas fiestas.
Mientras, en algunas profesiones aparecía el uniforme para identificar a la empresa y homogeneizar y reducir diferencias individuales de origen social o cultural, incluso étnico, lo que era un avance para la igualdad.
Pero la civilización occidental está sometiéndose –islamizándose, como ordena la palabra--, acatando normas medievales superadas por la Ilustración, y ahora, además, con leyes y tribunales que sirven a la reacción y al fanatismo.
Cuando otras musulmanas busquen trabajo muchas empresas pensarán que Donald Trump tiene razón, porque si después de conseguirlo vistiendo normalmente exigen libertad para ir como Ana Saudi, mejor no contratarlas.
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SALAS, volvemos al aviso clásico del artista
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