En lo último de Paul Auster reconozco su estilo, sus temas, sus personajes, su forma de mirar sobre Nueva York. Es esta la realidad actual de los Estados Unidos en plena crisis, cebada en las carnes de Miles Heller y otros personajes con quienes convivirá. Todos ellos atraviesan por episodios que no dejan de ser distintas caras de ese mismo problema y, a la vez, piezas que completan para el lector el rompecabezas de la historia del protagonista.
Auster no puede ocultar el dolor que le produce esta situación crítica, la de los deshaucios de los caídos en tan desalentadora batalla y los parados que se rascan los bolsillos sin dar con un mísero tintineo. Damos en la novela con jóvenes desamparados -el mismo Heller, su novia menor de edad, y sus compañeros de casa okupada, que estudian y no tienen grandes ambiciones-, pero también conocemos a otras personas, como Morris Heller, el padre editor, o a la madre, reconocida actriz, o a otros de quienes Miles se ha alejado durante años. Éstos últimos, lejos de sufrir problemas económicos, sobrellevan las secuelas que ha ido dejando la actitud del joven Miles, herrante, abandonando y siendo abandonado, roído por su sentimiento de culpa, el que lo atormenta y no le deja vivir en paz.
En Sunset Park su autor trata sobre el azar y la intervención sobre él y sobre el destino. Muestra, además, su compromiso firme con la realidad y con el cambio. Confía en aplicar la creatividad ante las dificultades, asumiendo en todo momento lo que a cada cual toque asumir. Y cómo no, también en recuperar el pasado. Relaciona lo ocurrido décadas atrás en su país con la narración, encontrando puntos en común entre ello y el presente de sus personajes. Aparecen Liu Xiaobo y su lucha personal en la censora China, así como Obama y las guerras en las que el imperio decadente sigue metido y sus efectos colaterales en territorio propio. La lucha en estas grandes guerras y el destino incierto de quienes vuelven de ellas sin recompensa se relaciona con historias similares contadas por el cine. Por ejemplo, en Los mejores años de nuestra vida, el clásico de William Wyler, diseccionado desde la mesa de trabajo de la compañera okupa de Heller, que prepara su tesis doctoral.
La novela cuenta con una técnica muy lograda, ágil, que dirige el interés del lector hasta el final. Quizás al llegar al él Auster se deja sin completar algunas historias laterales de gran entidad. Me quedo con ganas de más. Aun así, no evito reconocer sus grandes méritos y los buenos ratos pasados entre sus páginas.