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Cierro este malhadado 2010 con una nueva reseña a la obra de Paul Auster, en este caso a su última novela, “Sunset Park”, otra decepción —aunque anunciada— en este año tan colmado de pinchazos en hueso.
Por un momento, y tras la lectura de su penúltimo libro, o sea, “Invisible”, albergué en mi cándido corazoncito la posibilidad de que el maestro de Newark, con los nuevos y escabrosos ingredientes mostrados en ella hubiera sabido enderezar el rumbo de la nave que zozobraba… ¡ese buque fantasma gobernado por el escritor “profesional”, el que sigue escribiendo por mantener una firma y ganar ninerito sin tener ya nada que decir! Pero no. Fui víctima, una vez más, del espejismo que quiso hacerme ver que el autor de las memorables “El palacio de la luna”, “La música del azar”, “El país de las últimas cosas”, “La trilogía de Nueva York”, etc. había cobrado nuevos bríos.
“Sunset Park” es nada. Una colección de manidos tics, de situaciones aplantilladas, de resabidos flashes y en suma, de manierismo. La vacía autocaricatura del autor. Sí, en efecto, su lectura puede ser entretenida, de gran ligereza, pero a la vez tan olvidable como el vaso de agua que calma la sed. Una novela que ni mancha ni persiste, una novela que no deja rastro a los tres minutos de haber acabado con ella.
Miles Heller, un joven que tras dar varios tumbos por los USA después de romper con su familia, acaba en el grupo de okupas que mora en una destartalada casa del neoyorkino barrio de Sunset Park. Allí cada uno de sus cuatro ocupantes tiene su particular rollo (intrascendente) y mantienen relaciones (intrascendentes) sobre un fondo de revoltijo (intrascendente) en el que no falta el aliño austeriano de béisbol y película obsesionante, en este caso “Los mejores años de nuestra vida” (William Wyler, 1946)… Y ya no sé qué decir más porque no hay más.
En mi fijeza por resumir en el menor número de palabras posible las novelas que acabo de leer, puedo decir que “Sunset Park”, así para entendernos, no es más que puro cotilleo. Gossip. Vacuidad. Como la estúpida noche que me tocará vivir mañana.
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