Revista Cultura y Ocio
Lo primero que diré es que quien ya tuviese intención de ver esta película, que le hayan consternado los posters o el tráiler le haya llamado irremediablemente, que no lea esta crítica. No porque haya spoilers nocivos, sino porque esa película de cuanta menos información disponga uno antes de ir a verla más la podrá disfrutar. Y vale cada céntimo de euro. Todos a verla right now. Pero si no te fías yo te cuento todas las razones que hay, que son muchas.
Nuevamente, contamos con la colaboración de Esther Miguel Trula desde Madrid.
Es difícil creer que alguien pueda rendir un homenaje al cine de acción de Steve Spielberg en condiciones, que esté a la altura de las expectativas. Pero al parecer a J. J. Abrams no le ha costado en absoluto conseguirlo. Lo vemos:
En el verano de 1979 una pandilla de niños, desde una pequeña ciudad de Ohio juegan a hacer cine. Probablemente unos de los equipos de producción y realización más cautivadores que se hayan visto (el punto cómico del valor de producción). Pues en mitad del rodaje de unas escenas vivirán y filmarán al mismo tiempo el comienzo de una aventura calamitosa en la misma línea y tomando diversas características de Jurassic Park, E.T., Los Goonies , Indiana Jones y la Calavera de Cristal e incluso la Guerra de los Mundos. Todas ellas, recordemos, con inolvidables señas spielbergianas (era necesario) dentro de guión, dirección y producción. Y de estos dos últimos papeles creativos parece que J. J. Abrams no sólo haya sido fan en su infancia, sino que también ha sabido sintetizar a la perfección el espíritu de su obra.
Su intención de entretener a base de espectaculares efectos especiales contando historias de sencillo planteamiento pero mágicas, imposibles fuera de la gran pantalla. Porque de eso va su cine, de recordarnos que la industria cinematográfica es capaz de fabricar sueños. Es un prodigioso instrumento capaz de emocionarnos. Podrá gustarte más o menos el cine europeo de autor (esa etiqueta), podrá repelerte en mayor grado el patriotismo latente en el cine americano, pero difícilmente pasarás sin conmoverte con Inteligencia Artificial o Salvar al Soldado Ryan. Sin meterte en la piel de esos personajes valientes que superan las más dispares odiseas tan distintas en trama como Munich o La Terminal. Mezclando historias verídicas con fantásticas con ejemplos como La Lista de Schindler o Minority Report. Así ad eternum, pero ya me entendéis.
Si bien en algunos momentos podríamos pensar que el argumento y las acciones de los personajes son pobres o planas no es así. Que es un ahorro, una constante síntesis que se apoya en la memoria cinematográfica de nosotros, los espectadores. Si no se profundiza, por ejemplo, en los personajes secundarios es porque los recordamos de otras tantas obras. Es, en el fondo, la misma película que los niños están grabando. Un tópico. Y magistralmente no por ello pierde fuerza. La cantidad de matices en los diálogos, en el vestuario y en los comportamientos de los actores cierran un ciclo de peso e intensidad del que en principio parece que se prescinde.
Quedaros con estos nombres: Elle Fanning y Joel Courtney. Los dos niños que viven el romance adolescente (momento de amor zombie incluido) y protagonizan las escenas con más peso de la película cargan de emotividad cada fotograma que firman. Se intuye talento por parte de ellos y por la de Abrams, que con el tándem de guión más dirección de actores nos trae de vuelta los rasgos humanos que en Perdidos disfrutábamos. Cada vez que hay una escena con la cuadrilla de chicos las voces y las cadenas de pensamientos que cada uno de los personajes tiene se entrelazan, pasando a confundirnos primero y después a constatar que es realmente así como somos, especialmente en la infancia. Mostrencos, errados y caóticos.
En definitiva, imprescindible para el amante del cine de aventuras de los 80 y 90; fundamental para los entusiastas de los efectos especiales (y sobre todo sonoros) e indispensable para los que disfrutan de los subtextos en los diálogos de J. J. Abrams.