El regreso de Alicia al País de las Maravillas es una metáfora de la búsqueda de uno mismo y de la autoestima que planta cara a lo irrealizable.
La Alicia que ha maravillado a Tim Burton pensaba seis cosas imposibles antes de desayunar. Todas ellas se hacen realidad en su regreso al submundo, lo que esta joven bautizara como el País de las Maravillas en su primer viaje hace trece años. En la película del cineasta estadounidense, esta chica llega al borde de la madurez llena de dudas. Poco tiene que ver con el personaje que hizo famoso el largometraje animado de 1951, también producido por Disney –salvo el vestido de color celeste, el conejo blanco con chaleco que lleva un reloj y algún que otro detalle–, ni con la niña que encandiló y despertó la imaginación de Lewis Carroll.
En este filme, que ya ha cosechado 781 millones de dólares en todo el mundo (más de 300 millones en Europa) Alicia (Mia Wasikowska) abandona al joven que pide su mano rodilla en tierra. A punto de darle el ‘sí’, ella huye persiguiendo al conejo blanco y cae en una madriguera. En ese momento comienza una historia deslumbrante, que emana imaginación y en la que aparecen personajes realmente oníricos con una estética gótica que enamora y horroriza a un tiempo.
Allí conviven la tirana Reina de Corazones y su hermana –la derrotada Reina Blanca–, los gemelos Tweedledee y Tweedledum, un lirón, un perro que se llama Bela y un sombrerero (Johnny Depp) de inquietantes ojos verdes que da la bienvenida a la joven: “Existe un lugar distinto a cualquier otro. Un país de maravillas, de misterios y de peligros. Dicen que para sobrevivir a él hay que estar tan loco como un sombrerero. Por suerte yo lo estoy. Alicia, llegas tarde. ¿Lo sabías? Traviesa”.
Entonces el sombrerero se convierte en el mentor de una veinteañera llena dudas a la que increpa diciéndole: “Has perdido tu muchedad”. Alicia ha olvidado su yo, el ADN que cautivó a todos en su primer viaje. Está obsesionada por despertarse de lo que ella considera un sueño para regresar a la realidad, un mundo en el que tampoco encuentra su sitio. Para ella todo es irrealizable, supera su capacidad de respuesta más allá de lo que engendra su fructífera imaginación: “¡Esto es imposible!”. El loco personaje que interpreta Depp le responde: “Sólo si crees que lo es”. Un buen punto de partida para aquellos profesionales de actitud derrotista ante cualquier bache en su carrera.
También Absolem, el gusano azul y guardián absoluto del oráculo que describe cada momento importante del País de las Maravillas, ofrece alguna de las pistas sobre la esencia de esta película y acerca de las aspiraciones profesionales. Él es el único capaz de descubrir si la joven es la niña que visitó el submundo trece años atrás y quien está destinada a ayudarles. La recibe fumando encima de un hongo gigante en medio de un bosque impregnado de humo. Una Alicia sorprendida le pregunta: “¿Quién eres tú?”. “La cuestión es, ¿quién eres tú?”, le responde la criatura, forzando así a la joven a conocerse a sí misma. Por un momento traslade esa cuestión a la empresa. ¿Quién es usted? ¿Qué aporta a su mundo desde el puesto que desempeña?
La locura y los retos
El País de las Maravillas esconde ésta y otras similitudes con el entorno laboral en el que se mueven muchos profesionales, ya sean ejecutivos, administrativos o directivos. Todos ellos tienen que hacer frente a lo imposible cada día: tiranos y opositores; tutores y colegas y hasta segundones con madera de líder capaces de destronar al más pintado. En el submundo, Alicia comparte su fantástica historia con quiméricos personajes. A través de ellos y los retos que le plantean, la joven se conoce a sí misma como si se reflejara en un espejo.
Iracebeth, la Reina de Corazones (Helena Bonham Carter), es una tirana en un mundo teñido de rojo donde padece la soledad que ella misma se ha labrado. Se rodea de personas que, como ella –tiene una enorme cabeza– padecen algún tipo de malformación –”nadie se reirá nunca de vosotros”, les consuela–. Sin embargo, ninguno es amigo suyo, sus males son fingidos y ni siquiera Stayne (Crispin Glover), su amado y escudero fiel, lo es tanto cuando el momento lo requiere. A menudo los jefes se rodean de profesionales ‘fieles’, a su imagen y semejanza que les adulan cuando los necesitan y acatan sus órdenes sin rechistar, sin preguntar por qué. La fingida fidelidad se transforma en deslealtad y odio cuando Iracebeth es destronada.
Lo mismo sucede en la empresa cuando se degrada a un directivo. Si los jefes evaluaran a sus colaboradores sin fiarse de su instinto probablemente lograrían esa lealtad que muchos anhelan y no acabarían como esta tirana: obsesionada por el poder, pero sola. Alicia cala enseguida el punto débil de la Reina: la soledad. Aprovecha su gran estatura y su anonimato –Iracebeth no la reconoce–, se gana su confianza para moverse por el castillo y rescata al sombrerero. También se hace amiga de una feroz criatura, un terrible animal híbrido entre hiena y lobo, que será su corcel en la lucha final.
La aventura de esta veinteañera no es más que un proceso de adaptación al cambio. Sin saberlo, emprende un conocimiento de sí misma. Es el mundo que le rodea, repleto de fantasía, el que le traslada a la realidad. En el submundo aprende que para recuperar su muchedad hay que escuchar, ser disoluto cuando la ocasión lo requiere y sacar partido de la diferencia. En la empresa conviven jefes y trepas, aliados y contrincantes, o feroces con el corazón de oro. Saber moverse en esta locura es la esencia de la gestión de personas y la clave de la supervivencia de cualquier empleado. Alicia encontró en el País de las Maravillas la respuesta, pero en su búsqueda casi pierde la cabeza. Los cuentos, cuentos son, ¿o no?
Autora Montse Mateos. Madrid.
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