A. D. Harvey (o eso creemos)
Así pues, tal como contaba en mi entrada anterior, resulta que la entrevista entre Dostoievski y Dickens no era más que la ingeniosa fabricación de un personaje oscuro, un tal A. D. Harvey, tal como descubrió Eric Naiman tras una compleja investigación. Para saber quién es en realidad ese personaje hay que recurrir a una entrevista de Stephen Moss publicada en The Guardian. Aunque con alguien que tiene tras de sí tal historial de fabulaciones, es inevitable preguntarse si no está mintiendo una vez más. El propio Moss nos advierte que quizás hay algo de paranoia en su relato de los hechos. De acuerdo con lo que le contó a este periodista, su larga historia de apócrifos procede de un desengaño: de familia humilde -su madre, húngara, llegó a Inglaterra huyendo de los nazis- estudió a base de becas en Oxford y Cambridge, donde se doctoró a una edad temprana y al poco publicó una monografía sobre la Gran Bretaña de principios del XIX. Sin embargo, este historial no le consiguió la plaza de docente universitario a la que aspiraba; le rechazaron más de 700 solicitudes, según manifiesta. (Llegados aquí, uno empieza a sentir ganas de lanzarse a comprobar todos estos datos.)Tampoco logró que la revista de la Historical Association le publicase sus artículos, de modo que decidió probar a enviarles alguno con otro nombre. Y funcionó. El siguiente paso fue mandarles, de nuevo bajo seudónimo, uno de los capítulos de su libro. De nuevo, fue publicado sin pestañear. Posiblemente se aficionó a este tipo de triquiñuelas -es lo que ocurre- y a lo largo de los años fue alternando la publicación de sus propios libros sobre temas de historia y literatura (English Literature in the Great War with France, Collision of Empires, Sex in Georgian England, Arnhem...) con la escritura bajo otros nombres. Su alter ego Leo Bellingham, por ejemplo, es autor de una novela (Oxford, The Novel), mientras que el fingido poeta lituano Janis Blodnieks publicaba poemas aparentemente traducidos desde su idioma al inglés; Stephen Harvey es autor de artículos sobre historia, mientras que su tocaya Stephanie Harvey fue la firmante del artículo causante de todo este revuelo. Y también están Trevor McGGovern y Michael Lindsey y Ludovico Parra... y quizás alguno más que no nos ha sido revelado. Por supuesto, todos estos escritores fantasmales llevaban a cabo una intensa actividad paralela reseñándose unos a otros en diversas (y por regla general minoritarias) publicaciones. La historia que Harvey le contó al periodista está llena de detalles poco precisos, como corresponde. Está claro que tiene una fértil imaginación y que se siente muy gratificado de haber podido engañar al mundo académico por el que tan poco respeto siente.Creo que a todo el mundo le hubiese gustado creer en la realidad de ese encuentro de gigantes Dostoievski-Dickens. Tal vez por eso resultó tan sencillo colar la superchería. Ahora sólo queda preguntarse si no habrá en circulación muchas otras, menos evidentes o más ingeniosas. ¿Habrá que buscar a un Sherlock de los fraudes literarios para que las ponga en evidencia?
Pues parece que sí: con sólo dar una patada, aparecen posibles supercherías literarias como champiñones en primavera. Échenle sino un vistazo a los comentarios a la entrevista de Moss a la que me refiero. En un plis, tenemos ya una posible ocasión en que Tolstoi oyó leer a Dickens en público y, aún más sensacional, la noticia de que en un monasterio de Brnö existe una traducción alemana del Origen de las especies de Darwin con anotaciones al margen de Gregor Mendel. ¿Será verdad? ¿Qué debemos creer y qué no? Pues, como se pregunta uno de los comentaristas ¿quién nos dice que Stephen Moss no es otro alter ego del prolífico Harvey?