Cuando os marchasteis las cosas empezaron a mejorar. Los que nos quedamos sentimos mucha tristeza por las personas de las que tuvimos que prescindir, pero pronto volvimos al optimismo. Nuestro plan de viabilidad comenzó a dar señales de recuperación y los indicadores de negocio evolucionaron tan favorablemente como inicialmente se había previsto.
Sin embargo no tardamos en descubrir todo lo que se había destruido: los clientes comenzaron a echar en falta a aquéllas personas que las habían fidelizado mediante relaciones duraderas. Perdimos todo el valor que residía en vuestra experiencia y en vuestra memoria y nos quedamos sin pasado.
Nos convertimos en una organización mutilada. Aparecían por doquier tareas abandonadas y proyectos sin cubrir. Heredamos una carga de trabajo superior a la que podíamos absorber los que nos quedamos. Pronto nuestra motivación empezó a deteriorarse y la calidad de nuestro trabajo empezó a declinar.
Nos convertimos en una organización en la que los supervivientes se dedican a cubrir huecos, a tapar agujeros mientras se resiste la tempestad. Y nos instalamos en el miedo. Miedo a tener que hacer nuevos ajustes y miedo a perder nuestros empleos. Nuestros miedos nos bloquearon y perdimos todo interés por encontrar nuevas oportunidades para crecer y para innovar. Abandonamos toda nuestra creatividad y renunciamos a nuestra ambición de generar nuevos proyectos.
Es posible que el próximo paso consista en un nuevo plan de ajuste, en otra reducción. Es posible que los próximos en marcharnos seamos nosotros. Quizás hayamos dedicado demasiada energía a sobrevivir y nos hayamos olvidado de soñar y de crear un futuro diferente. Necesitamos tener la esperanza de que aún no hemos llegado a ese punto.