Ayer tocó hacer galletas y bizcocho en casa con la inestimable ayuda de cangrejito y cangrejín.
Y es que estos días hay que hacer lo que sea para mantener entretenidos a los niños. Por eso en miles, millones de hogares en todas partes, se hornean pasteles, galletas, cocas, bizcochos y tartas de todo tipo.
Es una actividad que fascina a los niños en general, curiosos y sombrados por la transformación de unas cuantas cosas en algo tan delicioso y que tanto les gusta.
La cocina y la repostería han sido desde siempre un medio de entretenimiento infantil, yo recuerdo de pequeño cuando mi madre me ponía a ayudarla a cocinar, a preparar algún postre, y aunque con menor alegría, a despellejar algún conejo o desplumar algún pavo. Esto último nunca me gustó, de hecho más de una vez intenté esconderme, pero si mi hermana no estaba me tocaba a mi, me metiera donde me metiera.
Preparar cocas, bizcochos, galletas, etc. es de supervivientes, quizás urbanos, pero supervivientes. Lo usamos los padres para sobrevivir a las tediosas horas con niños aburridos que parece que van a derribar la casa.
Además, tiene ese yo que sé de superviviente auto suficiente, sobre todo en estos días que no podemos salir a la calle. Hornear estas cosas da la sensación de estar preparado, de ser auto suficiente, no necesitamos salir a la panadería, al menos, mientras tengamos ingredientes en casa.
De hecho, después del papel higiénico, una de las cosas que se acabaron antes en los supermercados fue la harina, especialmente las mezclas preparadas para pizzas y bizcochos, porque somos supervivientes, pero también vamos al baño.