Esta activista fundó la primera asociación de mujeres creada en la era post-talibán. Voice of Women Organization apoya a las mujeres que enfrentan violencia de género, matrimonios forzosos o abusos sexuales, en un clima de impunidad, incomprensión social y amenazas contra las activistas
Suraya Pakzad, retratada por Valentina Meli
Visiblemente cansada y aparentemente incómoda en los zapatos de tacón que lleva, Suraya Pakzad llega tarde a nuestra cita, que ha sido precedida por otras dos entrevistas con los medios en el gran edificio en vidrio del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, donde participa en unas jornadas tituladas ‘El legado de la comunidad internacional en Afganistán’, organizadas el pasado enero por la Asociación por los Derechos Humanos en Afganistán (ASDHA), a un año de que caduque la misión de la OTAN en el país. Como siempre, lleva hijab, rosa. Su voz es suave y calmada, como un mantra. Cuando habla tiene la capacidad de atravesarte con la mirada sin por eso aparentar agresividad. Sus ojos lúcidos dan la sensación de que está siempre a punto de conmoverse.
Las casas de acogida están mal vistas: “Nos acusan de incitar a las mujeres a que dejen a sus maridos; a éstas se las tacha de locas que deberían ser apedreadas”
Licenciada en literatura en la universidad de Kabul (Afganistán), poetisa por vocación, madre de ‘sólo seis’, Pakzad es fundadora y directora de Voice of Women Organization(VWO), la primera asociación de mujeres registrada en la era post-talibán, que ofrece protección y asistencia legal a mujeres que han padecido violencia extrema en Afganistán. Fundada en 1998, VWO tiene cinco casas de acogida (en todo Afganistán hay 14) que dan asilo a unas 150 mujeres maltratadas en el oeste de Afganistán, y es una de las pocas asociaciones que lucha activamente contra los matrimonios infantiles de niñas, la compraventa de mujeres y los abusos sexuales. También ofrece asistencia a mujeres que se han intentado suicidar quemándose vivas.
Sus proyectos en marcha incluyen un centro para la resolución de conflictos para las familias y un centro de recursos para mujeres. En 2008 Pakzad recibió el premio Women of Courage y en 2009 la revista Time la consideró una de las cien personas más influyentes del mundo.
Una escuela clandestina de niñas en su propia casa
Suraya creció durante los años de la resistencia armada contra el gobierno pro-soviético de Kabul. Temiendo por el futuro de su hija adolescente, la familia arregló su matrimonio cuando ella tenía 14 años. A los 15 dio a luz a su primera criatura, una niña. Tanto el padre como el marido apoyaron su deseo de estudiar pero ella ocultó su matrimonio en la escuela, ya que las reglas escolares prohibían a las mujeres casadas estudiar junto a alumnos solteros. Para cuando se licenció, en 1992, ya tenía tres hijas.
Su activismo a favor de los derechos de las mujeres empezó algunos años después en Kabul. El régimen talibán prohibía a las mujeres trabajar, salir de casa si no iban acompañadas de un varón de la familia y estudiar en los centros educativos. Pakzad creó en su propia casa escuelas clandestinas para niñas. Fue solo en 2004, en la era post-talibán, que la por entonces ya creada VWO decidió trasladar su base a Herat, en el oeste del país, donde los servicios de apoyo a las mujeres eran prácticamente inexistentes.
Najia Seddiqi, directora provincial del Departamento de Asuntos de las Mujeres, fue asesinada a tiros el pasado diciembre. A su antecesora, Hanifa Safi, la mataron en un atentado con coche bomba. Pakzad ha sido intimidada varias veces y teme por la seguridad de sus hijas e hijos
Las cosas han cambiado desde entonces. Ahora las mujeres pueden ir a la escuela –aunque separadas de sus compañeros varones hasta la universidad, que sí es mixta-, hay tres ministras en el Gobierno de Karzai y un 27% de legisladoras en las Cámaras. Los cambios formales han sido numerosos, pero la aplicación de las leyes todavía deja mucho que desear: “Si es verdad que Afganistán ha firmado la convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación hacia las mujeres (CEDAW) y la Constitución de 2004 defiende la igualdad de derechos, también lo es que las mujeres siguen siendo apedreadas hasta la muerte. La ejecución de las políticas está en manos de los extremistas, de los señores de la guerra, que todavía tienen el poder en el país”, explica
Incomprensión y miedo
La labor de Pakzad no es demasiado popular en Afganistán. Las casas de acogida están mal vistas: “Desde el punto de vista de la comunidad, las mujeres que huyen de sus maridos son unas locas que deberían ser apedreadas y no se entiende que se las ayude. Por eso cuando los maridos y familiares las encuentran, las mutilan e incluso decapitan, para que sea un ejemplo para otras mujeres. A VWO se nos acusa de incitar a las mujeres a que dejen a sus maridos.”
Sólo entre abril y octubre del 2012 la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán denunció alrededor de cuatro mil casos de violencia contra las mujeres, unos mil más que en el mismo período del año anterior. “La situación empeora cada día y no sólo en las zonas controladas por los talibán –donde manda la sharia, la ley islámica- sino también en los centros de las ciudades”, explica Pakzad.
La falta de seguridad que vive la población en general (y la femenina en particular), y la impunidad de la que gozan los agresores se refleja también en la situación de las mujeres públicas. Pakzad recuerda a Najia Seddiqi, directora del Departamento de Asuntos de las Mujeres en la provincia de Laghman, al este del país, quien fue asesinada a tiros el pasado diciembre mientras iba a trabajar. “Sin medidas de seguridad, ¿quién tendrá el valor de sustituirla?”, pregunta retóricamente. A su antecesora, Hanifa Safi, la mataron en un atentado con coche bomba que dejó a su marido en coma.
Pakzad reconoce vivir con miedo./ Foto proporcionada por la Associació per als Drets Humans a l’Afganistan
Pakzad reconoce vivir a diario con miedo. Ha sido intimidada en varias ocasiones. Cuando ha intentado pedir ayuda a la policía, le han sugerido contratar un servicio de seguridad privado. “No tenemos dinero para un vigilante”, dice ella. Hace nueve meses, sacó a su hijo de 16 años de la escuela y contrató a un profesor para que le diera clases particulares en la oficina de VWO. “Mientras que con los demás consigo cambiar continuamente el horario para que no se sepa cuando salen y cuando vuelven, él solo podía salir a las seis de la mañana. Un día los conductores que le solían acompañar me dijeron que tenían indicios de que les estaban siguiendo, que tenían miedo y que ya no le acompañarían”.
No es fácil hacer entender a sus hijas e hijos (entre los 9 y los 23 años) por qué ha elegido una vida tan diferentes a las de la mayoría de mujeres de su entorno. “Si mi madre y mis tías vivieron en una época donde las mujeres iban a la universidad con los chicos, conducían su propio coche, iban al cine y a bailar, nadie las obligaba a ponerse el velo y podían caminar solas por las calles, mis hijas e hijos o han nacido o bien han crecido durante la guerra. Sólo han visto mujeres golpeadas por los talibán, mujeres en casa que limpian y cuidan de los niños. Les cuesta aceptar que su madre y sus hermanas conduzcan un coche, porque su entorno considera que quienes lo hacen son ‘malas mujeres’”.
“A medida que apoyamos a más mujeres y más personas nos conocen, crece también el riesgo de ser blanco de los señores de la guerra y de los maridos y familiares de las mujeres que acogemos”, lamenta. Pero no piensa abandonar su trabajo
Sus hijas, que al principio decían avergonzarse por tener una madre ‘pública’, con un nombre y una cara que la gente reconoce, ahora la entienden: “Sobre todo una de mis hijas, que estudia Derecho e intenta encontrar los fallos en las leyes que hacen que a las mujeres se nos nieguen ciertos derechos. Y la más pequeña enseña arte en una de las casas de acogida. Antes no le veía el sentido a que yo, sola, corriera riesgos por miles de mujeres. Ahora que ha visto con sus ojos a jóvenes de 13 años que ya están embarazadas o a otras mutiladas por sus maridos, dice estar contenta de que al menos pueda salvar a ciento de ellas, si no a todas”.
Un futuro incierto
“A medida que apoyamos a más mujeres y más personas nos conocen, crece también el riesgo de ser blanco de los señores de la guerra y de los maridos y familiares de las mujeres que acogemos”, lamenta.
Al miedo hay que sumar la falta de financiación a largo plazo y de personal femenino cualificado, debido a la ausencia de programas de capacitación. Cuatro de las cinco casas de acogida tienen financiación hasta 2014 mientras que la de la ‘Badghis Women Shelter’ (en la ciudad de Qala i Naw) acaba este mes de marzo. Sus donantes incluyen las Naciones Unidas, el departamento de estado de EE.UU. y entidades como ActionAid y Global Rights.
Pero ella imagina su futuro en el mismo camino lleno de baches, a menos que vea un cambio satisfactorio en las sociedad afgana y en las vidas de las mujeres. “Seguiré proporcionando protección social y legal a las mujeres porque ningún país puede prosperar sin ellas. Para tener paz de verdad necesitamos mujeres en las mesas de negociación, por eso seguiré trabajando con otras mujeres en ese ámbito y defendiendo la necesidad de que seamos más, también en posiciones de liderazgo”.
Si tuviera la posibilidad, le gustaría ocupar un rol desde donde poder diseñar políticas para las mujeres, pero no se imagina en absoluto escribiendo propuestas encerrada en un bonito despacho: “Me gustaría seguir trabajando a pie de calle, hablar con la gente, saber cuáles son sus necesidades y escribir proyectos de forma conjunta, para poder comprobar su impacto real. Estar sentada en una habitación con aire acondicionado y tener un buen sueldo sería cómodo, pero siento que no me daría la sensación de humanidad que me acompaña ahora”. 400 mujeres y niñas presas por ‘crímenes morales’
Un informe de Human Rights Watch (HRW) publicado el año pasado, denunciaba que alrededor de 400 mujeres y niñas están presas en Afganistán por “crímenes morales”, que generalmente incluyen huir de matrimonios forzados –en teoría ilegales- o haber enfrentado ‘violencia doméstica’. Algunas mujeres y niñas habían sido declaradas culpables de zina, el sexo fuera del matrimonio, después de haber sido violadas o forzadas a la prostitución. Zina es un crimen que se castiga con hasta 15 años de prisión.
El informe encontró que casi la mitad de las mujeres en las cárceles y todas las niñas en los centros de detención de menores habían sido detenidas después de huir de un matrimonio forzado y o de maridos y familiares que abusaban de ellas. Algunas mujeres entrevistadas por Human Rights Watch había acudido a la policía en extrema necesidad de ayuda, y en cambio fueron detenidas.
Según HRC, entre el 60 y el 80% de todos los matrimonios en Afganistán son forzados. El Fondo Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) indica que el 57% de los matrimonios involucran mujeres de edad inferior a los 16, que legalmente sería la edad mínima para casarse (18 en el caso de los varones). Sajia Begham, abogada investigadora en los derechos de las mujeres en Afganistán, también ponente en las jornadas organizadas por ASDHA, subraya como razones de estos datos preocupantes el sistema de dote, la falta de educación (la alfabetización femenina sigue siendo la más baja del mundo), intercambios de favores y resolución del conflictos a nivel comunitario.
Voice of Women Organization acoge a mujeres a partir de los ocho años de edad, quienes normalmente llegan desde el departamento de ‘asuntos de las mujeres’, la comisaría de policía o el departamento de justicia. “Legalmente no podemos recoger a las chicas de la calle, ni siquiera acogerlas si tocan a nuestra puerta sin pasar antes por los canales oficiales”.
Por Elena Ledda Fuente: Pikara Magazine
Revista En Femenino
Suraya Pakzad y los derechos de las mujeres en Afganistán
Publicado el 08 abril 2013 por Daniela @lasdiosasSus últimos artículos
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